jueves, 12 de mayo de 2005
Rascacielos cordobés
Estatuaria IV (Séneca)
Séneca
La Sacra Alianza entre nuestro Verdadero Prelado Monseñor Castillejo, abad de Cajasur y nuestra Siempre Complaciente Alcaldesa Doña Rosa Aguilar amenaza la estética urbana de nuevo.
Y esta vez tiene que ver con el más citado y autoarrogado falsamente personaje de ¿nuestra? historia. Lucio Anneo Séneca. La noticia saltó hace unos días desde la prensa local:
ANTES DE DEVOLVER EL ORIGINAL DE EDUARDO BARRON AL MUSEO DEL PRADO
Córdoba hará una réplica de la escultura ´Nerón y Séneca´
La primera cosa que se ha oído en las calles de la ciudad es un aliviado: ¡por fin! La gente de la calle parecía estar esperando que nuestros máximos gestores culturales se decidieran por fin a subsanar la injusticia histórica que suponía que tal obra de arte no hubiera nunca lucido en el lugar para el que supuestamente fue diseñado: la calle. De nuevo nuestros gestores dan al pueblo lo que el pueblo quiere: jolgorio y aparadores. Desde luego no seré yo quien niegue la belleza del monumento. Se trata de un precioso conjunto escultórico que se inscribe en el estilo ecléctico-aparatoso de escultura monumental glorificadora que representó el poder burgués ascendente desde mediados del XIX a casi mediados del XX. En este caso además se aleja un tanto de los cánones político-militaristas al uso, para buscar una estética más sensible. Me parece especialmente conseguida la representación del movimiento interno de los personajes en un momento de intimidad entre maestro y discípulo, convincente el uno, hosco el otro, de una gran fuerza expresiva. Modelado por el escultor zamorano Eduardo Barrón (autor también del Viriato de Zamora) en 1904, en escayola policromada, posible molde de vaciado para una posterior erección en bronce, que nunca llegó a producirse, consiguió la Medalla de Oro de la Exposición Nacional de ese mismo año.
No conozco demasiado bien las vicisitudes de la escultura desde su llegada a Córdoba, fecha que desconozco así mismo, ni sus causas. Tal vez tuviera relación con la conmemoración pocos años antes (1896) del decimonoveno centenario del filósofo estoico romano. Yo la recuerdo, polvorienta, a la entrada de la provisional sede del Ayuntamiento de la calle Carreteras, adonde a veces, al salir de la Academia Espinar, sita en la misma calle, donde estudié el bachillerato, entraba a admirarla, un poco a escondidas de mis compañeros. Al final fue colocada en el vestíbulo principal del nuevo Consistorio de la calle Capitulares, donde hoy puede ser admirado por todo aquel que vaya a la Casa Común a arreglar papeles, junto al lienzo de muro romano que sostenía el templo principal de la ciudad.
Ahora nos enteramos de que el monumento no es propiedad del Ayuntamiento, sino que se trata de una cesión del Museo del Prado que parece haberse puesto ya serio en sus reclamaciones de devolución.
A mí, modestamente, lo que me parece es que el monumento está muy bien donde está. Que lo que debían hacer nuestros gestores culturales, el contubernio banquero-municipal, es hacer una copia EXACTA del mismo en escayola o en cualquier otro material que imite a la perfección su textura, devolviéndole de paso la policromía del original. Y colocarle un buen pedestal, en el mismo vestíbulo en el que se encuentra, para que supere un tanto las sillas, las mesas y los ordenadores de los conserjes, que ahora le hacen un poco de competencia. Pero dejarlo donde la azarosa vida municipal acabó por colocarlo, alegrando la vista de los pacientes demandantes de certificados y los solicitantes de empleo. Y por supuesto ofertarlo también como un hito más en la visita cultural a nuestra ciudad. A ver si eso contribuye también a que pernocten de una vez en ella los anhelados y escurridizos turistas. Hacer una copia en bronce y colocarla de aparador en una plaza o calle (¡cielo santo!: ¿en cuál? ¿En la plaza de la Corredera, en la de la Compañía, en la acera de la calle Nueva?), es un acto en sí mismo de estilo "remordimiento" al que tanto han sido dados nuestros gestores en los últimos años. Porque sería una falsificación pura y dura, un intento infructuoso de trasplante de un espíritu, una estética y una ética de una época concreta a otra un siglo posterior. Las obras de arte que hayan de colocarse en los lugares públicos de las ciudades han de responder al espíritu de la época que las erige, sin que eso signifique que no haya que guardar las debidas medidas de respeto al entorno arquitectónico y urbanístico de cada lugar concreto. Pero evitando los pastiches, las falsificaciones, la lamida almibarada del kitsch. Y por supuesto no ceder ante las presiones de los jurásicos conservadores de ambientes urbanos, partidarios de la fosilización acelerada de la ciudad histórica. Si por ellos fuera nuestras calles y plazas sólo serían iluminadas por las augustas farolas decimonónicas, estilo Imperio.
Además, que bastante tiene el pobre Séneca con haber sido inmortalizado ya una vez, en la puerta de Almodóvar, togado, con cara de, según unas opiniones, Francisco Franco, Caudillo de España o abúlico funcionario jubilado de la Administración Pública, según otras, en broncíneo bulto costeado por la esplendidez castiza de un arrojado torero tremendista (1) y con haber dado nombre a la seca forma cordobesa de la mala follá : el senequismo.
(1) Manuel Benítez El Cordobés
ESTATUARIA I (JUAN DE MESA)
ESTATUARIA II (EL GRAN CAPITÁN))
ESTATUARIA III (MANOLETE) )
ESTATUARIA IV (SÉNECA)
Bydlo — 18-06-2005 18:16:14