martes, 14 de febrero de 2006

Vargas Llosa es un mal tipo

En su vertiginoso descenso a los sótanos de la desvergüenza el novelista Mario Vargas Llosa parece haber llegado ya al último subsuelo. Sus dos últimas hazañas de escribidor denunciante de cualquier forma de izquierdismo han superado todo lo que la razonabilidad más elemental tiene de límite. La parodia descarnada y cruel que hizo en su artículo Raza, botas y nacionalismo, EL PAÍS 15 de enero del presidente electo de Bolivia, presentando a la izquierda europea como una pandilla de bobos babeando ante la chompa de Morales, le ha conducido directamente al campo de la ignominia y de la desvergüenza y me lleva a mí a caer en el estupor contemplando tanta fuerza genésica literaria desperdiciada en mear bilis sin tino sobre todo lo que el ilustre escritor desprecia, que no es sino cualquier tendencia a la liberación de las gentes y los pueblos de las injusticias distributivas que conlleva el liberalismo salvaje que tratan de imponer las grandes corporaciones que dominan la política y la economía mundiales.

Miente Vargas Llosa cuando tacha de racista a Evo Morales y miente cuando considera superado el racismo institucional de los gobiernos iberoamericanos. No es que se equivoque, es que miente. Él lo sabe y yo lo sé porque yo aprendí a ver la verdad a través de él mismo. Cuando visité Sudamérica hace unos años y más concretamente su Perú llevé, aparte de otros muchos, sus ojos. Lo mismo que exploré los rincones de Piura con La Casa Verde en la mano, visite Lima con El pez en el agua (1993), sus memorias. En ellas describía la graduación del tinte de la piel que podía constatarse en el viaje entre la Lima colonial, ya definitivamente chola, y el barrio de Miraflores, donde vive la minoría blanca, muy blanca, que domina el país. Apenas 15 kilómetros. Fue él el que me hizo comprender que en los países sudamericanos se practica un racismo efectivo y brutal, casi nunca denunciado, del mismo calibre que el que se practicaba en Sudáfrica, pero que al ser más histórico parece más natural al no avisado.

Hace tiempo que Vargas Llosa se congració con su casta, la casta blanca y dominadora de Miraflores, después de su viaje de placer juvenil a la causa de los pobres. Es una cuestión epidérmica, de pura piel, piel blanca, europea, de la que él nunca quiso desprenderse del todo, ni siquiera simbólicamente. No quiero pensar que saque beneficios materiales de esta vuelta al seno del feroz conservadurismo castizo, aunque acusaciones no faltan. Yo lo prefiero racista que corrupto.

Ayer mismo (El derecho a la irreverencia, El País, 12 de febrero de 2006) arremetía de nuevo contra los militantes de izquierda de todo el mundo al final de un largo artículo sobre las viñetas sobre Mahoma. Sin venir a cuento. De manera que parece que todo el 90 % del escrito referido al tema del titular no fuera más que una excusa para despacharse en el último 10 % contra la izquierda y sus militantes, de una manera biliosa y cerril. Que siga justificando a estas alturas la guerra de Irak y nos eche en cara a los que la consideramos una guerra ilegal y contraria a cualquier derecho nuestra connivencia con el terrorismo islámico sólo habla de su mala leche, de su mala entraña, de su malhomía refinada y cruel.Las respuestas de otros intelectuales no se han hecho esperar. En tres artículos publicados en El País, el profesor Vidal Beneyto lo pone en su sitio, aunque con guante de seda (demasiado para mi gusto) y utilizando argumentos racionales, muy alejados de los atrabiliarios del novelista.

Hoy mismo (Intelectuales y caricaturas, El País 13 de febrero de 2006), el embajador de España ante la UNESCO, José María Ridao, con más reciedumbre, aunque sin nombrarlo, viene a decir lo mismo que yo apuntaba antes: que Mario Vargas Llosa, además de un excelentísimo escritor, es un mal tipo. De la misma estirpe, aunque salvando las abismales (por ahora) distancias, de Federico Jiménez Losantos.