https://www.youtube.com/watch?v=jJ3mfWhEmt4
De regreso en Tánger nos alojamos en el Hotel París, un vetusto pero coqueto establecimiento, situado en pleno Boulevard Pasteur, casi enfrente del chalet que aloja la sinagoga, perennemente vigilada por un policía.
A pesar de llevar el desayuno incluido en el precio del hotel, cada mañana volvemos a tomar café en alguno de los cafés-mirador del boulevard con El País del día anterior comprado en el kiosko de la esquina. El hecho de que la prensa española no se venda al día parece deberse a la necesidad de las autoridades censoras de controlar cada edición previamente para permitir su difusión. En ninguna de las ciudades que hemos visitado este viaje que ya se acaba hemos dejado de encontrar nuestro periódico en todos los kioskos céntricos.
Me ha sorprendido ver en Tánger, sin duda la más liberal de las ciudades marroquíes, a mujeres jóvenes sentadas en los cafés de la calle, algo impensable en años anteriores. Las terrazas de los cafés son reserva exclusiva de los hombres y forma parte de una de los estampas más comunes en los centros de las ciudades marroquíes. Decenas de hombres sentados todos en fila de frente a la calle, contemplando el ir y venir de la gente, con un café con leche o un té a la menta durante horas y horas. En Fes es especialmente fuerte, porque toda la acera derecha de la Avenida Hassan II subiendo de la medina, es una pura fila de sillas de café. Miles de contemplantes bebientes de té desde la mañana hasta la madrugada, sin ninguna aparente ocupación más que la contemplación de los viandantes. Mi amigo Rachid, que me lee la sorna en las ideas cuando se lo comento, se apresura a explicarme que para nada se trata de desocupados, sino que los cafés hacen las veces de las oficinas de negocios que en otros lugares ocupan funcionales pisos en modernos edificios. Según él en esas sillas se mueve una buena parte de la economía marroquí en forma de venta de inmuebles, tierras, automóviles, concierto de bodas y, sobre todo en el norte, casi todo el dinero del tráfico de hachís que aquí comienza a distribuirse en forma de inversiones. Una especie de mezcla de Cámara de Comercio, Lonja y Bolsa de Valores al fresco.
Puede que sea así, yo ya no me asombro de nada. Aún recuerdo cuando mi amigo Ahmed, profesor de literatura española en la Universidad de Fes, para borrar mi rictus de incredulidad me llevó a ver con mis propios ojos cómo trabajaba aún La Celestina en su ciudad. Cómo esa profesión, la de alcahueta, es decir la mujer vieja que por un precio seduce a una mujer, frecuentemente casada, para el hombre que contrata sus servicios, seguía perfectamente viva. En el muro de la mezquita Qaraouiyyin me sañaló un par de ellas. Mujeres con el típico caftán de tocado cuadrado y pañuelo en la boca apostadas con una sola prenda sobre el brazo entre los demás vendedores de ropa. Quien quiere contratar sus servicios se acerca y lo hace mientras manosea el género que la mujer falsamente vende.
Una de las primeras cosas que hicimos en Tánger fue ir a tomar un té al famosísimo Café Hafa, que, aunque parezca mentira, nunca habíamos visitado en nuestras anteriores estancias en la ciudad. El último de los libros que había leído en que aparecía era la novela de la Highsmith que dio fin a la saga de Ripley (Ripley en peligro). Mi admirada autora hace llegar a su escurridizo personaje hasta Tánger, lo aloja en el Minzah y lo hace representar en el Hafa una de esas sorpresivas y desagradables escenas que son la marca de la saga. Es un sitio realmente interesante, aunque sus dueños no hagan nada para hacerlo, además, cómodo. Las terrazas están sucias, las mesas y las sillas desvencijadas y las barandillas de madera, que alguna vez estuvieron pintadas de azul como atestiguan fotos no demasiado antiguas, descarnadas y peligrosamente sueltas. La vista sigue siendo, lógicamente, magnífica, porque no consiste más que en la eternidad del oceáno, sin peligro de que pueda ser alterada por la mano del hombre. Fue, cuentan las leyendas, frecuentado por los Rolling, que venían a fumar kifi, y por todos los demás seres artístico-mitológicos que recalaron en la ciudad a lo largo del siglo pasado.
Después de contemplar el atardecer ante el inevitable té a la menta, regresamos a la medina siguiendo la costa para visitar las tumbas fenicias abiertas en un acantilado. Un desolado parque atiborrado de vecinos, con meriendas, niños y caftanes lleva hasta el borde donde se abren los nichos, unos llenos de basura y otros utilizados por los desocupados visitantes como improvisado banco para seguir al ocaso las obras del nuevo puerto. Entrando por el extremo norte de la muralla, la seguimos por una estrecha calle hasta la plaza de la Casbah, en cuyo frente sur echamos un rato en el Nadi al musiqa al andalusiya (Peña de música andalusi). Unos abuelos provistos de laúdes, violines y derbukas nos invitaron a escucharlos un rato. Los sorprendo pidiéndoles un trozo muy conocido de la Nuba Al-Maya y emprenden con él con entusiasmo redoblado. La Casbah, donde está el museo de la ciudad está cerrada, nos dicen, para evitarnos al día siguiente el paseo. Nos despedimos de ellos y bajamos hacia la parte baja de la medina. Buscando un lugar donde cenar y justo debajo del mirador que hay junto a la Gran Mezquita volvemos a escuchar música, esta vez tras un portón. Mientras tratábamos de mirar inútilmente por la cerradura, el tendero de la esquina nos indica que se accede libremente rodeando la esquina del mirador. Entramos así en un patio en cuyo fondo se abre una sala con sillas, a manera de pequeño auditorio, fotos antiguas de Tánger y en el espacio delantero que hace de improvisado escenario cuatro músicos ensayando: laúd, qanun, violín y derbuka. Junto a ellos una mujer morena de largo pelo, muy guapa, sigue el ritmo haciendo de palillos con sus dedos. Nos quedamos en la puerta y en el primer descanso solicitamos permiso para entrar. Nos animan entre sonrisas y nos invitan a acomodarnos en las sillas. Reconozco entonces a dos de las personas. La mujer es Begoña Olavide, la concertista de salterio y cantante de música medieval, miembro del mítico grupo Calamus. El que toca el violín es Omar Metioui, el heredero, junto con Serghini, de lo mejor de la tradición andalusi marroquí, pergeñador de maravillosos discos con su grupo Ibn Baya o en colaboración con los hermanos Paniagua. Yo lo había visto anteriormente dos veces: una en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba y otra en una pequeña iglesia de Espejo. En la elaboración del texto del programa de mano de esta última colaboré a petición de la amiga que lo organizaba. En ambas ocasiones me cautivó la suavidad, la calidez y la originalidad con que interpreta el repertorio Al Ala (nombre genérico del conjunto de las nubas andalusies marroquíes) y las piezas sufíes que ha logrado rescatar de los clásicos andalusíes.
Powered by
CastpostCalamus (The Splendor of Al-Andalus). Al qanun Begoña Olavide
Pero encontrarlo así, al natural, ensayando, me supuso una alegría inesperada. Tras un buen rato escuchando el ensayo, fundamentalmente el hambre nos empujó a despedirnos discretamente y a buscar un lugar donde restaurar las energías consumidas ese largo día.
La mañana siguiente nos deparó otro encuentro casual que nos procuró nuevos goces. Visitábamos la antigua Legación Americana, en plena medina, un precioso edificio antiguo que fue la primera legación de los USA en África, parece que como agradecimiento por haber sido el sultanato de Marruecos el primer país en reconocer la independencia de la que habría de ser con el tiempo Entidad Imperial Mundial.
En una salita, casi en la salida, han habilitado un pequeño museo dedicado a Paul Bowles, en el que aparte de unas cuantas de las archiconocidas fotos del escritor con sus amigos en la época dorada de Tánger se exhiben como únicos objetos que pudieran satisfacer a los mitómanos las famosas maletas que aparecían en todas las entrevistas que se le hicieron al escritor, maletas de los años 40, llenas de libros y de recuerdos y que ahora reposan su sueño museístico en el suelo de aquella sala. Justamente estaba comentando sobre ellas con C. cuando se unió a la conversación un viajero solitario, interesado por el tema, con el que hicimos muy buenas migas. Se trataba de L., un guitarrista, profesor y concertista de clásico y flamenco, que estaba en la ciudad huyendo de la feria de la suya y que había decidido visitarla en profundidad tras la lectura de la novela de Ángel Vázquez, La vida perra de Juanita Narboni. Había conseguido mucha información acerca de las vidas literarias y artísticas de la Tánger de la época dorada y andaba empapándose de los jirones que aún quedaban de ella. Con él visitamos dos bares míticos, el Tanger Inn, ahora un pub de música atronadora y el Dean’s Bar que guarda mejor su aspecto de antiguo bar de puerto un punto canalla. El prehistorico alicatado, alguna foto antigua de Tánger y algún cartel publicitario de los 60 es todo lo que pudo hacernos transportar a otros tiempos. Lo mejor, sin duda, la monstruosa tapa de exquisita paella o la enorme pescadilla frita que te sirven de tapa con pedir una simple Flag. Por 20 dirhams. Hablando y hablando le comentamos a L. el encuentro de la noche anterior y decidimos alargarnos para indicarle el lugar exacto cuando mostró su deseo de acudir esa misma noche por si también hubiera ensayo. En el patio, a plena luz del día pudimos leer la placa que hacía referencia al nombre del lugar y de la asociación que cobijaba. Un pequeño taller de lutheria se abría en un costado y en él encontramos trabajando en un rabel al mismísimo Carlos Paniagua. Las sorpresas aumentaban a cada paso. Solicitamos su permiso para entrar, nos invitó a pasar, se presentó y allí estuvimos un buen rato con él enfrascados en una interesantísima conversación acerca del proyecto en que estaba embarcado.Nos explicó que había abandonado el taller que siempre había mantenido en Mojácar para instalarse en éste, en la sede de la fundación, donde, junto a su mujer Begoña Olavide y con el mismo Metioui, investigaban, ensayaban, creaban y trataban de dar a conocer sus frutos ofreciendo conciertos y confeccionando discos: ASOCIATION CONFLUENCES MUSICALES
Nos habló de las dificultades de financiación, de la precariedad del local que les había cedido el ayuntamiento, pero también de la ilusión con que lo estaban abordando. Nos dio así mismo un folleto del que entresaco textos y fotos. Este es su MANIFIESTO. Nos confirmó también que por la noche volverían a ensayar Metioui y su conjunto.
Uno de nuestros restaurantes favoritos en Tánger, el Raihani, de la calle Ahmed Chouki, se hallaba cerrado por reformas, lo que supuso un serio contratiempo porque allí sirven el que es para mí el mejor cordero con ciruelas de todo Marruecos. Afortunadamente, justo enfrente acababan de inaugurar uno nuevo, con el estrafalario nombre de Le Pêcheur de Détroit, especializado en pescados, que nos resarció convenientemente. Su dueño, un marroquí simpatiquísimo, residente en Gibraltar, había puesto muchas ilusiones en este negocio, según nos contó en su gracioso español salpicado de expresiones llanitas.
Por la noche volvimos a quedar con L. para asistir al ensayo. Cuando llegamos estaban en un descanso, por lo que pudimos charlar un rato con Omar, que resultó ser una persona extremadamente cordial y alegre. Explicó a L. algunas características de la música andalusi, sobre todo los niveles de improvisación que permite, relacionándolo con los que permite el flamenco, que nuestro nuevo amigo tan bien conoce. Nos habló también de su pena porque a los ensayos sólo acuden extranjeros que, como nosotros, aciertan a escuchar la música al pasar y nunca ninguno de sus paisanos. De cómo esta música despierta mucho más interés en España o Francia que en Marruecos. De lo difícil que le resulta encontrar nuevos músicos, jóvenes interesados en seguir la tradición, que en Marruecos no permite convertirse en medio de vida. Y señala al joven tañedor del tarb. Uno sólo joven y se me duerme, nos dice bromeando con él. Porque todos los músicos se ganan la vida con otra cosa. Él mismo es farmacéutico y tiene que alternar su trabajo con las giras, conciertos y ensayos. Pero alguien tiene que seguir, termina con una amplia sonrisa, para que esto no se pierda, antes de comenzar de nuevo el ensayo atacando una pieza de la Nuba Al ‘ushaq.
Otro sitio digno de visitarse es la pequeña iglesia anglicana de Saint Andrew (1894) y su romántico cementerio. El viejo guarda, del que olvidé imperdonablemente el nombre, nos explicó a una velocidad pasmosa de aprendido-de-memoria los detalles del interior, en un español salpicado de palabras de otras lenguas, que yo me hice la ilusión de que se trataba de la jaquetía, la lengua internacional que usaban principalmente en Tánger los judíos en los años dorados. El interior está decorado en un candoroso estilo alhambresco, hasta el punto de que la leyenda que decora los alfices es el lema de los nazaríes granadinos, el WA LA GHALIB ILLA ALLAH (Nadie vence sino Dios), lo que le hizo mucha gracia al viejo guía que yo fuera capaz de leer.
El exterior es mucho más interesante. Un romántico cementerio en el que hay enterradas algunas personalidades que no conozco y de las que no sé más que lo que he podido encontrar aquí en la red. Tumbas antiguas, de principios del XX y lápidas de reciente factura que recuerdan a algunos pilotos muertos en combate durante la II Guerra Mundial.
Nos despedimos de L. en el Café París, ante un té a la menta y unos pastelillos comprados en la vecina pastelería La Española, la que frecuentaba la Juanita Narboni de la novela de Ángel Vazquez.
La mañana del último día la dedicamos revisitar el célebre y eternamente ruinoso, a a pesar de la letanía de promesas, Teatro Cervantes, a recorrer algunas zonas de la medina que se nos habían escapado, sobre todo la zona sur, y el cementerio judío.
Sólo pensar en el lugar tan privilegiado que ocupa, frente a la muralla sur, da idea de la importancia que tuvo la comunidad en el pasado. Sólo guardado por una familia que cría sus gallinas entre las tumbas, es ahora un lugar con un encanto triste en su romántico abandono, en el que parece flotar la suave desolación sefardí por una patria más perdida. Ya de vuelta, mientras buscaba en la red algo sobre esta comunidad me encontré con un hermoso texto de un judío tangerino exiliado en Francia que habla de estas cosas.
Tras salir del cementerio buscamos en el mercado las especias que nos llevaremos: harisa, limones confitados para tagine, mezcla preparada para pinchitos, ras el hanut (una especie de curry marroquí), aceitunas y henna. En la tienda nos aborda un abuelo muy pinturero que, en perfecto español, nos habla de nuevo de los viejos tiempos (¡cuánta nostalgia hay en esta ciudad!) y nos invita a seguirle al interior del mercado de la ropa para mostrarnos un laberinto de calles que guardan un secreto: subiendo las escaleras se descubre la estructura de un antiguo fonduq, cuya primera planta conserva las arquerías que soportaban el corredor de las habitaciones de los huéspedes, hoy ocupadas por telares artesanos y cuya luz de patio está hoy cubierto por un tejado de plástico que cubre las tiendas del piso inferior.
Comemos en otro de los lugares más conocidos de la ciudad, el pequeño Restaurant Populaire Saveur, en las escaleras que bajan hacia el mercado desde la rue de la Liberté, unos metros más abajo de la puerta del hotel Minzah. Es un sitio con el aire de esos mesones decorados abigarradamente con supuestos objetos campestres o marineros que sufrimos en todas las ciudades españolas. Éste tiene la irritante virtud de conjuntar ambas modalidades. Mantiene un menú fijo con precio fijo. Un precio fijo (150 dirhams = 15 €) absolutamente desorbitado comparándolo incluso con los de los restaurantes más lujosos de la ciudad y teniendo en cuenta que no sirven alcohol. La comida es abundante, bien cocinada, dudosamente imaginativa y servida con un ritmo estrafalario, tanto en el tempo como en el orden de los platos. El propietario se muestra extremadamente dicharachero y chistoso, usando aún jurásicas muletillas del calibre de a jugaaaaaaaaaaar, lo que una vez comprobado el percal del asunto, no es precisamente de agradecer. La guinda la pone él mismo cuando una vez recibida la cuenta regala con mucho misterio a la siniora un horripilante cesto de paja junto con un par de tosquísimos cubiertos de madera que C. se ve obligada a portar por una equivocada e innecesaria cortesía todo el camino de vuelta al hotel.
ADDENDUM: Interesante artículo sobre el último gran representante de la música andalusi de Tánger Mohamed Ben Larbi Temsamani.
Comentarios
También nosotros fuimos obsequiados con un cesto y unos cubiertos de madera cuando cenamos en el Restaurant Populaire Saveur, el de las escaleras. El cesto nos fue muy útil como recipiente donde guardar las pinzas de la ropa, hasta que el inevitable paso de los años a la interperie acabó con él. Todavía lo hechamos de menos. Ningún utensilio de plástico moderno ha logrado desempeñar tan bien su función, durar tanto tiempo y, sobre todo, integrarse tan bien en la casa; con ese toque rústico que lo hacía tan entrañable. En cuanto a los cubiertos de madera me dolió desprenderme de ellos. Mi "siniora" decidió que serían un buen regalo para su mamá, así que acabaron en casa de mis suegros. Dichos presentes eran una muestra de la artesanía popular beréber. El restaurante está regentado por un señor de esa etnia y la comida que sirve es una muestra de sabrosos platos populares beréberes bien elaborados. Nos gustó y repetimos. Como decía alguien: "Todo es según el color del cristal con que se mira".
Cato Zulú — 27-06-2006 01:00:06
Desde luego que todo depende del cristal... antropológico con el que se y mire. Yo conozco algo de la artesanía bereber y a mí los objetos regalados me parecieron fabricados por el curso de alevines de una supuesta Escuela de Artesanía “Amazigh”. En cuanto a lo demás, no sé si los platos formaban parte de la tradición gastronómica bereber, pero sí que la cuenta podría inaugurar la “entrañable” tradición del “sablazo bereber”.
Harazem — 27-06-2006 09:09:58