El monoteísmo contiene en germen todas las formas de tiranía
Cioran
Rutilio Namaciano
La saludable relectura de El desafío cristiano. Las razones del perseguidor de José Montserrat Torrents (Anaya & Mario Muchnik. Madrid, 1992) y de El aciago demiurgo de E.M. Cioran (versión de Fernando Savater) (Taurus, 1974) me han hecho reflexionar de nuevo estos días sobre la terrible desgracia que se abatió sobre la humanidad con la implosión del cristianismo en el Imperio Romano.
En un arranque de sinceridad Torrents se lanza al ruedo:
Declaro que si bien los cultos del paganismo me resultan indiferentes, los ideales humanísticos, éticos y filosóficos de la mayoría de sus últimos representantes esclarecidos (un Séneca, un Plinio, un Epícteto, un Plotino, un Marco Aurelio... me inspiran una extraordinaria simpatía, hasta el punto de considerar que, en su conjunto, hubieran representado para la humanidad un camino de progreso espiritual mucho más beneficioso y humano que el ofrecido por el cristianismo. (pg. 77)
Fue la esclarecida autonomía del individuo, del ser humano racional la que perdió la guerra frente a las fuerzas tenebrosas de la superstición y el oscurantismo.
El cristianismo fue una enfermedad vírica que infectó el cuerpo social del Imperio Romano y que acabó, por falta de medidas profilácticas adecuadas, por contaminarlo por completo y por destruir su esencia cuando afectó a los centros vitales del poder.
Durante 17 siglos el poder absoluto cristiano fue tejiendo lentamente el capullo de la leyenda áurea de sus orígenes con los hilos de la calumnia contra el paganismo secretados por sus propagandistas. Estudios recientes y más o menos imparciales han ido desenmarañando con la herramienta del rigor histórico los acontecimientos y las causas que llevaron a una civilización tolerante y abierta a entregarse a una religión exclusivista, totalitaria y oscurantista, de cuyas garras a duras penas las sociedades civiles actuales consiguen desembarazarse. Las consecuencias fueron nefastas para el humanismo, con la pérdida de la mayor parte del bagaje cultural, filosófico y ético de la civilización grecolatina, que tuvo que esperar al Renacimiento para comenzar a resurgir de sus cenizas. No es cierto que dicho bagaje cultural perviviera en la nueva civilización cristiana. La destrucción de sus bases fue minuciosa y efectisima. Se trató de un verdadero cataclismo ideológico. El absolutismo teocrático, el dogmatismo doctrinal y la represión brutal de la disidencia lo sustituyeron. Y si se lograron salvar algunos jirones no fue precisamente por su cuidado, sino porque quedaron arrinconados en los desvanes de los monasterios o fueron rescatados por estudiosos musulmanes que los reintrodujeron versionados en occidente a lo largo de la Edad Media. Así, pues, el mundo romano sufrió dos invasiones bárbaras seguidas: la de los seguidores del galileo y la de los pueblos germánicos.
Puede decirse sin temor a exageración que la romana fue la sociedad dotada del sistema de gobierno más democrático que ha existido en el mundo desde la revolución neolítica hasta la irrupción del parlamentarismo tras las revoluciones ilustradas del siglo XVIII. Está en cualquier manual. Su esencia no sólo se basaba en la participación (los mayoría de los cargos públicos y los representantes del pueblo y los senadores (SENATUS POPULUSQUE ROMANUS) eran electivos) sino sobre todo en el concepto aplicado de gobierno de la concordia, la homonóia, representada tanto en el mundo político como, y especialmente, en el religioso y en el ético. El mundo religioso romano, el paganismo, se basaba en la aceptación de todas las creencias como válidas, siempre que no atentaran contra el decoro propio de las costumbres ni contra la auctoritas. Todas las religiones tenían derecho a existir y todos los medios para alcanzar la comunión con la divinidad eran válidas. El reza y deja rezar. O, como siglos después proclamaría Ghandi: todas las religiones son ríos que van a dar al mismo Mar-Dios. Incluso, a pesar de no ser miradas lógicamente con simpatía, los monoteísmos estrictos (judaísmo, cristianismo) que injuriaban, demonizándolas, a las demás deidades con su exigencia de única verdad divina.
En cuanto a la ética social, no emanaba directamente de la religión, sino de la filosofía. Religión y ética estaban perfectamente separadas. La religión, sobre todo la popular, folklórica y ritualista, colmaba las necesidades espirituales de los ciudadanos con la variedad necesaria y garantizada de cultos diferentes, pero las normas de conducta se destilaban de conceptos racionales filosóficos. No es que el pueblo llano estudiara sistemáticamente filosofía, aunque la adscripción popular a escuelas filosóficas está constatada, sino que la filosofía que generaban los pensadores y las diferentes escuelas acababan marcando las directrices de las normas de convivencia sociales. Y el poder imperial recogía las más útiles para legislar. La altura moral de los filósofos grecolatinos no fue superada jamás por ninguna escuela de otra civilización, porque asentaban sus ideas, preceptos y recomendaciones en bases racionales, en la intuición de que es la pura necesidad de cooperación de los seres humanos aliada con la tolerancia la que tiene que garantizar la pacífica convivencia de las sociedades. Y por supuesto la idea de que las normas morales de una sociedad vienen dictadas por la revelación de un dios a un único intermediario les hubiera parecido aberrantes, a los que no conocieron el cristianismo, claro. Hablamos de Sócrates, Aristóteles, Séneca, Plinio, Plotino pero también de emperadores de una altura ética e intelectual inigualadas en la historia del mundo: Adriano, Trajano, Marco Aurelio...
El cristianismo surgió como una secta dentro del judaísmo y como tal se mantuvo por más de un siglo, recluido en la sinagoga y beneficiándose de los privilegios jurídicos que la legislación romana le concedía como religión acrisolada y de orígenes antiguos tanto en la Palestina originaria como posteriormente en Roma y otras regiones del Imperio.
El problema de los cristianos para salir a la luz no era de doctrina ni de ninguna circunstancia litúrgica, sino del carácter delictivo de su origen. Efectivamente el gobierno romano, que fue absolutamente permisivo respecto al consumo espiritual de sus súbditos, no podía permitir sin embargo una secta cuyo fundador había sido condenado a muerte por sedición, por poner en cuestión la legitimidad del poder romano y de su aliada la realeza judía, proclamándose él mismo, rey de los judíos. Esa era la única base jurídica para la proscripción. Y se tiene constancia, a pesar de la propaganda posterior cristiana, de que muy pocas veces el poder romano ejerció ese derecho de persecución. Y parece ser, a la luz de los datos que poseemos, que nunca lo hizo directamente, sino que se limitó a atender obligatoriamente las denuncias de los ciudadanos que acusaban de serlo a los cristianos. En ese caso sólo se les pedía a los acusados que hicieran un gesto de adhesión al emperador, una ofrenda pública, que no tenía por otra parte un carácter religioso, sino meramente civil, equivalente al actual de jurar o prometer una Constitución (1), ya que la divinización de un emperador sólo comenzaba tras su muerte. Si se negaban, el juez se veía obligado a cumplir la ley condenándoles a muerte. La mayoría de las veces por decapitación. Las persecuciones sistemáticas fueron escasas y muy diseminadas a los largo de los siglos II y III. La película esa que han vendido durante 17 siglos de cientos de miles de miríficos cristianos asesinados en el circo en cómodas tandas por gladiadores o devoradas por las fieras mientras las masas de paganos se descojonaban de la risa es una trola malévola e injusta. Ello ocurrió en momentos muy puntuales (incendio de Roma de Nerón) y cercanos al Edicto de legalización (313), cuando el número de cristianos había crecido tanto que el pueblo llegó a sentirse directamente agredido por su intolerancia y exigió escarmientos a sus emperadores. Efectivamente los cristianos, expertos de inmediato en el arte de detestar, como los llamó Cioran, vituperaban agresiva, consciente y sistemáticamente a los dioses ajenos, tachándolos de monstruosos, demoníacos y falsos y reclamaban ya demasiadas veces el suicidio-martirio injuriando a las demás creencias. El emperador Diocleciano, en los primerísimos años del S. IV, sobre todo vio la oportunidad de hacerse popular organizando una persecución en regla, que exagerada hasta el paroxismo, sirvió de modelo a la propaganda martirial cristiana. En el 313 Constantino proclama el edicto de Milán de proclamación de libertad religiosa total. Sus hijos convertidos al cristianismo por influjo de su madre comenzarán la presión sistemática para erradicar el paganismo. La presión se convertirá en proscripción absoluta bajo Teodosio (391). Los perseguidos se convierten en perseguidores. La libertad de culto terminó, comienza la tiranía del torvo dios judaico. La égida del morbo necrófilo, el oscurantismo, la paranoia de la culpa, la esquizofrenia del rechazo a la carne. Los templos fueron destruídos. Las estatuas destrozadas (2).
La mala suerte de los paganos (3) fue que su persecución no pudo ser amplificada por los siglos de los siglos, amén. Pero ocurrir ocurrió. Y desde luego, fue mucho más efectiva que la viceversa. Los paganos no consiguieron exterminar a los cristianos, pero éstos no tardaron mucho en hacer lo propio con aquellos. Qué poco tardaron en hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. La conversión forzosa al cristianismo se hizo a sangre fuego y terror. Mucho terror. El de las hogueras y los tormentos inquisitoriales. El mismo que mantuvieron hasta que las sociedades civiles consiguieron limar los dientes a la fiera vaticana. Hasta ayer mismo. Por los siglos de los siglos. Amén.
Como complemento os REGALO el último capítulo (Epílogo) del libro de Torrents y el texto completo de Cioran sobre el cristianismo primitivo.
EL DESAFÍO CRISTIANO.LOS NUEVOS DIOSES (CIORAN)
(1) No cabe duda de que muchos magistrados hubieran pactado a gusto con los cristianos un tipo de ritual que no ofendiera sus sentimientos religiosos, como habían hecho con los judíos que accedían a cargos públicos (véase pag. 21). Pero el cristianismo de los primeros siglos había hecho de la intransigencia virtud.
Pag. 21: Los divinos Severo y Antonio no sólo permitieron que aquellos que se adhieren a la superstición judía obtengan funciones públicas, sino que además les impusieron formalidades tales que no ofendieran su superstición. (Ulpiano, en Digestum, 50,2,3,3) Torrents, El desafío... (VOLVER)
(3) El término paganismo viene de pagus (aldea) y hace referencia al hecho de que tras la entronización del cristianismo como religión única del estado, la religión romana hubo de refugiarse en los más recónditos lugares, en las aldeas, donde también fue perseguido hasta su final exterminio. (VOLVER)