viernes, 12 de septiembre de 2008

MÚSICA PARA NARGUILE






Una de las cosas que más placer me han producido en la vida es la narguile. Poder disfrutar de ese artefacto específicamente diseñado para proporcionar sofisticadas sensaciones placenteras ha constituido un complemento perfecto para el estado de razonable felicidad de que he gozado buena parte de mi vida. Hasta que me quité del tabaco. Los sufrimientos que me inferí en la consecución de semejante hazaña me llevaron a renunciar totalmente al disfrute esporádico del humo perfumado y la botella borboteante. Hay quien consigue quitarse de los cigarrillos y puede seguir fumando porros o narguile de vez en cuando, pero yo he sido un yonqui del tabaco toda mi vida y como está escrito en todos los tratados, no existen los yonquis de fin de semana. O eres o no eres o te conviertes en el eterno lloriqueante del mehtoyquitandooooo. Así que lo mío fue radical. Quitarme definitivamente del disfrute de cualquier alcaloide administrado en forma de humo. Para un individuo tan vicioso y tan débil como yo supuso una de las pocas hazañas de voluntad de las que puedo sentirme orgulloso

Yo descubrí la narguile en mi primera visita a Egipto en mayo del 91, cuando la recientísima primera guerra del golfo permitió el fenómeno verdaderamente inusitado de poder pasear por las pirámides a lo largo de todo un día absolutamente solos. El año anterior había fumado algunas en Túnez, donde pasé un verano estudiando árabe, pero me parecieron demasiado fuertes, herederos como son de la tradición dura turca, como lo sirios. Fue el descubrimiento del ma’asal (tabaco impregnado de melaza) lo que me enganchó definitivamente a las boquillas. La conversión ocurrió en el café Fishaoui, un decrépito café lleno de encanto y de espejos situado en un mahfouziano callejón de Khan el Khalili, a dos pasos de la puerta del hotel Hussein, nuestro reiterado lugar de asentamiento en El Cairo cuya incorregible cutrez consigue sin esfuerzo paliar el disfrute de un balcón sobre la plaza de El Hussein, uno de los espacios urbanos más divertidos del mundo.


Vista de la plaza y la mezquita de El Hussein desde nuestro balcón del hotel Hussein un viernes. Los enormes parasoles (plegables) son un reciente regalo del gobierno saudí a los piadosos cairotas.


Un afortunado y novelesco azar nos había hecho encontrar a nuestros amigos navarros C. y K., que también habían aprovechado el miedo de los turistas para conocer un Cairo inédito, en la terraza del Hussein y con ellos continuamos un increíble viaje que nos llevó hasta Petra, en Jordania, en un viaje atravesando en un barco atestado de refugiados un Mar Rojo infestado de cañoneras de la OTAN y que deberé contar en otra ocasión. Ya digo que en ese año en el Fishaoui, y prácticamente en todo El Cairo, era imposible encontrar más guiris que nosotros. Así que era posible realmente sentir estar viviendo un momento único. Tras las largas excursiones urbanas en el laberinto cairota siempre acabábamos derrotados en las desvencijadas sillas del café. Pedíamos unos tés y una shisha (el nombre egipcio de la narguile, provinente de la homónima turca = botella). Yo ensayaba mi muy primario árabe solicitando una ma’asal (simple de tabaco con melaza) o una tufahi (ma’asal perfumado de manzana) y esperábamos, una vez servidos los tés, ver al shishero (nombre que le dábamos al empleado encargado de preparar y servir las shishas) venir hacia nosotros con el cuerpo principal del artefacto en una mano, y en la otra el tubo, cuya boquilla chupeteaba aspirando con fuerza para conseguir que los carbones encendidos sobre la cazoleta atiborrada de tabaco lo prendieran correctamente. Una vez frente a nuestra mesa, colocaba la botella en el suelo, arrimaba la chupeteada boquilla a su mugriento blusón y lo frotaba con fuerza contra él en un aparente intento de disolver los restos de su saliva con la roña adherida a la tela, pero presumiblemente con la finalidad real, pero frustrada, de higienizarla convenientemente. Tras un a todas luces por nuestra parte infructuoso intento de suplementaria higienización de la boquilla con un socorrido clínex pasábamos a disfrutar colectivamente del sabor y del aroma del humo perfumado en el por una vez no retórico “marco incomparable” del viejo Cairo en su propia salsa. Los ovales espejos instalados en pleno callejón nos devolvían nuestras intrusas imágenes en aquel ambiente a prueba de descripciones tópicas y nos obligaban a reírnos de nuestra propia felicidad regalada de turistas valientes y felices rodeados de exotismo no reciclable. En nuestras posteriores visitas a El Cairo descubrimos que en el Fishaoui y en los lugares más turísticos de la ciudad los shisheros proveían de boquillas individuales y de un solo uso de fabricación china, claro, a los fumadores que solicitaban una narguile con lo que el encanto de las maniobras higienizadoras pasaron a mejor vida.


La última caja de ma'asal tufahi que me traje de El Cairo y que no llegué a abrir tras quitarme del tabaco


Pero en ese primer viaje fundacional nos proveímos de todo lo necesario para tratar de clonar la experiencia cairota en Córdoba. Entonces no existían esos modernos kits de narguiles orientales completos que ahora son la prueba irrefutable del origen de los turistas que salen por las puertas de nuestros aeropuertos. No, nosotros tuvimos que comprar, regateando, uno a uno todos los elementos del paquete narguilesco: la botella, el talle, las cazoletas de barro, los paquetes de tabaco de diferentes calidades... Y embalarlo. Y una vez en casa carburar para proveer de combustible a las insaciables cazoletas de ma’asal. Carbón de barbacoa debidamente troceado. Agujerear una lata de conservas a la que se ha provisto de un asa de alambre, colocarla cargada de carbón en uno de los hogares de la cocina de butano para encenderla, moverla pendularmente unos segundos y dejarla colgada de un tendedero el tiempo justo para conseguir unas brasas en condiciones.



Después, en las sofocantes noches del verano cordobés, disfrutar relajadamente del delicioso humo en mi patio al hilo de una buena conversación o, sobre todo, y ya en solitario, escuchando adormecidamente mis músicas árabes favoritas. Um Kulthum, Abd el Khalim, Warda... Pero desde el primer momento el favorito para tales menesteres fue Abd el Wahab, concretamente una larguísima canción que ocupaba toda una cinta de cassete y que había comprado en Túnez sólo porque me habían comentado que estaba prohibida en muchos países árabes. Efectivamente se trataba de Min ghair leh, el último trabajo del nonagenario cantante, actor y compositor egipcio, a quien se debían las mejores canciones (letra y música) interpretadas por la Gran Dama, Um Kulthum, entre otras muchas la celebérrima Fakarouni. Los ulemas de la Universidad Islámica de El Azhar, casualmente situada frente a propio hotel Hussein, habían dictaminado que ciertas frases como eres mi vida, eres mi religión, habibi eran blasfemas. Túnez conservaba por entonces (1990) su pátina de laicismo heredada del dictador Burghiba, recientemente desfenestrado, y no prohibió la venta de la blasfemia, pero creo recordar que en el propio Egipto, y por supuesto en las monarquías petroleras la canción quedó proscrita. De hecho, la última vez que estuve en El Cairo, en 2003 no conseguí encontrarla ni siquiera en SONOCAIRO, la mejor tienda de música de la ciudad.

Abd al Wahab murió en El Cairo justo el mismo día (3 de mayo de 1991) en que nosotros salíamos en un tren de ella camino de Assuan. Fue en esta ciudad sureña donde me enteré. Compré varias revistas que dedicaban monumentales monográficos a la estrella de la canción fallecido. Desgraciadamente en aquellos tiempos mi árabe me daba para el nombre de las calles y poco más. Así que una vez hojeadas las tiraba. Hoy me hubiera gustado haberlas conservado. Y sobre todo lamenté no haber estado en El Cairo para el multimultitudinario entierro. No recuerdo cuántas personas lo acompañaron en su último paseo, pero leí la cifra y me pareció exorbitante. Aunque sin llegar a rozar las que se juntaron en 1975 para despedir a Um Kulthum: cinco millones.

En el último viaje a El Cairo tuve que soportar la tantálica tortura de tomar un té en el Fishaoui rodeado de una litúrgica nube de humo de shisha y lo que es peor contemplar cómo C. se fumaba una ella sola ante mis narices. Pero me mantuve firme (comme scoglio) y conseguí superar el terrible mono que me embargó.



Pero en recientes días pasados he sufrido dos embates tentacionales de gran calibre que han hecho que se tambalee mi fe en mi mismo. Tras una cena casa de unos amigos apareció de repente una narguile provista de un aromatísimo tufahi (tabaco de manzana). Me resistí como gato panza arriba para no dejarme convencer de colofonar la deliciosa comida con un par de inocentes chupaditas. Comme scoglio. Pero unos días después mi amiga H. se presentó en casa con una colección de productos recién traídos de Siria para organizar una cena árabe típica. Como mi shisha hace tiempo que feneció de una tonta caída traía además la suya propia y un magnífico ma’asal sirio. Pero sobre todo traía un CD de un cantante sirio desconocido para mí que inmediatamente me recordó a Abd el Wahhab. Una voz profunda arropada por unos preciosos arreglos modernos. Entre los sabores de los dulces sirios, el te, el olor del ma’asal y la voz de Abed Azrie, no tuve más remedio que caer. Addio, scoglio.

Bueno, ha pasado una semana y no he recaído en el tabaco. ¿Podré convertirme en un yonqui de fin de mes? ¿Deberé fumar sin peligro narguile en Teheran, lugar al que viajaré dentro de muy poco? Y lo que es más importante ¿conseguiré disfrutar ya en casa de la que pienso comprarme allá como complemento al goce de escuchar a mi nuevo cantante favorito sin volver a engancharme a los asquerosos cigarrillos?


martes, 9 de septiembre de 2008

Por tierras de la Valencia interior

Visita relámpago a tierras valencianas. Aunque el exclusivo motivo fue el cultivo de la amistad, la charla larga y demorada con nuestros amigos de Cheste C.Z. y M. en su profunda casa frente al mar de naranjales, hubo tiempo para la excursión. El propio Cheste no cuenta con demasiados atractivos en sí mismo, pero es un pueblo muy agradable y sus habitantes hablan un castellano con un acento cantarín y graciosamente seseante. La fama le vino en los años 70 por contar con la mayor Universidad Laboral de España, especializada en los estudios de bachillerato elemental. Tres de mis hermanos estudiaron allí. Hoy la fama le viene por un circuito de carreras de motos construido en su término municipal muy cerca de la antigua Laboral. La estética de las manifestaciones artísticas deportivas tienen todas un aire de obviedad zafia más acusado cuanto más bruto y antiintelectual es el deporte al que se dedica. Un deporte tan machorrista como éste en el que se mide la motosterona, hormona androgénica producida por los peludos testículos de los amotoristas y que consiste en la demostración de quién la tiene más grande, corre más y hace más el chorras sobre ella, no podía menos que exigir una representación acorde con el nivel de sensibilidad que provoca. Este es el monumento que algún cráneo privilegiado del lugar ha mandado poner en una polvorienta rotonda a la entrada del pueblo en honor a la motosterona que invade la zona cuando hay competiciones.


Monumento a la motosterona (Cheste)


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Santo chestano con una corona realmente descacharrante


La excursión duró un día y se desarrolló por algunas zonas puntuales de la comarca de Los Serranos, cuya capital es Chelva, un precioso pueblo que conserva un casco antiguo de fuerte sabor andalusí, con dos barrios árabes y uno judío laberínticos y recoletos. La plaza es interesante, cuadrada y con una impresionante iglesia de fachada barroca, pero que destaca por la sobriedad de su diseño.


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Pero la atracción más importante del pueblo es el acueducto romano de Peña Cortada situado a una decena de kilómetros. Los restos constan de dos acueductos-puente y de un largo canal cubierto excavado en la roca sobre la ladera de un impresionante risco.

El primer puente está muy deteriorado y sólo cuenta en la actualidad con un arco de los seis con los que contó. Más arriba y para salvar un enorme barranco se construyó otro de tres arcos que se conserva en perfecto estado. De él parte el canal excavado en la roca que puede seguirse por el túnel a lo largo de un kilómetro. El recorrido completo da una idea de la pericia de los ingenieros romanos y de los esfuerzos que hicieron para dominar las fuerzas de la naturaleza.



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La siguiente parada fue Alpuente, un pequeñísimo pueblo cercano a la raya de Aragón, escondido en un desfiladero a la sombra de una enorme peña coronada de un castillo. Como todos los demás pueblos de la zona estaba en fiestas y a C. y a mí nos llamó la atención la proliferación de banderas rojigualdas en los balcones, algo que es raro ver en las fiestas andaluzas, a no ser que lo que se celebre sea que la selección nacional de patadistas haya ganado alguna copa. Supongo que no tendría nada que ver pero la calle principal se sigue llamando aún Avenida de José Antonio. Un anciano que me vio fotografiar la placa me preguntó: Qué, a que ya no quedan muchas como esa. No, le dije, ¿por qué no la cambiaron?. Bueno, se rascó la cabeza, nadie se puso nunca a ello.
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Otro día nuestro amigo CZ se tiró el rollo de hacernos una superfideuá a fuego de leña, que regada con unos riquísimos tintos de su pueblo, muy cercano a Requena, nos condujo a una sobremesa morosa y relajada.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Memoria histórica y miseria moral (IV)

HIPOCRESÍA BENEMÉRITA

El problema con que se encuentra el necesario ajuste de foco de la memoria histórica española no es tanto que las víctimas del terror nacionalcatólico no hayan sido debidamente rehabilitadas, o tan siquiera decentemente reenterradas, sino que los victimarios todavían gallean con chulería o exigen a la mínima un respeto que no se merecen. No hablo de personas concretas, todas prácticamente muertas, ni siquiera de herederos de fortunas provinentes del saqueo del país por sus mayores, sino de instituciones que no han tenido ni siquiera la decencia de refundarse para tratar de disolver en el agua del olvido los crímenes corporativos de que son deudores. Hablo, claro, del Ejército y de la Guardia Civil. Hoy día ambos cuerpos armados están perfectamente imbricados en las instituciones democráticas cuyo mandato procede de la voluntad popular por vía parlamentaria, dicho sea todo ello en un plano meramente teórico, e incluso a veces cumplen misiones de las llamadas humanitarias propias de ONGs, pero durante los años ominosos de la dictadura e incluso desde mucho antes, representaron la cara más feroz de la represión fascista y sus memorias están contaminadas profundamente por ella. Pero jamás dieron muestras de arrepentimiento, considerando claramente que su honor está perfectamente a salvo manteniendo el orgullo de haber sido lo que fueron y haber hecho lo que hicieron.

Pero podrían mantenerse calladitos y no mandar a sus portavoces que las levanten a la más mínima que consideren que su honor, el que toca s su pasado, es mancillado. Sobre todo si lo hacen por una gilipollez.

Hace unos días aparecía en la prensa la noticia de que la creación de un museo dedicado a un bandolero del siglo XIX en El Borge, un pueblo de la Axarquía malagueña, había causado la indignación de la Guardia Civil mostrada en un comunicado de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) de Andalucía, en el que se deploraba el que alguien que había vivido al margen de la ley y había asesinado a miembros del cuerpo fuera homenajeado.

Parece ser que el alcalde de ese pueblo es un apasionado del tema del bandolerismo y sobre todo del bandolero local, El Bizco de El Borge (1837-1889) y tiene el afán de atraer turistas a él. Y a los conservadores del delicado honor de la Guardia Civil le parece una vergüenza.

A mí me parece lo del alcalde una gilipollez de sacacuartos de dudosa rentabilidad y en cambio lo que me parece una vergüenza es el comunicado de un cuerpo que jamás ha pedido perdón a la sociedad por las fechorías de tantos de sus miembros que han llenado en el pasado los campos y las ciudades de España de tanto dolor. Yo no he visto nunca que hayan deshonrado públicamente ni se hayan avergonzado de personajes de charol tan siniestros y crueles como los encargados del genocidio de la Córdoba del 36, cuyos crímenes están perfectamente documentados (7000 en 6 meses), los comandantes Zurdo y Bruno Ibáñez, alias Don Bruno. Ni de los miles de cabos de cuartelillo que aterrorizaron en la posguerra a la población de los barrios pobres de todas las ciudades españolas. En Córdoba tenemos el caso de “El Colorao” también conocido como El Cabo de la Magdalena, cuya crueldad produjo el dicho de tener más mala leche que el Cabo de la Magdalena. Ni de las siniestras parejas que patrullaban el campo español desde su fundación para proteger las propiedades de la aristocracia agraria de las hordas de hambrientos que ellos excluían. Ni de los beneméritos torturadores retratados en la película El crimen de Cuenca (1979) cuya exhibición les puso tan nerviosos que consiguieron prohibirla durante un año y medio.

El honor. Qué cansancio. Yo siempre pensé que la Transacción se hizo a punta de pistola de la banda armada que secuestró al país 40 años, pero por lo menos cuando se aflojó la presión sobre el gatillo debería haberse exigido la higienización radical, mediante la disolución, de los dos cuerpos armados que salvaguardaban el fascismo colonial en España: la Legión en el exterior y la Guardia Civil en el interior. Lo que los moros fueron para la Legión, los españoles librepensadores y los campesinos pobres fueron para la Guardia Civil. Y eso los socialistas de chichinabo que nos gobiernan hace años que deberían haberlo solventado y nos libraríamos de tener que seguir escuchando desde sus cuartos de banderas sus aguardentosas voces reclamando el respeto a su apolillado honor cada vez lo sientan ligeramente tocado.

El que hoy día vaya camino de convertirse, cuando consigan su desmilitarización, en un cuerpo de seguridad normal de una democracia liberal europea no lo exime de su pasado, ni del hecho de no haberlo mirado nunca con la debida vergüenza.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Memoria histórica y miseria moral (III)


EL AMOR A CÓRDOBA


El inmoderado culto que en esta ciudad se rinde a un personaje como Antonio Cruz Conde sólo es posible en el seno de una sociedad con la mirada seriamente mutilada. En los últimos tiempos se vienen escuchando muchas reclamaciones para que se le dedique una calle (cuando lo que tiene rotulado a su nombre es todo un barrio, el Parque Cruz Conde), se le homenajee convenientemente y se le conceda el título de mejor alcalde de Córdoba de todos los tiempos, fundación de Claudio Marcelo inclusive.

Un par de recientes libros absolutamente hagiográficos y sienes y sienes de artículos en la prensa local en los que predomina un inmoderado uso del incienso, completan un panorama que cualquier persona que rechace mirar más allá de la mera apariencia histórica no tendría más remedio que reverenciarlo de inmediato de la misma manera. Los dos libros han sido publicados con el fin de demostrar que la modernización de esta ciudad, anclada en una Edad Media, parece ser que ex nihilo, se debió únicamente a los faraónicos esfuerzos benefactores del que fuera alcalde de la ciudad, sucesor (alcaldía hereditaria) únicamente por méritos consanguíneos de su hermano Alfonso, desde 1951 a 1967. Uno de ellos se debe al periodista y esforzado erudo local Francisco Solano Márquez (La Córdoba de Antonio Cruz Conde) y el otro a Juan José Primo Jurado, un católico militante que ofició durante varios años de turiferario oficial del presidente de Cajasur, el cura Castillejo, de triste memoria entre los progresistas (reales o ficticios) cordobeses. El primero no me he dignado leerlo por falta de ganas, porque no me interesa la índole de su contenido y porque dejé de leer vidas de santos a los 13 años, pero el segundo titulado Antonio Cruz Conde y Córdoba: memoria de una gestión pública, sí. Pero he de confesar que por el motivo exclusivo de su prólogo, debido nada más y nada menos que a la alcaldesa electa de Córdoba por Izquierda Unida Rosa Aguilar. Lo leí cuando apareció y lo he vuelto a leer estos días. Y el horror me ha embargado esta segunda de la misma manera que lo hizo en la primera.

En esta ciudad hace tiempo que dejamos de asustarnos de los virajes ideológicos de nuestra alcaldesa, pero lo de la Aguilar en ese prólogo ha conseguido hacer rebosar el vaso de la soportabilidad en la falta de rigor histórico, de coherencia con lo que un político representa, de delirante untosidad cobista con los símbolos de una ideología desalmada que responde sólo al beneficio de los poderosos y de un inicuo entreguismo tan gratuito que entra de lleno en los terrenos de la crueldad pura y dura.

Comienza nuestra regidora poniéndose el parche con una preciosa declaración de democratismo: Hay en el mundo de la política una tentación que no comparto: negar el pan y la sal a quienes no piensan como uno mismo. Me he resistido siempre a esta práctica porque creo también que el reconocimiento de los valores desde el respeto hacia lo que cada uno piensa es necesario y justo.

Lo primero que rechina a la racionalidad más elemental es que la alcaldesa democráticamente elegida por los ciudadanos mediante unas elecciones libres fundadas en el uso de papaletas de voto en urnas de cristal introducidas y luego cuidadosamente contadas como mandan los cánones democráticos, coloque su legitimidad al mismo nivel que la de un individuo que accedió al poder tras participar en la organización de un golpe de estado fascista, colaborar en la conversión de su ciudad en un campo de exterminio donde se llevó a cabo un inenarrable genocidio de varios ceros a sangre fría (1) y el acceso a cargos de responsabilidad política en un gobierno totalitario de índole moral idéntica al nazi alemán sólo por su pertenencia a una dinastía de caciques locales que venían heredando cargos públicos desde el siglo XIX. Y a eso lo llama respetar a quien no piensa de la misma manera. Tiene nuestra alcaldesa una manera muy peculiar de entender las diferencias ideológicas. Reconocimiento de valores, dice. Ya te digo..., como diría el chuleta madrileño.

Pero lo más atroz viene después cuando seguidamente de considerar igualmente digna de respeto la ideología del alcalde falangista que la suya, pasa a declarar que lo que la une realmente a él, dos almas gemelas en un noble sentimiento, es su común AMOR POR CÓRDOBA. Como a Rosa Aguilar no se le conocen tendencias ni acusadas ni tímidas al sarcasmo habremos de pensar que no hay ni pizca de aquél en sus palabras. Por lo tanto habremos de colegir que son sinceras, que coloca su amor por Córdoba al mismo nivel que el de quien necesitó que le eliminaran 4.000 paisanos para consumarlo. Bueno, es una enorme manifestación del amor por parte de la alcaldesa no sólo a la ciudad, sino a todo el genero humano en general, genocidas y maltratadores de ciudades incluidos. A aquellos que amaron a España o a sus ciudades con ese enternecedor (y respetable, según Aguilar) amor de o mía o de nadie y que consiguieron domar su casquivania a base de brutales palizas.

Mire doña Rosa, miren señores adoradores del alcalde falangista. Eso que comunmente se llama guerra civil no fue más que el secuestro de todo un país por parte de una banda armada hasta los dientes y dispuesta a matar sin contemplaciones, como así hicieron a mansalva, a cualquiera que se resistiera lo más mínimo. Consistió en el descabezamiento (literal) de toda la intelectualidad de carrera o de mérito de este país y su sustitución por una panda de falangistas cruzados de correajes y armados con pistola cuyo únicas oposiciones o valores fueron los que le dieron el uso del gatillo fácil. Fue el fruto de un contubernio entre una burguesía feudal que no estaba dispuesta a ceder ni un milímetro de sus privilegios ancestrales, sus perros de presa, la casta militar africanista y la Santa Madre Iglesia que no estaba dispuesta a perder un ápice de su control sobre las conciencias de los españoles, seriamente contaminadas de racionalismo, liberalismo, democratismo, librepensamiento y otras enfermedades contagiosas del espíritu que empezaban a carcajearse sanamente y con fuerza de sus infumables supersticiones. La frase célebre del conde de Salina: que todo cambie para que todo siga igual, aquí, aquella triaca de poderosos, la convirtió en matar a todo dios para que todo permanezca lo mismo.

En el fondo es una cuestión de terminología: los Cruz Conde y todos los demás caciques, sus perros de presa como Franco, Mola, Queipo o Cascajo y los benditos curas llamaban España (o Córdoba) a sus privilegios, a los que desde luego prodigaban un excelso amor. Así que todo lo que pusiera en peligro a España era digno de eliminación.

La mutilación de la mirada hacia su reciente pasado que este país se autoinflige se debe al uso un prisma distorsionado artesanalmente que impide la contemplación del régimen franquista como equivalente moralmente al nazi y al fascista italiano y a los ejecutores del golpe y sus consecuencias posteriores como genocidas y criminales de guerra, de la misma calaña que los juzgados en el tribunal de Nüremberg. Cualquier europeo neutral con sus prismas perfectamente enfocados los ve así.

En cuanto a los supuestos o reales bienes que sobre esta ciudad derramó don Antonio no me voy a prodigar, pero desde luego la Córdoba que se encontró cuando llegó a la alcaldía se hallaba tan hundida en la miseria material y moral en la que él y los suyos la habían sumido tras la radical desinfección que cualquier cosa que hiciera no sólo era su obligación como dictadorzuelo de taifa, sino que resplandecería enormemente sobre la nada previa, en un momento además en que el bloqueo internacional se había levantado y se necesitaba un salto adelante en infraestructuras para justificar el saqueo a que sometían al país. Se le adjudica un pantano (supongo que sería del catálogo de los de Franco), un aeropuerto, la necesidad más perentoria, como todo el mundo sabe, para una ciudad sumida en la miseria, una avenida para realzar el puente que le regaló su suegro, el conde Vallellano, ministro fascista de Franco, al que dedicó la placa de su nombre y que no ha sido cambiada aún como dicta la ley, la kistchificación de algunas calles de la Judería para adecuarlas al gusto por el topicazo andaluzoide de moda en el momento, la falsificación de las murallas, dos hoteles de lujo (otra necesidad perentoria), un museo taurino, un concurso de cante flamenco. Y varias cosas más que el curioso puede encontrar en la Wikanda por ejemplo.

De todas formas sólo hay que acercarse a la segunda parte de las muy piadosas memorias del doctor Castilla del Pino (La Casa del Olivo) o a su célebre artículo de Triunfo Apresúrese a ver Córdoba para comprender en toda su dimensión en qué consistía ese amor por Córdoba tan cacareado por la burguesía fascista cordobesa. La conversión de tantos céntricos palacios centenarios en productivos terrenos edificables se llevó a cabo sin apenas disimulo con el exclusivo amor de su enriquecimiento. En ese artículo está la lista de arranques amorosos de Cruz Conde y sus secuaces.

Como las reglas de tres son las más fáciles de las operaciones comparativas podría decirse que por una de ellas Hitler fue el mejor gobernante que tuvo Alemania en su Historia porque creó miles de infraestructuras e instauró las vacaciones pagadas para los nobles obreros alemanes (arios, claro) y Franco un gobernante supermegaguay y un estratega económico del copón porque en los años 60 consiguió el despegue de la economía mediante sus impresionantes Planes de Desarrollo.

A ver si vemos pronto a Rosa Aguilar pasarse de una vez al PSOE, donde tendrá más oportunidades de seguir agarrada a la teta del poder desbarrando a gusto o bien se postula como nueva presidenta del CÓRDOBA CLUB DE FÚTBOL, un puesto que le permitiría hacer declaraciones mucho más lisérgicas de las que viene haciendo hasta ahora sin que nadie se lo tuviera en cuenta.



(1) He de añadir por amor a la verdad lo que cuenta Castilla del Pino en sus memorias (pg. 112 de La Casa del Olivo), que en un momento indeterminado del genocidio cordobés, en pleno otoño del 36, dos miembros de la familia Cruz Conde visitaron a Queipo de Llano, de visita en Córdoba, para denunciar la brutal represión del carnicero teniente coronel de la Guardia Civil don Bruno y que Queipo montó en cólera porque se atrevieran a criticar a su delegado. ¡Se estaban pasando con el genocidio y corrían el peligro de quedarse sin nadie a quien gobernar cuando acabaran las purgas! (VOLVER)



MEMORIA HISTÓRICA Y MISERIA MORAL (I)
MEMORIA HISTÓRICA Y MISERIA MORAL (II)

Memoria histórica y miseria moral (II)


Pero la ceremonia de la confusión en que se vienen empleando últimamente tantas fuentes que hasta ahora estaban calladitas no se debe a totalmente a que se sientan amenazadas por investigaciones, descubrimientos de fosas o desenmascaramientos, sino a que se sienten realmente con derecho a seguir alzando chulescamente la cabeza retando a cualquiera que pretenda hurgar en la memoria de un tiempo ominoso que llenó de dolor y miedo a varias generaciones de este país. Y lo peor es que mucha gente discreta y sin demasiado que ver con los hechos o con el espíritu de los herederos morales de los criminales acaban dando pábulo a las mixtificaciones que con las que aquellas intoxican el panorama historiográfico español para acabar pidiendo olvido por una supuesta culpa compartida.

Dos corrientes paralelas, aunque no contrarias tratan de interpretar el golpe fallido del 18 de julio (además de asesinos eran unos mantas) desde un punto de vista justificatorio de las razones del mismo y de la masacre subsiguiente.

La primera habla de una especie de pecado original español, el cainismo, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y que conformó un país dividido en dos bandos irreductibles. Su tesis principal es que realmente en los años treinta del siglo XX esos dos bandos tradicionalmente enfrentados, no pudiendo soportar más el odio que envenenaba sus entrañas, convocaron a los militares para que les organizara una guerra en condiciones donde poder despacharse a gusto matándose a placer unos a otros y se dedicaron a ello con paciencia y con tesón a partes iguales. Ganaron unos, los más fuertes, y ya está. Menear esa mierda con el palo de la historia 70 años después es un ejercicio estéril y peligroso.

La otra tesis tiene varias cabezas, como la malvada hidra de la mitología: una se basa en la consideración del gobierno surgido de las elecciones de febrero del 36 como ilegítimo por haberlas ganado mediante pucherazo. Otra afirma que la guerra realmente comenzó con la revuelta (revolución bolchevique según ellos) del 34 en que se dieron los primeros pasos para convertir a la católica España en una dictadura del proletariado. Una tercera es a la propia República a la que tacha de régimen tiránico y caótico, cuyos políticos azuzaban a las masas para que quemaran iglesias y violaran monjitas, lo que llegó a un punto insostenible en los meses previos a la guerra. La única gente decente que quedaba con poder en España decidió entonces sublevarse y dar un golpe de estado. Como realmente no eran demasiados (o eran unos chapuzas, característica esencial del ejército franquista a lo largo de toda su historia) la cosa se les fue de las manos y entonces tuvieron, con la inestimable ayuda de Dios y por pura defensa propia, que emplearse en reprimir como pudieron a todos aquellos que se resistieron al nuevo orden en las zonas conquistadas, lo que llevó a algunos excesos. Excesos que desde luego fueron muchísimo más sangrientos y feroces en el otro bando, en la zona no conquistada desde primera hora.

Estas dos tesis, fundamentalmente la segunda, heredera de la debida al historiador oficial del régimen franquista Ricardo de la Cierva, a pesar de su actual escasa relevancia en el mundo académico, han tenido la suerte de contar con un lanzamiento mediático espectacular, habiéndose convertido, por obra y gracia de los medios de la derecha (COPE Y EL MUNDO), en una de las corrientes de divulgación historiográfica más escaparateadas en las librerías de todo el país. Las opiniones basadas en los presupuestos han invadido los foros de internet y las cartas al director de los diarios. Hay que tener en cuenta que las tesis de Ricardo de la Cierva y los demás turiferarios mantenidos por la dictadura fueron las únicas posibles dentro de nuestras fronteras durante 40 años, dado que el de los historiadores que vivieron la república fue un gremio también prácticamente exterminado por los salvadores de la patria y que sus versiones tuvieron el monopolio académico en escuelas y universidades. Como afirmé recientemente en uno de esos foros, si en mis ya lejanos años de estudiante de Historia me adelantan que Ricardo de la Cierva no era realmente un fósil al que sólo leían vejestorios de bigotillo alfonsino, sino un gen replicante perfectamente vivo y listo para alumbrar una corriente de interpretación histórica que llenaría en el siglo XXI los escaparates de las librerías y los comentarios de los foros de internet, igual hubiera abandonado este mundo cruel y retirado a un monasterio budista a buscar el nirvana cantando mantras.

Mientras, a las tesis académicas de los historiadores serios que tratan de beber en las fuentes más acreditadas, buscando una deseable, aunque difícil, objetividad, se las encuentran solamente asomando el lomo en las estanterías especializadas. Para el caso de Córdoba tenemos la enorme suerte de contar con la obra de Francisco Moreno que abarca la capital y la provincia y que mencioné en el post anterior: La Guerra Civil Española (1936-1939). Completada posteriormente (1987) con Córdoba en la posguerra: (la represión y la guerrilla, 1939-1950), prologado por Paul Preston acaba de anunciar la próxima publicación de un exaustivo estudio sobre las víctimas bajo el título de El genocidio franquista en Córdoba en el que presumiblemente añadirá el resultado de sus últimos estudios.

En sus trabajos Moreno ha puesto de manifiesto claramente que la república no soportaba tras los meses previos a la victoria del Frente Popular una situación más caótica que otros periodos anteriores que se solventaron pacíficamente, al menos por parte de los obreros y los partidos de izquierda. En cambio la actividad provocadora de Falange se hizo francamente insoportable a lo largo del mismo periodo, comenzando a conspirar con los militares retirados víctimas de la ley de Azaña y con la burguesía, en el caso de Córdoba, la cortijera, que temía las probables reformas sociales que se avecinaban. La Iglesia en muchas ciudades y pueblos también colaboró fehacientemente en la conspiración. Es notoria por ejemplo la participación de un obispo que luego acabaría en Córdoba, Fray Albino, en los preparativos del golpe en Tenerife.

Así pues se trató de un golpe de estado de corte fascista para imponer un régimen totalitario a imagen y semejanza de los ya instalados en Italia y Alemania fruto de la alianza de las clases privilegiadas con el ejército y con la Iglesia. Nada más. Las instituciones democráticas republicanas por su parte funcionaban con normalidad por muchos problemas que aireen los historiadores revisionistas, como la famosa carta de Azaña en la que mostraba su preocupación por los desmanes de algunos izquierdistas y que el más dislocado de todos ellos, Pío Moa, se ha tatuado en su pesho de valiente y leal lejonario.

Y como decía en el anterior post, en el caso de Córdoba, la toma inmediata de la ciudad por las fuerzas militares de la guarnición local ayudada por una cohorte de falangistas y ultraderechistas y por miembros de las clases altas incluidos títulos nobiliarios, todos ellos perfectamente armados, convirtió la ciudad en una ratonera en la que la banda armada cerró los accesos y se dedicó durante varios meses a planificar y ejecutar un genocidio de proporciones aproximadamente conocidas. El profesor Moreno afirma haber recibido la información de Rafael Castejón y Martínez de Arizala, personaje de veleidades autonomistas pero nada desafecto al régimen de Franco, de haber tenido acceso a un documento de la Cruz Roja donde constaba la cifra de más de 7.000 fusilados en la ciudad hasta las navidades del 36, todos ellos ordenados por el coronel Cascajo y los mandos de la Guardia Civil de terrible memoria comandante Zurdo y el teniente coronel Don Bruno que convirtieron la ciudad en un ensayo de Auschwitz, en un campo de exterminio.


Evidentemente la principal beneficiara de la matanza fue la burguesía cortijera que se libró de un plumazo de sus oponentes políticos y sindicales. Entre ellos destacaron los miembros de una familia de caciques de larga raigambre hereditaria en la política local y que a pesar de su innegable responsabilidad en el genocidio aún sigue gozando de una inexplicable consideración por todas las fuerzas vivas de esta ciudad: los Cruz Conde. José Cruz Conde fue el coordinador del golpe de estado en la ciudad, enlace entre las fuerzas paramilitares (falangistas), los militares de la guarnición y los militares sublevados en África. La calle principal de esta ciudad conserva su aún su nombre. Con dos cojones. El equivalente sería que la calle principal de cualquier ciudad alemana llevara aún el nombre de Goering o Goebels. Así de sencillo. Sus sobrinos Alfonso y Antonio Cruz Conde (que da nombre a todo un barrio) fueron los fundadores de la Falange en la ciudad en 1933 y su responsabilidad en el golpe y toma de la ciudad innegables. Ambos fueron alcaldes tras la masacre. Por elección hereditaria.

Si España hubiera corrido la misma suerte que sus hermanas de ignominia Italia y Alemania todos ellos habrían sido juzgados por crímenes de guerra, genocidio y rebelión, probablemente condenados a cadena perpetua y sus memorias habrían quedado manchadas por el crimen para los restos. Pero como los equilibrios geoestratégicos de las potencias occidentales pasaban por el mantenimiento de un régimen ferozmente anticomunista en el sur de Europa, sus fechorías quedaron impunes. Luego se completó la felonía en la Transacción, cuando a cambio de olvido y ceguera las fuerzas ascendentes (aunque supuestamente descendientes de los masacrados, pero en realidad surgidas de la disidencia franquista, PSOE incluido) consiguieron poder, que no el poder, el real, que siguió siempre en las mismas manos. Y hoy día, tiempos de más reveladora ceguera, asistimos a la solemne estupidez aliada con el oprobio de ver cómo sus nombre son mantenidos o recuperados para el panteón de glorias locales benefactoras de la ciudad.


Precisamente mientras redacto estas líneas descubro un artículo que publica hoy en El Día de Córdoba la escritora Matilde Cabello. A Matilde le recriminé agriamente hace tiempo una alabanza de José Cruz Conde en otro artículo suyo en el que cargaba sólo a su favor las obras públicas olvidando la contra de su participación en el genocidio franquista. También he leído hace unos días que prepara el texto de una obra de teatro sobre la guerra civil, un tema sobre el que lleva trabajando 20 años. Me alegra infinito que me de la oportunidad de rectificar.

En el artículo de hoy hace una semblanza del escultor montalbeño Enrique Moreno El Fenómeno y relata las circunstancias de su asesinato (el 9 de septiembre del 36) a manos de los que convirtieron esta ciudad en un campo de exterminio sin nada que envidiarle a los posteriores alemanes: en lugar de cámaras de gas, tapias. Más de 7.000 ejecuciones en 6 meses. En cómodas tandas.

El dato más interesante es el descubrimiento de que la persona que, como un Judas traidor de opereta, condujo a Enrique a la tapia, mediante un burdo engaño, fue un joven aspirante a pintor que probablemente envidiaba el éxito del polifacético y expansivo artista o lo odiaba por su acendrado democratismo. Un pintor que se convertiría en el principal cartelista de feria y semana santa de la ciudad, adorado por todos los capillitas y caspofrikis cordobeses, y que llegaría a ser comisario de policía, en pago a sus atroces lealtades: RICARDO ANAYA. Su nombre contamina la inocencia de una calle en El Higuerón. Oído cocina.


MEMORIA HISTÓRICA Y MISERIA MORAL (I)
MEMORIA HISTÓRICA Y MISERIA MORAL (III)