jueves, 25 de junio de 2009

El misterio del voto rojo cordobés

Publicado previamente en LA CALLEJA

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Muchos de mis amigos de ciudades con gobiernos municipales o autonómicos en manos de la derecha perifascista española siguen sin creerme cuando les digo que Córdoba, a pesar de contar con un gobierno de Izquierda Unida aliada con el PSOE, es una ciudad profundamente de derechas, exactamente igual que Málaga y Madrid o su Comunidad, y que votaría a un alcalde del PP, incluso a un candidato tan incoloro, inodoro e insípido como el Niño del Flequillo que se presenta aquí. Y lo que es peor en ese votaría se incluyen las clases populares, tan cretinas como las madrileñas, empeñadas en que aquellos que representan los intereses de los ricos les desmonten los servicios públicos (sanidad y escuela pública) que son su único bien perdurable, en dar razón al secular proverbio mongolés de que no hay nada más tonto que un pobre de derechas. ¿Cuál es elemento modificador que hace que tenga que usar el condicional del verbo que indica el hecho de elegir a quien deba administrar el bien común? ¿Acaso las clases populares cordobesas, en perpetua crisis estructural, tienen un gen especial de lucidez del que carecen los madrileños que les impele a no votar a sus enemigos naturales de clase? ¿Acaso tienen una formación política y una intuición ética que les lleva a colocar sistemáticamente a presuntos progresistas adalides de la solidaridad social y la planificación racional de la administración de los recursos en los cargos municipales? Nada de eso queridos amigos. Nuestros políticos de los partidos con siglas que apuntan a esas características sólo son un poquititito mejor que los que representan esencialmente los intereses de las clases poderosas, la perpetuación voceada del sistema actual de injusticias, porque al menos tienen que retratarse de vez en cuando con alguna espectacular medida progresista (siempre bienvenida) que choque contra la moral católica para sacar pecho. Pero en realidad sólo son unos íncubos especializados en administrar la miseria moral del capitalismo. De la material ya se encargan los propios dueños sin problemas.

No, el elemento corrector que hace que haya que decir votaría en lugar de vota se debe a un invento genuinamente cordobés, un mecanismo sumamente ingenioso que sólo podía surgir de la mente de unos profesionales de la escuela del famoso fulerismo andaluz por el que nos conocen a los habitantes de esta bendita tierra hasta en la Conchinchina, diseñado y puesto en funcionamiento tras algunos tanteos experimentales exitosos en los años 80 en las oficinas de urbanismo del ayuntamiento cordobés: las VPPO (Viviendas Piratas de Protección Oficial). Básicamente se trataba de sustituir la construcción de VPO (Viviendas de Protección Oficial) prometidas incansablemente en los programas de campaña electoral, por una política de vista gorda a todo el que quisiera construírselas ilegalmente en terrenos prohibidos.

La cosa comenzó cuando comprendieron que el Tirón Anguita no iba a durar siempre. Y que la casta política que medró a su sombra no aguantaría ni un derechazo en próximas elecciones. Así la política de mano dura con los primeros piratas de los primerísimos años fue sustituida muy pronto y conscientemente por una apenas disimulada invitación al delito, basada en el principio de que tu mano izquierda no sepa qué hace la derecha y exhibiendo una descoordinación de servicios que indicaba claramente a los infractores el camino a seguir: aceptación de sencillas multas que venían a equivaler a un permisos de obras y garantía de no ser molestados nunca más por la policía, así como consecución de línea de enganche de luz por Sevillana mediante simple firma de los pedáneos. Todo el mundo captaba el mensaje publicitario subliminal: Hágasela usted mismo incluso más barata de lo que nosotros podríamos ofrecérsela legalmente. Permitieron la parcelación y venta en cómodos trozos de la rica vega cordobesa, legalmente no urbanizable, y alentaron fuertemente su urbanización salvaje permitiendo que se publicitara mediante el boca a boca la semiimpunidad de los infractores. Todo muy subliminalmente pero con una claridad meridiana. Con ello el gobierno municipal se ahorraba un pastón y conseguía mantener en un perpetuo chantaje a todo el que, ante la ausencia demostrada de riesgos, se lanzaba de cabeza en el pozo de la ilegalidad, haciendo recaer la indispensabilidad de su legalización futura en la permanencia de esos mismos políticos de Izquierda Unida en el poder. En apenas una década los primeros cientos de votos cautivos se convirtieron en varios miles conforme la metástasis parcelista iba colonizando la feraz vega cordobesa a velocidad de pólvora encendida. Y el fenómeno se contagió a la sierra y a otras zonas de nuestro enorme término municipal. La inmensa mayoría construcciones de segunda vivienda. Un tremendo e injusto agravio comparativo con todos aquellos, la mayoría, que se ven obligados a cumplir todos los requisitos reglamentarios e impositivos que marca la ley para acceder a una vivienda.

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Un fenómeno que si bien no es desconocido en otros puntos de la geografía española presenta en nuestra ciudad una magnitud tal que hace poder considerarlo genuinamente cordobés. Así, hoy día podría decirse que el voto cautivo parcelista alcanza la cifra de unas 50.000 personas más o menos directos (el parcelista titular y cuantos agregados, familiares y amigos, sacan tajada de pollo domingo si, domingo no, del perol). 50.000 votos, que se dice muy pronto. Tanto la Junta de Andalucía, es decir los políticos del partido que la domina, el PSOE, como la oposición derechista del PP, comprendieron pronto que meter mano a un asunto tan hediondo podría suponerles un coste electoral directamente proporcional al que beneficia a Izquierda Unida en esta ciudad y se aprestaron a esconder convenientemente a los cargos electos más reacios a tragar con el asunto y sólo cuando organismos internacionales les han apretado las clavijas exigiendo cirugía urgente ante la amenaza de que la metástasis se extendiera (de hecho ya lo ha hecho) al yacimiento arqueológico de Medina Azahara, los políticos de todos los bandos han decidido hacer como que hacen algo. Nada, por supuesto, en forma de Oficina Técnica. Una pistola en la espalda llamada 50.000 votos se lo impide.

Pero eso no es todo. Como los 50.000 votos, más los (escasos) que de natural les pertenecen quizás no fueran suficientes para mantener la ficción de su arraigo ideológico en la ciudad, buscaron completar el cupo mediante soluciones más imaginativas. Tras la falta de escrúpulos demostrada en el cuidadoso diseño de la política de VPPO diseñaron una nueva estrategia directamente inspirada en el dicho de Vespasiano (pecunia non olet: el dinero no huele) pero virado en violeta: el voto no huele. Así, el dinero que se ahorró directamente del escaqueo de la construcción de VPO se usó para comprar más votos: los de los sectores más reaccionarios de la ciudad y en una operación de ingeniería política absolutamente delirante, el partido situado más a la izquierda de los que gozan de cuotas de poder en España se hacía con los votos no ya de la formación situada más a su derecha, el PSOE, sino de los que pertenecían por derecho natural al espectro más rancio y ultramontano de la ciudad, el PP, vía las cofradías de Semana Santa. No creo que haya un gobierno municipal del signo que sea en ninguna ciudad española que haya alentado, fomentado y subvencionado con más ardor la irracionalidad y la idolatría supersticiosa de la Semana Santa que la nuestra dominada paradójicamente en sus instituciones por los herederos naturales del republicanismo ilustrado español. La erección de varios monumentos de índole ultracatólica en calles y plazas, el cambio de muchas placas de calles con nombres centenarios por el de curas, cristos y vírgenes, la sintomática inexistencia de roces con la jerarquía episcopal cordobesa, el desprecio más absoluto por los que reclaman la apertura de las fosas de las víctimas del franquismo y el ensalzamiento público de personajes fascistas que fueron sus ejecutores y toda una serie de andanadas de plomo reaccionario contra la línea de flotación de los principios que programáticamente dicen regir la formación han caracterizado la política de Izquierda Unida en la ciudad de Córdoba de las dos últimas legislaturas, dominadas por la figura de la alcaldiosa trilera, Rosa Aguilar, una de los casos de carencia de escrúpulos políticos más delirantes de la historia postransicional de este país.

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La última guinda del pastel del chantaje la pone la subvención a lo más casposo, populachero y tercermundista de la ciudad: el universo de las peñas, unas asociaciones montadas por regla general sobre los pilares machistas más montaraces, las aficiones más tradicionalistas y de las JONS, las cohesiones más chovinistas y los valores más tribales de la sociedad cordobesa. El premio del refregamiento puntual de los políticos con los peñistas, los besuqueos de niños y abuelas (en lo que fue maestra la exalcaldesa) en peroles, romerías y certámenes de dominó representa una minucia comparado con los verdaderos premios económicos que esos colectivos reciben de las arcas municipales. La contrapartida es clara. Ya lo dijo el patilludo Emperador de las Tribus Peñistas en célebre ocasión: quien no cuenta con nosotros la lleva clara.

Su alianza con un empresario que desde un principio apuntaba (era vox populi) maneras de malayo y con la Banca Episcopal ha salpicado con dudas muy razonables la actuación de la gerencia de urbanismo en casos de tratos de favor a cambio de populismo barato, de movilizaciones de exaltación cordobesista generadores de votos cautivos.

Es así como Izquierda Unida, un partido programáticamente alejado de las tendencias naturales insolidarias y antiprogresista de la mayoría de nuestros conciudadanos, han conseguido mantener en su único frente de poder importante la ficción de una ciudad roja por el buen hacer de un equipo de profesionales expertos en la creación de simulacros democráticos. Una especie de aldea de irreductibles galos cercada por los ejércitos del ultraconservadurismo que azota a Europa entera.

Realmente los que nos consideramos votantes naturales de Izquierda Unida podríamos, en un momento de debilidad, alegrarnos a pesar de los pantanosos métodos utilizados, de esa circunstancia. Pero desgraciadamente la traición a sus propios ideales de los gestores izquierdistas en esta ciudad no ha generado absolutamente ningún beneficio real y consistente para la causa de la razón, la democracia y el socialismo. El balance ha consistido en un montón de maquetas y de simulacros de entramado cultural, en la destrucción sistemática del patrimonio arqueológico más importante de la península ibérica, la asombrosa conversión de las calzadas de las calles principales en un sistema de trampas para torcer tobillos y destrozar llantas, la conversión de una de las huertas más feraces de Europa en una serie de poblados de chabolets con parabólica, el desmedido crecimiento de las manifestaciones públicas de la superstición católica, la desvergüenza de la renuncia a construir las VPO que la ciudad necesita y sobre todo la puesta de todo el potencial municipal al servicio del fin único al que realmente están rendidos estos políticos profesionales: perpetuarse con sus sueldos, dietas, sillones, viajes, fotos en la prensa y coches oficiales.

La eficacia del método de chantaje subliminarista inventado por los munícipes excomunistas cordobeses ha sido tanta que ya ha sido copiada por otras piraterías parecidas con éxito asegurado. No hay más que seguir la campaña para la legalización de los chiringuitos de playa, seña de identidad inalienable del alma espetófaga andaluza. AQUÍ y AQUÍ tenéis carnaza para masticar. Pero la gloria del invento hay que reivindicarla para la ciudad de la Mezquita (antes mezquita), cuya historia también quieren falsificar los curas.