Cuatro son los países árabes que más me afectan en su doble sentido, de afección y de afecto: Túnez, Marruecos, Egipto y Siria. En todos ellos dejé vivencias y amigos. Y en todos he sentido directamente cómo el infecto aliento del poder arbitrario amenazaba las nucas de todos los ciudadanos, que allí eran súbditos. Sin que a los autollamados demócratas del también autollamado mundo libre les preocupara nunca lo más mínimo. Han tenido que ser ellos solos, esos súbditos transformados de pronto en ciudadanos reclamantes de derechos, los que para pasmo general, sobre todo de esos encanallados pseudodemócratas de los países ricos, los que intentaran por fin romper las cadenas que mantenían sus déspotas al servicio de los lobbies empresariales de Estados Unidos y de Europa. Túnez, mi pequeño Túnez, fue el primero, de una tan literaria y eficaz manera que ha provocado las cínicas dudas de los más listos de los analistas a la violeta. Se imponía la visión de los árabes aborregadamente islamizados, sometidos, que es lo que significa la palabra, y por suerte, porque en sus genes supuestamente no aparecía el cromosoma de la autonomía personal y si rompían con sus opresores serían para abrazar a otros aún peores. Y si no ha sido así, pensaban los conspiranoicos desconfiados, es porque la CIA y sus guionistas de Hollywood, una vez más, estaban detrás. En el fondo todos, progres y fachas, estaban de acuerdo en que mejor que los alrededores de los pozos de petróleo estuvieran bien custodiados y que la principal garita del capital oileico en la zona, Israel, siempre en pie de guerra. Centinela alerta. ¡Alerta está!
Pero los ciudadanos de Túnez y Egipto han demostrado, sin la ayuda de la CIA y mucho menos de la de los progres europeos, que son eso, ciudadanos. Ciudadanos conscientes de que lo son. Que quieren ser dueños de sus destinos, algo que por ahora, ni siquiera los del llamado mundo libre son. Porque el poder hace tiempo que ya no reside, ni siquiera aparentemente en ellos. Pero al menos quieren ser gozar de las libertades de que gozamos nosotros. Y por eso los velos y las barbas han quedado fuera de juego. Y ahora todo el mundo empieza a distinguir, a comprender o a intuir que el mundo árabe no es un todo homogéneo, para bien o para mal, ese magma informe producto de lo que Edward Said denunció en ese enorme tratado de antropología del europeo que tituló ORIENTALISMO.
Cada país árabe es un mundo, pero en todos, en absolutamente todos, ha prendido la llama. Y el triunfo de la racionalidad democrática, dentro del orden que permitan los verdaderos dueños de los mecanismos del cambio, que son los ejércitos estatales, de su mayor o menos dependencia umbilical de EE.UU. y sus intereses estratégicos, en cada uno de ellos va a depender de múltiples factores. Ya lo estamos viendo.
Los análisis que de Siria hacen los medios occidentales domesticados vuelven a trigo de la burra de los conflictos religiosos. Sólo les interesa promover la idea de que se trata de luchas interconfesionales entre chiítas, alauitas, cristianos, sunnitas. Y advierten del peligro de la libanización del país si se desencadena una guerra civil. Probablemente ocurra, pero no por cuestiones religiosas, sino por cuestiones menos espirituales. Unas de carácter interno y otras externo. Las primeras se basan en la inimaginable red de funcionarios del régimen que Hafez el Asad tejió por todo el país a imagen y semejanza de la que tejieron los partidos únicos en las dictaduras totalitarias pseudocomunistas. En mi estancia de un mes en Siria cuando aún vivía el terrible león (eso es lo que significa Asad) recorriendo morosamente todo el país me encontré con muchos tipos que llevaban una pistola en el bolsillo trasero del pantalón, sin funda, como descuidadmente, pero muy a la vista. En los autobuses de línea, en los cafés, en las partidas de taula de las puertas de los bloques... Aunque el miedo era palpable por doquier aquel detalle me dio la medida de lo fundado que era. Sirios en confianza y españoles (arabistas en prácticas) que conocí allí me confirmaron que había cientos de miles de sicarios del régimen perfectamente armados y con la orden de demostrarlo. En cada bloque, en cada calle, en cada manzana, en cada barrio había una célula que no sólo vigilaba, informaba e intimidaba a sus vecinos, sino que también los extorsionaba. Además la policía de carreteras, al igual que en otros lugares, por ejemplo Marruecos, redondea sus bajos sueldos cobrando un impuesto discrecional a cada conductor en las rotondas de entrada a las ciudades bajo enormes pancartas donde se animaba a dar la sangre, los hijos y la vida por el lider, Abuna (nuestro padre). Así que el problema principal serían los ajustes de cuentas entre vecinos desarmados y sicarios con arsenal suficiente para armar una guerra. Me imagino que son esos sicarios los que disparan contra las multitudes, además de que lo haga el propio ejército.
A todo ello, desde luego habría que sumar la revancha sunnita sobre la minoría alauita y la de los islamistas que no olvidan que en Hama, en 1982 el régimen masacró a sangre fría entre 20 y 40.000 ciudadanos que, aunque acicatados por los partidos confesionales, mostraron su desafección al régimen baazista.
Las externas provienen de los intereses de Israel, que no puede permitir que su enemigo canónico se convierta en una democracia. La dinámica de la crispación que es su estrategia quedaría bloqueada y sus argumentos para considerarse víctima eterna del odio árabe y poder seguir robando tierras a sus vecinos anulada. Cuenta además con un arma poderosa, además de la nuclear y el ejército más poderoso de la zona: la usurpación de los Altos del Golán, garantía segura de humillación al vecino para que sea incapaz de moderar su política de vecindad.
Todo ello me hace temer lo peor. Ojalá me equivoque y el pueblo sirio gane una transición como la de sus hermanos tunecinos y egipcios. Que el desquiciamiento de su vecino y hermano Iraq, responsabilidad de los intereses occidentales, sea un revulsivo para que si las presiones ciudadanas siguen hasta el punto de que el régimen se sienta incapaz de controlarlo y el ejército decide que no necesita la dictadura para mantener sus privilegios como en Egipto y Túnez, sean capaces de generar un movimiento de reconstrucción nacional. Ejemplificante.
En cuanto a Marruecos, sólo espero que nuestros vecinos del sur descubran por sí mismos que su rey, Mohamed VI es su Mubarak, su Ben Ali, su Bashar el Asad. A pesar de lo que digan gente tan cínica como nuestra ministra de Exteriores. El ejército marroquí tampoco necesita al tipo de la perenne mortaja. Y los ciudadanos si lo necesitan es para obligarle a devolver la incalculable fortuna que su familia lleva robándoles desde hace 50 años y luego darle la patada. Y que serviría para elevar justo al doble el PIB del país.