lunes, 29 de agosto de 2011

Córdoba, la ciudad de las tapas

Es un dato académicamente aceptado de medición historiográfica la consideración de civilizaciónes o culturas avanzadas para aquellas cuyas ciudades contaran con alcantarillado en épocas premodernas. Las más importantes ciudades del Imperio Romano contaron con su correspondiente red de cloacas, la mayoría de las cuales quedaron cegadas a lo largo de la Edad Media, mientras que Córdoba tuvo la suerte de seguir disfrutando de ellas e incluso de verlas multiplicarse por varias veces por obra del esplendoroso estado andalusi. Es portentoso el hecho de que incluso una de ellas, de época claramente romana siga, para pasmo y vergüenza de los implementaores urbanísticos actuales, en perfecto uso a lo largo de toda la actual calle Alfonso XIII. Es fácil escuchar a ardorosos defensores del pasado de la ciudad decir aquello de que mientras Londres o París eran aldeúchas con las calles terrizas infectadas de aguas fétidas, en Córdoba ya existía un alumbrado y alcantarillado públicos.

Es por eso que tal vez sea posible cifrar en esta milenaria tradición cloaquera cordobesa el número cercano al infinito de las tapas de alcantarillas, no de las otras, claro, de las gastronómicas, en una ciudad profundamente sintapista, que empedran las calles de nuestro casco Patrimonio de la Humanidad. Un aferrarse al orgullo histórico. El caso es que con el paso del tiempo las necesidades de la vida moderna ha urgido en todo el mundo a abrir nuevas vías en el subsuelo de las ciudades que permitan conducir ya no sólo los detritus urbanos, sino también la luz, el agua potable, el teléfono, el gas o la fibra óptica. Y por supuesto a la apertura de los boquetes necesarios para acceder a ellos. Pero el caso de Córdoba es claramente especial, porque el número de dichas aperturas es portentosamente incalculable y manifiestamente superior al necesario, como puede cualquiera comprobar mirando simplemente al suelo y descubriendo las sospechosas agrupaciones de tapas de hierro en los cruces o en diseminación aleatoria por las calles. Más, por insistir en la tradición secular, que en ningún otro sitio.

La palma se la llevan esas entrañables redonditas de EMACSA (Empresa Municipal de Aguas Potables) de natural gregario como las ovejitas a las que encontramos invariablemente formando graciosos rebaños, manadas o tropillas más o menos nutridos en los cruces de nuestras callejuelas.

No seré yo a quien le parezca mal, pero sí seré a quien le parezca sorprendente. Toda vez que no distan una de otra más de medio metro y en ocasiones incluso se unen en amoroso roce. Para mí es un misterio el que lo que con un solo agujero y una sola tapa podría ser operativo tenga que solventarse dejando los antes empedrados y ahora plasticuchimanguichurriados adoquinados pisos de nuestras callejuelas hechas un gruyere.

Pero hay lugares en los que la profusión de tapas de jierro es francamente infrachutable. O sea demencial. Como ejemplo os muestro documento gráfico de una esquina para la que yo propongo al Excelentísimo Ayuntamiento de esta ciudad que tanto lo necesita que, en lugar de gastarse un congo en traer a los pelotistas finos de la felpa en una dudosa operación promocional de la marca Córdoba, la presente a los Premios Guiness de los Records como la mayor concentración de tapas de alcantarilla en el menor espacio solar del Hemisferio Norte. Son nada más y nada menos que 19 en unos 4 metros cuadrados. Insuperable, pues. Seguro que lo conseguimos y que, hay gente pa tó, vienen curiosos desde todos los confines de la tierra a fotografiar el lugar exacto donde se da semejante portento. Que por cierto, dejo a vuestra mente viciosamente concursante la localización exacta del mismo. Si en una semana no lo habéis localizado desaparecerá automáticamente esta entrada y no quedará restos de la misma para la posteridad.

Me acabo de acordar de una ya remota (para los cánones de la red) entrada de mi colega bloguero Miroslav Panciutti, arquitecto y urbanista, en la que echaba pestes de una intervención en la peatonalización de la calle San Agustín de La Laguna (Tenerife). Aunque en conjunto no maltrataba demasiado la intervención en sí, sí que se encendía al mostrar cómo las diferentes tapaeras de jierro de registro sumaban en un pequeño trozo la friolera de 113, una cada 5 m2 de superficie. Sin duda una temible competidora a la hora de conseguir el Guiness, pero realmente nada que temer. Por concentración ganamos en el pequeño cruce de callejuelas cordobés por goleada.