No todo ha de ser desesperanza en estos atribulados días del Preapocalirsi Osidental. Mientras la sociedad civil cordobesa se desliza perfectamente engrasada por el túnel del tiempo y a velocidad de vértigo hasta ominosas eras pasadas, nuestro Obispo Monse Deme, el del Báculo Siempre Erecto, ha dado un gigantesco paso hacia adelante en su percepción del mundo y su apastoreamiento de la ciudad. Mientras en Córdoba la orgía macetera y el aquelarre de la caspa (ahí es ná el Perolista Impostor Tico Medina, el matarife de las batracias gracias El Cordobés y y la marquesa del Airon Paip Esperanza Aguirre oficiando en la ciudad en la misma semana como sumos sacerdotes del neopringosismo franquista) nos trasladan a varias épocas atrás, a la década prodigiosa del falangismo cruzcondiano, la Yihad Cofrade crea nuevas tradiciones procesionarias de raíz tridentino-señoritil y nuestro Eselentísimo Arcarde PPiolo I descubre un misterioso contubennio judeomasónico antiferial bolchevique-esaborío que pretende boicotear la sana alegría de los cordobeses, nuestro Excelso Epíscopo progresa en su misión salvífica a pasos agigantados. Si su agudísimo olfato de sabueso inquisitorial había detectado a lo largo de su dilatada carrera como sobresaliente inquisidor los grandes peligros que acechaban a la grey de la Iglesia en herejías, no ya medievales, sino claramente tardoantiguas, como el ARRIANISMO y el PELAGIANISMO, ya por fin ha espabilado y detectado que realmente donde está ese peligro es en la herejía de la Iglesia de los pobres, o sea en la TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN. Yo (y sólo yo) soy sucesor de los apóstoles y garante de la fe en mi territorio, declaraba mientras levantaba la pata y marcaba claramente con su almizcle episcopal las esquinas de ese su territorio, que son casualmente las de esta nuestra desamparada ciudad.
¡Bravo por su Minensia (Gris Marengo)!