Para los que no sean de Córdoba o no conozcan sus tradiciones tendré que explicar que una de las más arraigadas es la de ir una vez al año a venerar a un caimán y una muleta. Un caimán disecado que un indiano mandó de las Américas como ofrenda a uno de los avatares de la virgen-madre del dios que adoran los católicos y que se conserva en el atrio de su ermita. La fogosa imaginación del pueblo llano inventó una leyenda épica, emparentada directamente con las de matadores de monstruos de la Antigüedad y la Edad Media pero que sustituye al héroe noble de la mitología o caballero armado por un pobre presidiario cojo que libra a sus vecinos del monstruo que los aterroriza. Un verdadero héroe popular. O sea, un antihéroe. La muleta del cojo y el cuerpo del caimán sirven desde entonces de saludable contrapeso pagano a la superstición estrictamente religiosa de una fiesta popular y periférica donde las haya.
En la Velá de la Fuensanta de 2011 el ayuntamiento de mayoría neofranquista impuso como primera medida represiva a la ciudadanía un pregonero de las fiestas de conocidas tendencias ultraderechistas, columnista del Acorazado AWC, enemigo del carácter lúdico del símbolo de las mismas, el caimán, y exigidor de que la fiesta girase exclusivamente alrededor del contrarreformismo católico simbolizado por el ídolo bíblico. La ofensa a la ciudadanía que perpetró aquel individuo fue doble: restringir el pregón al interior del templo católico, en lugar de hacerlo en la plaza de todos (aunque por ahora robada por la Iglesia Católica) como se venía haciendo desde que se inauguró el pregonaje y faltarle el respeto al símbolo laico de la fiesta, integrador y festivo, el CAIMÁN, llamándole REPTIL DISECADO y permitiéndose el chistecillo de malafollá y esaborío medular de que a él siempre le pareció, en comparación con los cocodrilos de las pelis, escuchimizado.
Cuatro años ha tardado el Padre Dios Caimán en venir a por ti, peaso mamón. Pero aquí está: ha sido visto en Majaneque, pero pronto dará contigo y convertirá tu orondo cuerpo de portentoso tragador de trigretones en una escuchimizada boñiga de reptil seriamente cabreado.