Era justo lo que Córdoba necesitaba y demandaba en estos históricos y dramáticos momentos prehecatómbicos, un nuevo bibelot estatuario. Una nueva figurita del belén callejero caspocutre cordobés. Después de haber llenado la ciudad de estatuas de curas, de apulgarados paleocordobeses, de resucitados romanos, le toca ahora el turno a los flamígeros bigotazos de los próceres empresarios locales de siglo XIX. A Don Carlos Carbonell y Morand, que ni siquiera fue el fundador de la fábrica que lleva su nombre, y de cuyos posibles méritos para que se le levantara estatua nadie dudaría... si se le hubiera ereccionado hace 100 ó 75 años. Como se hizo en su momento en Málaga con el inventor de la ginebra de nuestros primeros cubatas y que acabaría justicieramente en el fondo de mar por un tiempo sustituido por el monumento al trabajo de los obreros que lo hicieron rico.
El hecho de que se le levante estatua ahora, en el siglo XXI, a semejante prócer local muerto hace 100 años tiene como razón de ser el interés de una empresa privada de contar con un magnífico anuncio publicitario en pleno centro de la ciudad y mantenido por el Excelentísimo Ayuntamiento aprovechando aniversario redondo. Algo parecido a los anuncios-estatuas de curas en las puertas de los colegios privados que se han venido colocando en los últimos años. Y al esfuerzo de alguno de esos emprendeores locales que lo único que emprenden de verdad son campañas para levantar estatuas a alcaldes fascistas o a rejoneadores asesinos.
Desde luego no ha habido que encargar la escultura, un busto de bigotón sobre peanaca, porque el muñeco ya existía desde hace eso, 100 años, y lucía su porte empresarial a la entrada de la propia fábrica de Carbonell. Al menos no se trata de obra de estilo remordimiento, aunque el hecho estético y moral de levantarla ahora sí que pertenece al estilo cordobés por antonomasia. Y desde luego es obra de mérito, ya que su factura se debe a Mateo Inurria. Lo suyo, si la empresa quería donarla a la ciudad, es que hubiera acabado en el Museo de Bellas Artes, junto a otras del mismo autor.
Hay que volver a recordar a ver si a algún miembro presente y pasado responsable de los honores cívicos de nuestro ayuntamiento se le cae por fin la cara de vergüenza que el último alcalde republicano de la ciudad, el socialista Sánchez Badajoz, perseguido como un perro por los falangistas cordobeses y dado por fin caza, fue fusilado por defender la democracia y no cuenta ni con una miserable plaquita de recordatorio de su pasión y muerte y sus causas, no ya en la puerta misma del consistorio, el lugar ideal, sino incluso en alguna pequeña dependencia del templo cívico por antonomasia. Los herederos de los que lo fusilaron, herederos de bienes y de ideas, siguen siendo los amos de la ciudad, esos que deciden qué se homenajea y qué no, a quién se le levanta la estatua y a quién no.