sábado, 2 de septiembre de 2017

OBJETIVO: ECHAR MIERDA SOBRE AL ANDALUS

Los moros eran unos intolerantes y además incapaces de crear arte alguno

Para acceder al contenido de la entrevista objeto de esta crítica picar en la imagen.

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Es desolador asistir a la imparable extensión intoxicadora del discurso nacionalcatólico emitido por el cabildo catedralicio cordobés y por las fuerzas de la reacción historiográfica nacionalista española con el fin de neutralizar el estudio objetivo y normalizado del pasado andalusí de esta ciudad como capital del estado omeya medieval y sus logros políticos, culturales y sociales. Pero sobre todo el del monumento emblema de ese estado: La Mezquita.

No les faltan motivos para ser combativos: la racionalidad democrática de la parte más independiente de sus habitantes se resiste tenazmente a dejarse arrabatar y manipular el más preciado de sus símbolos. Tras la batalla jurídica viene, pues, la simbólica. Nada mejor que contaminar todos los discursos cuyos emisores dependan de una manera u otra de la dadivosidad de ese cabildo. Que son muchos: mutada la mafia episcobancaria de la que tantos estómagos agradecidos dependían, ahora le toca al sector periodístico, turístico y divulgativo mostrarse agradecido, plegándose al discurso intoxicador de la mafia purpurada o morir en el intento de ser rigurosos, objetivos y ofrecer un producto con sello de calidad disciplinar. Porque para eso son los putos amos del cotarro como proporcionadores de empleos a cambio de fidelidad perruna.

A ello responde esa monótona y reaccionaria, por mucho que esa mona maniática se vista con la seda posmoderna, cantinela que entona la falsedad de la convivencia de las tres religiones en el seno de la cultura clásica andalusí y de paso pisotea el mito de la tolerancia de los omeyas. Sin venir a cuento la mayoría de las veces y con el único fin de crear opinión. Como he dedicado un tercio de mi libro CATEDRAL antes muerta que MEZQUITA a desmontar uno a uno los insidiosos argumentos nacionalcatólicos sobre el tema y las descacharrantes ucronías en las que se basan sin ofrecer correlato probatorio alguno, no voy a extenderme aquí. Sólo anotar que sí, que la omeya no fue una democracia idílica, sino un estado autoritario medieval como todos los de la época que persiguió sin piedad la disidencia, tanto dentro de la religión islámica como de la cristiana, en el caso de jariyíes o masarritas (musulmanes) o de los terroristas suicidas cristianos que intentaban dinamitar una paz social que, para el momento histórico y en relación a los reinos que lo rodeaban, se presentaba como rigurosamente avanzada.

Poner como ejemplo de esa carencia de tolerancia el que los distintos colectivos confesionales vivían en barrios separados es una insidia fruto sólo de siseñorismo o de un desconocimiento absoluto de las sociedades de la época y si eso, también de las actuales, donde las poblaciones, de grado o fuerza, tienden a agruparse en barrios étnicamente homogéneos.

Y en cuando a lo de la convivencia o no convivencia (concepto actual, pero legítimamente instrumental y que González Alcantud sustituye muy agudamente por el de convivialidad) hay que ponerlo siempre en relación con algo, con situaciones pasadas y futuras, pero sobre todo con otras entidades estatales coetáneas. Pero podría recordarse, solo por ponernos al mismo nivel de cutrez argumentativa, que en la corte de Al-Hakam I el visir era el conde de los cristianos y su ayuda de cámara se llamaba Jacinto y que en la de Abd al-Rahman II tenemos constancia (porque lo cuentan los propios cristianos) de que existían muchos funcionarios que lo eran sin que su credo les impidiera ejercer altas funciones oficiales. Tenían que pagar un impuesto, eso sí, pero teniendo en cuenta que el estado visigodo, cogobernado por la propia Iglesia, estaba en 711 empleado en la organización de una solución final para los judíos, supongo que puede defenderse sin rubor que es mejor un estado discriminante que no otro exterminante, como mismamente el de los Reyes Católicos de Castilla y de Aragón. Donde si debía haber mucha convivencia era en los reinos hispanos cristianos norteños del siglo X. Dónde va a parar.

El mito de la convivencia de Al Andalus surge sólo como necesidad de buscar un paradigma que contraponer al de la infinita crueldad e índole genocida y uniformadora de la España unificada bajo el báculo de la Iglesia Católica. Y eso es lo que no pueden soportar los curas y ese es el alcaloide que obligan a colocar en el incensario a su monaguillato de periodistas, divulgadores y guías turísticos. Para que las comparaciones bajo notario no puedan ser posibles. Echando mierda sobre Al Andalus sólo buscan esmerilan sus propios crímenes. Como la pasión hermana de echar mierda sobre la República busca esmerilar el genocidio franquista del que la Iglesia fue cómplice.

La segunda perla de la entrevista es esa afirmación rotunda (para explicar lo de las tres culturas) de que LA PARADOJA ES QUE EL MIHRAB DE LA MEZQUITA LO CONSTRUYERON LOS CRISTIANOS. Esa afirmación que, obviamente, como iba buscando la entrevistadora cobrante, además del que le acoge la entrevista, de un medio nacionalcatólico que se mantiene con la pasta del cabildo y del PP, terminó de titular, puede considerarse fruto de un siseñorismo en supuesto grado elevado tanto como de niputaideísmo en grado supino. Aparte de que igual el entrevistado pasa a la historia como descubridor de una crónica andalusí en la que se dice que los bizantinos mandaron arquitectos a Al Andalus para construir el mihrab, porque obviamente los moros que gobernaron Córdoba eran unos beduinazos salidos del desierto con sus tiendas, como defiende el hechicero Nieto Cumplido, y tuvieron que copiar y dejarse hacer todo. O como dijera ese pozo de sabiduría que es nuestro ínclito obispo Demetrio, la Mezquita es arte cristiano y los moros sólo pusieron el dinero.

La profesora Calvo Capilla que ha estudiado con profusión los programas arquitectónicos, decorativos e iconográficos de la Mezquita de Córdoba dedica varias páginas (87-108) de su voluminoso libro Las mezquitas de Al Andalus a demostrar que toda la ampliación de Alhakam II constituye la cumbre evolutiva de un estilo arquitectónico completamente propio del estado omeya cordobés que comenzó con la construcción de la primera mezquita y continuó en Madinat Al-Zahara, en el que se entrecruzan sincréticamente todos las corrientes artísticas del Mediterráneo, desde las bizantinas, herederas del mundo grecorromano, hasta los programas constructivos de la nueva espiritualidad islámica surgidos en la Siria del siglo VII y los abasíes posteriores. Y que las suras del Corán que los cubren forman, cuidadosamente elegidas, parte de un minucioso plan de afirmación de poder filosófico, religioso y jurídico estrictamente omeya andalusí. Y que el hecho de solicitar/aceptar colaboración en la obra a/de Bizancio no consintió más que en un juego diplomático que beneficiaba a ambos estados por igual. Al omeya le sirve como signo de poderío económico y de paso para emular la decoración de la Mezquita de Damasco, la de los antepasados de sus gobernantes, mientras que al bizantino le coloca en un privilegiado estatus de oferente de regalos de alto valor suntuario.

Por su parte, Alberto Montejo ha, así mismo, demostrado que el programa decorativo floral, tanto de los relieves de Medina Azahara como de los mosaicos del mihrab responden a un elaboradísimo plan iconográfico de representación del poder que atiende a las necesidades de afianzamiento local de la dinastía omeya y que, por lo tanto, no fueron concepción de ningún genio cristiano venido de fuera, sino de los artistas andalusíes al servicio de la corte omeya.

No hay ningún texto de la cronística andalusí que diga, como afirma el entrevistado, que el emperador bizantino enviara arquitectos. Sólo Ibn Idhari, el cronista maghrebí del siglo XIV, que utilizaba textos anteriores, hace referencia al envío de un maestro artesano experto musivario acompañado de una cantidad elevada de teselas ya confeccionadas y al que se le asignaron varios artesanos andalusíes para que le ayudaran en la tarea de armar las figuraciones que le fueran indicadas por los diseñadores omeyas.

Pero nada de eso importa. La periodista necesitaba un titular nacionalcatólico, una etiqueta que vender al cabildo y nuestro divulgador, que confiesa por lo demás no ser experto en historia de la ciudad, se lo ha proporcionado gustosamente. Para qué estudiar antes de divulgar si para la cultura mugrienta que se consume en esta ciudad sobran y bastan los eslóganes publicitarios al servicio del poder que otorga posibilidades de poder pagar las letras del piso o los colegios de los niños. Y que son los que nutren esa gelatina infame que conforma el pensamiento salmorejistaní, ese que tiene su templo y se emite con sobrada autosuficiencia acodado en la barra del Carrasquín.

Otro día, si eso, comento el delicado detalle de primar el turismo de australopitecos despedidores de soltería porque deja migajas eurísticas en la ciudad sobre el de las excursiones del Inserso de abuelos sin posibles que vienen a disfrutar de las florecicas y las maceticas de nuestros patios con las habas contadas de sus pensiones.