jueves, 18 de enero de 2018

Saqunda y la tabarra mozarabista

Continúa la regurgitación cíclica del desvencijado mito de los mozárabes y su apuntalamiento por parte del apolillado staff académico cordobés. La hiperinflación de la importancia de los cristianos andalusíes es uno de los pilares básicos de la historiografía nacionalcatólica española. La superpotenciación del indigenismo hispanogodo y la minimización de los aportes étnicos africanos y asiáticos son las señas de identidad de la historiografía española, no sólo de la más carcundosa, sino incluso de los más reputados investigadores de finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI. La huella de Simonet fue tan grande que en su molde caben todos los pies.

Todo por tal de no considerar a Al-Andalus como un estado islámico de la misma familia que todos los demás que se extendieron desde al Indo a los Pirineos, pero sobre todo de los magrebíes, cuyo componente étnico fue de lo más variado, ya que tras la conquista (que sí la hubo pese a los delirios olagüistas y sus epígonos) entraron en el circuito de los movimientos migratorios bereberes y árabes desde los primeros momentos y que en un siglo consiguió una homogeneización socio-religiosa casi completa. Los cristianos a la altura de 818 debían de ser una minoría muy minoritaria relegada a pequeños arrabales muy localizados, Cercadilla y, probablemente, pero no con seguridad, San Pedro. Y desde luego los restos de la lengua popular latina debían de localizarse sólo en esas zonas. Otra cosa es la aristocracia elitista cristiana que manejaba el latín culto, escribía y atesoraba libros en los monasterios de la sierra pero que no dejaban de ser un cogollito de irredentos orgullosos de sus viejos linajes senatoriales.

Hoy encontramos en el DIARIO CÓRDOBA un último ejemplo. En estos días andan las autoridades académicas con el culo entre dos manos con la conmemoración del 1200 aniversario de la Revuelta del Arrabal del Saqunda, al que he dedicado todo un libro. Yo no pido que se rebajen a leerlo, que tendrán tareas infinitamente más importantes a que dedicarse los portentosos erudos locales, pero al menos deberían replantearse constantemente las bases de sus conocimientos, tarea fundamental de la labor académica y disciplinar historiográfica. No, la boca de ganso historiográfica española dice que los muladíes eran mayoría y además eran el alma del progreso cultural andalusí. Debe ser que consideran que los bereberes (muchos habitantes de zonas latinizadas como Volúbilis) o los árabes de tercera generación del Maghreb eran unos follacamellos incapaces de crear nada sin el genio cristiano sometido, pero completamente vivo y listo para adiestrarlos. Y no sé yo si ese portentoso crecimiento que experimentó Córdoba, en la que surgió un arrabal que alcanzó probablemente los 30.000 habitantes, entre mediados del siglo VIII y la fecha de la revuelta 818 (60 años) pudo ser fruto del crecimiento natural de mozárabes y muladíes solamente, teniendo en cuenta que en 711 Córdoba debía ser una ciudad con una población difícil de cuantificar pero sumamente exigua.

Pero el catedrático de Historia medieval José Manuel Escobar Camacho sigue en la senda simonetista y deja bien claro en un artículo que usa para publicitar las jornadas sobre Saqunda de la Real Academia de Córdoba asociada con la Fundación Paradigma que en este contexto sociopolítico y religioso hay que situar la llamada «revuelta del arrabal de Saqunda», barrio densamente poblado que había surgido en la zona meridional extramuros de la ciudad al aumentar la población cordobesa. Allí convivían muladíes y mozárabes, gentes de economía modesta (artesanos y mercaderes), con una minoría de alfaquíes (expertos en jurisprudencia islámica) malekitas. Muladíes, mozárabes y alfaquíes... Ya. Cristianos travestidos, se convirtieran o no, con babuchas y turbantes. Nada de población emigrada del otro lado del charco mediterráneo. La raza hispana en su pureza y su ingenio sigue siendo la columna vertebral de Al Andalus.

Pero peor es lo que perpetraba hace unos cinco años en el mismo medio el reputadísmo catedrático de Arqueología de la UCO Desiderio Vaquerizo en una de sus jeremiadas columnarias, en la que afirmaba sin rubor que ... sin embargo, las cosas no siempre fueron fáciles. Sirva como ejemplo la rebelión del Arrabal de Saqunda, un barrio populoso de viejos ecos hispanorromanos (su nombre deriva del miliario alusivo a la segunda milla de la via Augusta , y muchos de sus pobladores eran cristianos obligados a convertirse al Islam)… Nuestro arqueobispo ya no sólo supone este travestimiento, sino que además lo hace obligado. No sé si se refiere a que los moros les colocaban un alfanje en la garganta a los pobres hispanogodos: a ver elegid, perros infieles: rezar en pompa o “muette”.

No sé en qué fuente ha leído nuestro catedrático que los musulmanes obligaran a nadie a convertirse al islam salvo en contadísimas y muy localizadas temporalmente ocasiones. Otra cosa es que los cristianos se convirtieran para evitar el impuesto de dimmíes que también estaban obligados a pagar los judíos. No es que estuviera mu bonita esa discriminación, pero desde luego no los obligaban a convertirse, los torturaban, los ejecutaban si no infringían irrazonablemente sus leyes, les requisaban sus bienes y los exiliaban sin posibilidad de evitarlo como hizo sistemáticamente el estado nacionalcatólico español con las demás religiones tras culminar la destrucción de Al Andalus.

Y por otra parte, ambos catedráticos deberían saber que NO EXISTE NI UNA SOLA PRUEBA de que en Saqunda, en sus 60 años de existencia, viviera ni un solo cristiano. Nadie dice que no los hubiera, pero desde luego no existe ni una sola prueba. Ni arqueológicas, ni derivadas de las fuentes, ni demostrada por haber sido hallado algún enterramiento en la zona que siguiera su rito. Ni una sola. Sólo se han encontrado cementerios cristianos y muy pequeños en el Marrubial y la Noreña, lo que indica lo marginal de su existencia. Tal vez -sólo tal vez- con la única excepción del tabernero de la alhóndiga del vino que según las fuentes estaba en el arrabal y de la que era propietario el propio emir. Tal vez, sólo tal vez, fuera cristiano, pero es una suposición tan supositoria como la de los catedráticos y todos aquellos que afirman que en Saqunda, no ya que hubiera algún cristiano, sino que estaba habitada fundamentalmente por poblaciones de excristianos y cristianos. Y de los únicos cristianos que hablan las fuentes, y mira que hablan de cosas y de gentes esas fuentes, que refieren los años del arrabal, es al conde Rabi’, que fue alto funcionario de la corte y de un criado personal del propio emir. O sea que debía haber pocos, pero estaban bien situados, probablemente porque pertenecían a la aristocracia irredenta hispanogoda.

Porque el caso es que siempre haya cristianos o excristianos cuando se habla de la Historia de Al Andalus. Y remarcar el tema de los mártires, un tema que se come injustificadamente desde el punto de vista disciplinar por sí solo casi un tercio de los estudios que sobre esa época se realizan. Cuando esos cristianos, como dice el profesor Martínez Enamorado, no eran más que una de las muchas minorías, musulmanas y no musulmanas, con que los estados islámicos tuvieron que bregar. Las fuentes árabes, tan prolijas en detalles, ni siquiera los mencionan, igual que las crónicas del imperio egipcio no mencionaron al puñado de israelitas que sus soldados debieron de llevarse como rehenes para asegurar la paz en la zona. Y a ambos, y a sus líderes Moises y Eulogio, los hemos tenido hasta en la sopa de todas las noches en la tradición judeocristiana y en la nacionalcatólica desde hace siglos.

Y desde luego convertir en una rebelión de los hijos de la indómita raza hispana católica contra la tiranía islámica y extranjera de la aristocracia elitista omeya, lo que no es más que una revuelta inscrita en los puros parámetros de la lucha de clases. Eso sí, la primera de la que tenemos constancia histórica en la península ibérica.

domingo, 14 de enero de 2018

De cuando el rey de España y yo estafamos a la UCD

Me he quitado un peso de encima. A menos unos gramos. Durante muchos años viví con la mala conciencia de haberme portado en un ya lejano momento de mi vida como un estafador. Hoy ese íntimo sentimiento de vergüenza por mi delincuente proceder ha sido ligeramente aliviado por el conocimiento de que compartí víctima de esa estafa propia con el mismísimo rey de España.

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Aunque ya había tenido conocimiento hace años de esa granujada real no ha sido hasta esta mañana cuando la he conectado con la mía propia, ambas con víctima común: la UCD. Cuando he visto con otros ojos EL CÉLEBRE VIDEO en el que el periodista Gregorio Morán, ese azote de alimañas culturetas, pero sobre todo, de transicionistas sin vergüenza, cuenta como el rey hoy Emético, perdón, Emérito, estafó al correoso sha de Persia y al partido de la carroña franquismiquis sacándole al primero para el segundo, con el fin de contribuir al freno del comunismo, la friolera de diez millones de dólares y que se quedó él para él solito. Sí, amigos, para ese partido-francoenstein que aglutinó a la variopinta fauna del franquismo gatopardiano que no recibió ni un solo dólar de aquella donación del sátrapa persa para la causa anticomunista española.

La cosa tendría una gracia de episodio de novela de pícaros si no fuera porque el asunto no ocurrió en el patio de Monipodio sevillano del siglo XVI, sino en las altas magistraturas del gobierno de España en 1978 en el que los responsables —y sus hijos que heredaron sus patrimonios— de un genocidio de demócratas del calibre del perpetrado por los nazis con los judíos, estaban cocinando la manera de seguir disfrutando del botín conseguido por ese genocidio y de permanecer a salvo de responsabilidades morales y económicas. Un chiste de chorizos con ternos y gemelos criselefantinos si no hubieran mediado en su argumento las infinitas toneladas de muerte, injusticia, sangre, miseria, crueldad, dolor y lágrimas sobre los que se sustentaba. La historia de esa panda de tahúres sin escrúpulos que despreciaban a su A.R. La Almorrana del Caudillo y lo consideraban un pobre tarado con la sangre que riega el cerebro corrompida por siglos de coyundas endogámicas, que son estafados por quien se reveló finalmente como el Mayor Tahúr del Reino, es una de las más graciosas historias del Muy Esperpéntico y Degenerado Reino de España. Y mira que hay que currárselo para superar las hazañas de su abuelo el pajillero Alfonso XIII mandando montar carpas en el Retiro para rodar películas porno con rollizas putas de la Cavas y canijos extras con más hambre que polla.

Lo mío, he de confesarlo, fue mucho más modesto. Resulta que en el mes previo a las históricas elecciones de 1977, siendo estudiante de 3º de Y Letras (la Filosofía no estuvo nunca, aunque se la esperó) en la Facultad de Córdoba, el tío, el cuñao o el amigo del padre de un compañero se hizo con la contrata de la campaña publicitaria de la UCD en la provincia. Aquellos políticos gatorpardistas y ahora franquismiquis de aquel francoenstein-partido tenían dinero pa comprar España, aunque no les hacía falta hacerlo: ellos sabían que era suya y de hecho lo sigue siendo. Dinero del estado —o sea de todos— y dinero de los bancos, antes de que decidieran invertir en la multinacional pesoeísta.

Bien. El caso es que este compañero nos ofreció sacarnos unas pelas —muchas, muchas, nos pagaron un dineral— por manuscripturar las cartas de propaganda electoral de todos los municipios de la provincia. Nos proporcionaron decenas de cajas llenas de sobres, decenas de paquetes con las papeletas de la UCD y un mazo de fotocopias con los censos de los pueblos a los que teníamos que mandarlos. Nuestra misión consistía en meter cada papeleta en un sobre y escribir en su anverso ordenadamente una dirección del censo que nos habían proporcionado. Aseguro que la mayoría —si no la totalidad— de aquel trabajo recayó en gente mercenaria de izquierda. Me han contado que decenas de militantes de CCOO hicieron lo propio. Ya digo, había mucha, mucha pasta por medio. Lo que no sé es si todos esos perpetraron la misma —o parecida— estafa revolucionaria que perpetramos nosotrxs.

Sé de algunos casos que se lo curraron de otra manera, pero nosotrxs lo tuvimos fácil, en el sentido de la posibilidad de detección del fraude. En el nuestro recibimos el censo de un par de pueblos que casualmente tenían como apellido DEL RÍO, o sea PALMA DEL RÍO y VILLA DEL RÍO. Así que sólo tuvimos que ponernos de acuerdo y lxs que recibimos el censo de VILLA DE RÍO pusimos bajo la dirección PALMA DE RÍO y lxs de VILLA DEL RÍO el nombre del hermoso pueblo de las naranjas.

No sé qué gramos de victoria en la lucha antifranquista conseguí/mos con aquella acción, pero fue nuestra pequeña contribución a la lucha. Una estafa, desde luego y desde luego el dinero estafado a aquellos mamonazos (sin x de género porque el pestazo a polla era abrumador) se gastó, aparte del pico correspondiente para vinos en Guzmán y cafés en La Mezquita, en libros, discos y otras bagatelas de calentar aún más la olla de nuestra juventud rebelde.

No como el rey, que los mil kilos que estafó a un emperador de Persia y al partido de Suárez se los gastó, según hemos sabido estos días, en fondos en paraísos fiscales y en yates en los que navegar con tristes mujeres utilitarias a las que poder tirar sin más por la borda cuando aparecía en lontananza la grímpola lacada de la reina. (Uy, sipote, qué endecasílabo desos más bonico ma salío).