A G.R. bloguero cofrade y conspicuo hermano de la cofradía de las tres letras (y no es la del ABC), la única en la que no se discrimina a los gays, porque son tantos, que... a ver si no.
The Neuroscience of Visual Hallucinations Research Institute Jonathan Pamplin de Massachusetts acaba de sacar en su periódica publicación Neuro-tics de marzo de 2019 el trabajo titulado Clinical disorder in the human neuronal sistem due to the continuous exposure to the music of sevillanas in the Andalusian festivities elaborado por un equipo interdisciplinar de científicos de varias nacionalidades que recorrieron la primavera y el verano de 2018 las principales ferias y fiestas de Andalucía.
Las conclusiones de dicho estudio deberían preocupar a las autoridades sanitarias andaluzas: la exposición de cualquier ciudadano normal a más de 25 sevillanas por día produce un acusado reblandecimiento del cortex neuronal que va aumentando su grado de licuefacción conforme aumenta el número de piezas consumidas hasta llegar a su conversión en pulpa del núcleo neurovegetativo y a la pérdida irreparable de la capacidad de discernimiento de la realidad a partir de las 50. El cretinismo es la forma más evolucionada de esa patología, aunque no se ha podido estipular el grado de exposición exacto necesario para alcanzarlo.
Mi terraza, de la que me gusta(ría) disfrutar de la atmósfera mágica que la climatología genera en esta ciudad en unos pocos días de mediados de la misma, está a sólo 90 mts en línea recta (según G.E.) de una conocida y premiada cruz de mayo.
Hasta ella llega, con toda la potencia que permite la conjunción de fenómenos aliados como la dirección del viento y el volumen de sus amplificadores, la brutal bofetada sonora de las aguardentosas voces de los sevillaneros machos y las de las hembras de la misma especie, que recuerdan poderosamente a las que emiten los indios de las pelis en el trance de perseguir blancos pa cortarles la cabellera, regurgitando en bucle mantra tras mantra de la religión del andalucismo más reaccionario, ese que habla de los distintos avatatares del panteón narcocatólico, de medallas y sinpecados, de los colores especiales que tienen la ciudades cuando uno va ciego de rebujitos, del poderío qué poderío, ese que tiene, tiene que tiene, tiene que tiene tiene la casta de señoritos de toda la vida para someter al pueblo a sus intereses a base de hacerlo consumir sin tino alcaloides falsamente identitarios, o la ubicua voz epicena de Santa María del Monte de Venus, de la no puedo remediar que me asalte una y otra vez la horripilante visión de su belfo de picoleto temblosionando impúdicamente cada vez que me llega el diarréico relato de las extrañas aventuras de aquella peregrina que acabó amorrá a una sintura a la sombra de un vespino.
Empezaron el jueves 2 de mayo a las 7 de la tarde y estuvieron mantra tras mantra de sevillanas hasta las 2 de la mañana. Si mediamos la duración de unas sevillanas de tamaño estándar en 4 minutos, tenemos que pusieron ese día 105 sevillanas.
El viernes empezaron a las 12 del medio día y estuvieron hasta las 2 de la mañana, con una pausa de dos horas entre la 4 y las 6 de la tarde. Tenemos así que estuvieron 12 horas sevillana tras sevillana y pusieron aproximadamente 180.
Hoy sábado han empezado también a las 12 y llevan el mismo camino que ayer, por lo que podemos adjudicarles otras 180 también.
El domingo no sé qué planes tienen, pero vamos a concederles que estarán media jornada, o sea 6 horitas nada más. 92 sevillanas.
Tenemos que en total a 90 mts de mi casa sonarán a toda pastilla a lo largo de todo el fin de semana 967 mantras sevillaneros que hablan de lo absolutamente felices que somos como pueblo y lo que nos merecemos el secular atraso que arrastramos por serlo.
Yo, durante todo ese largo fin de semana, sólo tengo la opción obligatoria de encerrarme en las zonas más recogidas de mi casa para librarme higiénicamente de esa mefítica influencia. No sé cómo acabará, a la luz del estudio de la universidad americana esa, el cerebro de los vecinos más cercanos que no tengan esa opción y, por ende, no sólo el de todos los degustadores más o menos ocasionales de evento, sino, y sobre todo, de la embetunada y patilluda muchachada de la barra. Aunque estos, cofrades que han colonizado la antigua manifestación popular para sacar pasta para sus parrandas narcocatólicas, es difícil que puedan empeorar más el proceso de licuefacción de los suyos.