domingo, 6 de febrero de 2005

Tregua musical

Mamíferos en las junglas más impenetrables, reyes adolescentes momificados en los más inhóspitos desiertos, partituras de rara belleza en los polvorientos estantes de viejas bibliotecas nobiliarias. Descubrimientos.



Hace unos días me prestaron un CD de la colección de música clásica que acaba de vender El País que no pude conseguir en su momento porque coincidió con un viaje al extranjero que hice por esas fechas. Se trata de Las Sonatas del Rosario de Franz Ignaz Biber (1644 - 1704). Me sorprendió no haber oído hablar nunca de él. Considero mi cultura musical medianamente aceptable y no esperaba encontrar una laguna importante en ella. Grabé el disco y leí el libro que lo acompaña. Las primeras palabras son de alivio para aquellos que como yo se sintieron sorprendidos por este desconocimiento. Advertía que ese hecho era normal dado que su descubrimiento era muy reciente y que aún no había llegado a círculos no excesivamente avisados. Hablaba de la historia del hallazgo del manuscrito de las Sonatas y de las endiabladas técnicas de scordatura que utilizaba para arrancar a los violines unas sonoridades insospechadas. La scordatura consiste en cambiar la afinación de una o más cuerdas del instrumento, haciendo posible producir ciertos sonidos imposibles de conseguir con un instrumento afinado en forma convencional. Biber llega a alterar el orden de las propias cuerdas, cruzándolas en la puente del violín. Lástima que no fotocopiara el libro, porque muchos detalles de los leídos en la ocasión no me vendrán ahora a la cabeza. Pero fue al oírlas por primera cuando me di cuenta de que estaba ante una obra impresionante y no sólo ante una hermosa obra del barroco. Sólo el comienzo te sobrecoge por el desgarro de las tonalidades, a pesar de que se trata de la pieza que describe La Anunciación, por el derroche imaginativo de sus escalas, que nos transportan directamente en el tiempo hacia adelante casi un siglo y medio, al corazón del Romanticismo. En algunos momentos parece estar sonando el mejor Beethoven violinístico. Pero es en la última pieza, el solo de violín del Ángel de la Guarda, donde esta familiaridad se hace más sorprendente, donde realmente asistimos a una verdadera epifanía del vanguardismo de Biber, con una concepción que rompe genialmente las costuras de la tradición barroca en la que se inserta. Todo ello perfectamente ensamblado en las formas más rigurosas de la ortodoxia formal de la época. Porque no dejamos en ningún momento de saber que lo que escuchamos es Barroco puro y a veces incluso puro Renacimiento. Entusiasmado me pongo a la tarea de buscar en la red noticias sobre él y me encuentro una escasez apabullante de textos, aunque eso sí, todos ellos coinciden en que la apreciación del músico austriaco tiene todo el futuro que realmente se merece. En una de ellos, Goldberg, el portal de la música antigua, encuentro lo siguiente firmado por Diego Fischerman:

La catedral de Salzburgo fue construida por primera vez por el obispo Virgilio, cuando el lugar aún era una fortaleza romana y se llamaba Juvavum. En 1167 fue incendiada, junto a gran parte de la ciudad, por los seguidores del emperador Federico Barbarroja, y reconstruida diez años después por el arzobispo Conrad III de Wittelsbach. Otro incendio, el 11 de diciembre de 1598, volvió a destruir varias de sus secciones. El 25 de septiembre de 1628 fue consagrada la nueva catedral, con un festival (tal vez el primero de Salzburgo) que fue recordado durante décadas. Según un cronista anónimo, “en todos los altares había todo tipo de músicas, con los instrumentos, los órganos, cantando en forma tan alegre y graciosa que era difícil creer que, incluso en el mismo cielo, pudiera existir algo más bello o más dichoso”.

En la catedral, imaginada por el arzobispo Markus Sittikus von Hohenems y el arquitecto Santino Solari, cabía varias veces la población total de la ciudad y en esa desmesura, donde Salzburgo era imaginada como un imperio cuando no era más que una aldea enriquecida por el comercio con la sal de sus minas, se dibujaba el mismo gesto que en la imponente polifonía espacial de Heirich Ignaz Franz Biber, el músico que diseñó la banda sonora perfecta para ese exceso. Allí se encarnaba uno de los retratos posibles del Barroco: el de las contradicciones y las faltas de medida; el de la búsqueda simultánea de la teatralidad y los afectos por un lado y, por el otro, de los sistemas capaces de contenerlos. El retrato de una época en la que, al mismo tiempo que se sentaban las bases de la explicación racional y positivista del mundo, comenzaba el largo proceso que desembocaría en la lectura del arte como la expresión de dramas personales únicos y de la biografía del artista como la primera (y tal vez la más importante) de sus obras.


En otro texto, de la edición digital del Diario Montañés, Ana Rodríguez de la Robla, después de fusilar inmisericordemente en la primera parte de su artículo el texto anterior continúa con bastante acierto:

Nada en la vida de Biber nos habla de su audacia musical, nada justifica el hecho de que sea considerado sin discusión uno de los violinistas más extraordinarios del XVII, por no decir el más. Una biografía sin sobresaltos, con una adquisición de consideración dentro del entorno musical escalonadamente progresiva pero sin grandes picos; una suma discreta de éxitos; un matrimonio convencional. Una de sus vivencias más notables y deseadas debió de ser su promoción a caballero en 1690, petición que había elevado ante el emperador Leopoldo I en dos ocasiones, y que le otorgó el nombre por el que hoy es conocido: von Biber. En aquellos tiempos, bien distantes en espíritu de los actuales, se concedían títulos nobiliarios por méritos musicales, pictóricos o literarios; desgraciadamente, las causas de la promoción social en la actualidad resultan bastante más vergonzantes.

El caso es que los 'Misterios del Rosario' de Biber, pese a ser una obra de filiación evidentemente católica, pueden degustarse incluso, dada su peculiar concepción musical, con total independencia de su intencionalidad o significado religiosos, apelando simplemente a una estricta perspectiva cultural. No debe dejarse de lado que el Rosario es, evidentemente por su etimología, un jardín o conjunto de rosas (en su significación religiosa, cada Ave María recitado implica una rosa de ese jardín, que se corta para ofrecerla a la Virgen); y la rosa es con probabilidad la flor más significativa de la civilización occidental, como la literatura atestigua bien sobradamente. Pero además los 'Misterios del Rosario', aun en su temática, no presentan, como antes sugería, una clara semejanza con las formas tradicionales de la música litúrgica. Quizá la «scordatura» característica del quehacer biberiano (esa forma de poder interpretar lo ininterpretable con el violín), junto a la sucesión de preludios, zarabandas, gigas o gavotas, dotan de espectacular y atemporal osadía la deslumbrante obra religiosa del compositor bohemio.

Escuchar los 'Misterios del Rosario' de Biber constituye la oportunidad de oro de encontrarse al fin con uno de los ausentes de las programaciones musicales habituales, y al tiempo deleitarse con una de las grandes composiciones de todos los tiempos. Una oportunidad realmente única, proporcionada por la mera coincidencia de una fecha, como ocurre con el paso de un cometa o de una estrella fugaz. Hasta dentro, de nuevo, de cien años.

2 comentarios:

  1. Anónimo1:10 a. m.

    1. Estimao Harazem:

    celebro que la colección del País te haya descubierto al gran Biber, a quien la historia no ha hecho justicia, ciertamente. Alice Pierot es una de las violinistas barrocas más delicadas y brillantes que los últimos tiempos. Un apunte: como habrás visto el disco recoge una selección de un original doble en el sello Alpha. Cómpralo. Las omisiones son maravillosas. Si me permites recomendarte un disco imprescindible de Biber, y que no debería faltar en ninguna discoteca: "Requiem/Battalia" por Jordi Savall y los suyos (entre los que figura el gran Pablo Valetti). Un abrazo.

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  2. 2. Gracias, Mrua, por las recomendaciones. Ya estoy en trámites para conseguir ambas obras, de las que me he documentado un poco. En esta ciudad no es fácil encontrar ciertas delicatessen. Bueno, y a veces, ni siquiera los primeros platos.

    Un saludo

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