Ninguna sociedad podrá decir que admite totalmente la libertad de conciencia mientras no permita la libre modificación de la misma por parte de sus usuarios y propietarios mediante la utilización de cualquiera de los medios que la naturaleza pone a su disposición.
Juan Sepelio
Por si a alguien le parecieron exageradas mis precauciones manifestadas en una anotación anterior por distanciarme suficientemente de la apología de las drogas, recojo la noticia de que ha sido absuelto definitivamente el cantante argentino Andrés Calamaro, que desde el año 94 arrastraba una acusación judicial por apología del consumo de drogas. En un concierto multitudinario en Buenos Aires, en pleno hervor musical, se dirigió al público con la siguiente monstruosidad: Estoy tan a gusto que me fumaría ahora un porrito. Desde entonces, los aguerridos cazabrujas contemporáneos han perseguido sin desmayo castigar tamaña agresión criminal. Un juez demasiado blando parece haber frenado por ahora sus inquisitoriales pretensiones.
Los orígenes de la actual versión de la caza de brujas (1), la cruzada contra las drogas, está perfectamente estudiada. Entre otros, Antonio Escohotado la ha rastreado en su monumental Historia de las Drogas (2) ubicándolos en la adquisición de peso político pesado por parte de los movimientos fundamentalistas cristianos de principios del siglo XX en los EE.UU. Aunque desde entonces nunca dejaron de pesar en la política interior y exterior del Imperio, la influencia de estos pertinaces irracionalistas ha fluctuado de unas legislaturas a otras y sus aguerridas imposiciones al resto de los mortales, tanto conciudadanos directos suyos como habitantes de las colonias, han envenenado la convivencia de la humanidad por oleadas más o menos cíclicas. La última la estamos sufriendo en la actualidad. No hacen falta más explicaciones.
Pero la inquina contra las diversas formas de modificación de la conciencia y de ebriedad, con la excepción de la inducida por el alcohol (y no siempre) proviene directamente de los orígenes mismos del cristianismo, de la raíz misma de donde surge el misterio esencial que vende la religión nazarena, que no podía consentir una competencia a su monopolio de provisión de acceso a las mercancías místicas.
Hasta entonces, cuando aún existía un mercado libre de credos, la mayoría de las experiencias místicas que prometían las diferentes religiones pasaban por diversas formas de comunión fundadas en la administración ritual de algún tipo de enteógeno de origen químico. El secreto de su composición y dosificación pertenecía a una casta sacerdotal que controlaba estrictamente todo el proceso. Es decir, se prometía a los fieles el acceso a una potente experiencia psíquica de carácter místico y la promesa se cumplía cuando interaccionaban en el cuerpo de los comulgantes su propia predisposición devocional y el alcaloide de la droga que les era suministrada. Desde luego, el sistema era de una limpieza comercial impecable. Los clientes-fieles adquirían sus necesarias dosis de misticismo y los sacerdotes eran convenientemente remunerados por sus servicios. Los Misterios de Eleusis (3), constituyen uno de los fenómenos mejor estudiados y responden exactamente a este cuadro.
La originalidad del cristianismo (4) radicó en que alteró una de las partes del contrato, eliminando el elemento enteógeno de origen químico y dejando sólo a las potencias psicológicas del individuo la responsabilidad de la producción de la experiencia mística. Y no sólo eso. Como dice el propio Escohotado, cambió la oferta de transubstanciación física actual por otra de transmigración aplazada al final de los tiempos (5). Más difícil todavía. Una verdadera estafa. O sea, el precio es el mismo, pero además el flipe lo tiene que poner el cliente. Y la recompensa, en el otro mundo. Desde luego eso no se podía haber impuesto en un mercado libre de religiones, lo que justificará finalmente, aquello que distingue al cristianismo de todas las grandes religiones conocidas: ser la única fe que no vaciló en imponerse por el terror, la única en la que el asentimiento interno contó menos que el externo. (6)
Y por supuesto para ello tenía que eliminar cualquier competencia vehicular, o sea la prohibición de los verdaderos agentes psicotrópicos capaces de alterar la conciencia y conducir al éxtasis místico ritualizado.
En religiones que se quieren ante todo universales y ortodoxas la desilusión queda de sobra compensada por progresos decisivos de control. El milagro sigue vigente, y es comer al dios, pero en vez de caer en trance lo exigible es querer creer. Aunque los sentidos no hayan notado diferencia alguna antes y después de comulgar, a la voluntad del fiel se encomienda la consumación del milagro. He aquí un hallazgo sin duda genial, capaz de perpetuar indefinidamente la pura liturgia, siempre que se borre cualquier punto de comparación. Sin esto segundo es absolutamente inviable lo primero y desde el mismo instante en que se consolida el formalismo del rito eucarístico todas las comuniones no basadas sobre un esfuerzo de autosugestión son estigmatizadas como tratos con potencias satánicas.(7)
Tal vez por ello fue perseguida durante dos siglos por tráfico ilegal de salvación.
NOTAS
(1) Las brujas eran fundamentalmente consumidoras de drogas. El aquelarre no era sino una especie de botellón de amanitas varias y beleños de cosecha. La tradicional escoba sobre la que se las representó desde la Edad Media no es sino un palo untado con sustancias alucinógenas sobre el que cabalgaban rozando las mucosas vaginales y absorviendo de esta manera los alcaloides. Los vuelos sobre la tal escoba son fácilmente imaginables. (VOLVER)
(2) Antonio Escohotado: Historia de las drogas, tomo 1º, Alianza Editorial, Madrid, 1989. (VOLVER)
(3) La comunión de los misterios de Eleusis estaba compuesta casi con toda seguridad por una bebida que incluía cornezuelo de centeno (de donde la espiga que porta Ceres), el hongo a partir del cual se sintetizó 3.000 años después con sofisticados medios químicos la diletamida del ácido lisérgico, más conocida como LSD. (VOLVER)
(4) Incluso en los primeros tiempos del cristianismo la comunión se realizaba, tras 8 días de obligatorio ayuno, consumiendo ritualmente un trozo de pan y un vaso de vino. El vino se convertía en el estómago completamente vacío en un potente alucinógeno. Esta forma de comunión, aunque fue radicalmente eliminada de la liturgia cristiana desde tiempos muy tempranos, se ha mantenido entre ciertas minorías coptas. Hasta no hace mucho los fieles católicos debían de guardar un ayuno simbólico antes de comulgar de al menos 12 horas, forma fósil y ritual de aquel otro primitivo. En cuanto al vino, la Iglesia Católica no ha permitido a los fieles la comunión bajo las dos especies hasta hace apenas unas décadas. (VOLVER)
(5) Escohotado, pg. 234. (VOLVER)
(6) Escohotado, pg. 236. (VOLVER)
(7) Escohotado, pg. 234. (VOLVER)
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