CALLE DE LAS SIERPES
A D. Ramón Gómez de la Serna
Una corriente de brazos y de espaldas
nos encauza
y nos hace desembocar
bajo los abanicos,
las pipas,
los anteojos enormes
colgados en medio de la calle;
únicos testimonios de una raza
desaparecida de gigantes.
Sentados al borde de las sillas,
cual si fueran a dar un brinco
y ponerse a bailar,
los parroquianos de los cafés
aplauden la actividad del camarero,
mientras los limpiabotas les lustran los zapatos
hasta que pueda leerse
el anuncio de la corrida del domingo.
Con sus caras de mascarón de proa,
el habano hace las veces de bauprés,
los hacendados penetran
en los despachos de bebidas,
a muletear los argumentos
como si entraran a matar;
y acodados en los mostradores,
que simulan barreras,
brindan a la concurrencia
el miura disecado
que asoma la cabeza en la pared.
Ceñidos en sus capas, como toreros,
los curas entran en las peluquerías
a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez
y cuando salen a la calle
ya tienen una barba de tres días.
En los invernáculos
edificados por los círculos,
la pereza se da como en ninguna parte
y los socios la ingieren
con churros o con horchata,
para encallar en los sillones
sus abulias y sus laxitudes de fantoches.
Cada doscientos cuarenta y siete hombres,
trescientos doce curas
y doscientos noventa y tres soldados,
pasa una mujer.
A medida que nos aproximamos
las piedras se van dando mejor.
viernes, 29 de abril de 2005
Oliverio Girondo y las chiripas
Esta semana he recibido tres chiripas. Hace tiempo leí en algún sitio que tal vez la mejor traducción de la palabra inglesa serendipity podría ser chiripa. Desde luego la prefiero al neologismo que tal vez se imponga, serendipia. O en todo caso la original, serendipity, a la que tengo un especial cariño desde que la descubrí por primera vez en unas enormes pancartas que me recibieron hace años en el aeropuerto de Colombo, la capital de Sri Lanka, antes Ceilán: Welcome to the Island of the Serendipity. Entonces la traduje mentalmente como un sinónimo para mí desconocido de serenity. Aunque yo conocía el nombre árabe de la isla, Serendib, que descubriera para occidente Ibn Batuta, el viajero tangerino, en ese momento no la asocié. Fue más tarde fue cuando descubrí su etimología y la narración de Walpole que le dio origen. Y las vicisitudes de su aplicación.
Pues eso, que he recibido tres chiripas. Una noche de hace un mes decidí llevarme para leer a la cama alguno de los ejemplares de la primorosa colección de 30 tomos de cuentos fantásticos recopilados, prologados y a veces incluso traducidos por Borges que la editorial Siruela publicó, bajo el nombre de La Biblioteca de Babel durante tres años (desde finales del 83 a finales del 86) y que yo coleccioné amorosamente. Después del espartano rigor de las lecturas políticas de mis años universitarios, aquellos textos fantásticos supusieron un redescubrimiento de la literatura como fuente de placer emocional, intelectual y físico que había llenado mi alta infancia y mi primera juventud. Y además administrado en esas dosis pequeñas, pero deliciosas que son los cuentos fantásticos de grandes maestros. El sello Borges es la garantía. Sigo echando mano a ellos muchas noches de desasosiego. Pues bien, el ejemplar que cogí fue el de H.G. Wells La puerta en el muro. Justo al día siguiente Lukas, en su blog El perro cansado hacía un comentario a una nueva edición de esos cuentos traducidas por Javier Cercas. Ni que decir tiene que lo leí de punta a rabo de nuevo, aunque a mí, a diferencia de Lukas, me sigue espeluznando más el relato de las andanzas del montañero Núñez en el terrible País de los Ciegos andino que el de La puerta en el Muro.
La segunda chiripa es idéntica a la anterior. Una vez leídos los cuentos de Wells (esta edición trae cinco) repetí la operación de buscar otro libro de la misma colección. Y elegí justo el que salió al día siguiente comentado en el blog de Robertokles Canzoniere: El diablo enamorado de Cazotte, en traducción también de Luis Alberto de Cuenca, pero con prólogo de Borges, como todos los demás y que he vuelto a disfrutar con la misma intensidad que hace años.
Si no hubiera confeccionado esta bitácora justamente para ciscarme en toda forma de superstición, diría que tantas chiripas juntas podrían contener algún secreto plan. La tercera chiripa me llegó anoche mediante un email de un amigo que desde la luminosa Valencia me hablaba de una amiga suya que había leído mi anotación sobre Watanabe y que tras la lectura del poema de La mantis religiosa le había pedido que me recomendase otro poeta que ella disfrutaba con gran placer: Oliverio Girondo. Me dio un vuelco el corazón porque precisamente a raíz de saber que Watanabe venía a Córdoba me acordé de él y había sacado de la biblioteca la edición antológica que del poeta argentino publicó Visor en 1989 para cargarme las pilas. Y con la idea posible de escribir sobre él. En otra mente y en otro lugar lejano se habían producido las mismas chispas. Esa edición la tuve y la perdí. Nunca supe cómo. Sólo sé que durante mucho tiempo no pude evitar imitar, con notable torpeza, el torrente de ingenio, causticidad y delicadeza que desprenden sus poemas. Mi amor por Gómez de la Serna no lo explica por sí solo. Ambos se influyeron mutuamente y es difícil delimitar quién lo hizo más. Y me acababa de acordar de él, de lo fecunda que puede llegar a ser su lectura antes de escribir sobre ciertas cosas... La iluminación indirecta, esquinada, de la realidad hace que las cosas aparezcan de otra manera, sobre todo las nuestras, las españolas, tan esencialmente unívocas. Aristas, claroscuros, ángulos forzados, escorzos deformantes. Goya, Valle Inclán y Gómez de la Serna. Girondo. Queda para otra ocasión una anotación exclusiva para él. Mientras tanto ahí va una de sus grandes perlas:
Me gusta mucho Girondo, sobre todo sus poemas en prosa de "Espantapájaros".
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