Eran los días señalaítosde Santiago y Santa Ana...
Desde mi adolescencia y hasta mi primera madurez fui un aficionado bastante entregado al flamenco. Llegué incluso a ejercer de improvisado flamencólogo, con mediana fortuna, en algunas olvidadas ocasiones. Luego, a fuerza de no encontrar un adecuado grado de condensación emocional en los relevos a los grandes clásicos que tuvimos la oportunidad de conocer vivos hasta no hace mucho (Mairena, Caracol, Terremoto, Chocolate, Menese, Fosforito), y decepcionado por los derroteros que han ido tomando sus necesarias alternativas evolutivas, me fui alejando suavemente de su degustación para volver a él como fuente emotiva sólo en contadas ocasiones, fruto más de la nostalgia que de una necesidad de ser todavía arrebatado por el duende.
Pero el volumen y calidad de la emotividad pura y feliz que me proporcionó durante años el flamenco es algo que está grabado indeleblemente en mi biografía y en el cómputo de mis momentos más felices.
Y El Chocolate brilla con luz propia en el panteón de mis figuras. Desde las primeras veces que lo escuché en la radio o en los vinilos su voz forjada en los viejos metales del dolor y el oprobio tocó directamente la fibra más sensible de mi alma musical. La primera vez que lo escuché en directo fue en un festival de los varios que se organizaban en todos los pueblos y ciudades andaluzas en los años 70, en Córdoba, en un verano que no soy capaz de fijar pero que debe rondar el 74 ó 75. Una siguiriya que cantó aquella noche me desgarró literalmente las costuras del alma y me transportó a un estado de beatitud emocional que muy pocas veces más me fue dado alcanzar. El duende, el tarab de los árabes. Ese es su nombre técnico.
Esa noche, al volver casi de día a casa, con la inspiración preñada de vino y de esa siguiriya desgarradora, me puse a tratar de expresar lo vivido en unos versos. Milagrosamente fueron surgiendo desgranados, uno tras otro, los periodos y las rimas de un soneto. De un tirón. Casi sin tener que pensar. Dejando fluir libremente el caudal de mi emoción. Sólo recuerdo que al recuperar la normalidad tras largas y reparadoras horas de sueño no me atreví a tocar ni una coma del mismo. Sólo por respeto a ese pequeño milagro. Desde entonces rueda entre mis papeles, los únicos versos que he conservado sin pudor de aquellos tiempos.
Hoy los ofrezco humildemente como muestra de cariño y respeto al artista que los hizo posibles.
SIGUIRIYA
He visto tus pupilas aherrojadas,
mordidas por el óxido del llanto.
He oído la campana de tu canto
doblar entre las sombras desdentadas.
He visto cómo hienden las espadas
los surcos de tu rostro y al quebranto
tejer en la negrura de tu manto
el grito de unas manos descarnadas.
Y me ha herido tu espasmo dividido
la sangre en la cabeza y un momento
sólo desolación y muerte he sido.
Después ya nada valgo, nada siento:
todo el dolor se va con tu sentido,
toda la pena la ocupa tu lamento.
Comentarios
Paso por debajo de la escalera, me le cruzo a los gatos negros, pongo mis zapatos sobre la mesa y brindo por tus supersticiones. Gracias por pasara por mi blog y dejar tamaña data.Yo sé que es complicado, pero has escuchado el tema "Supercherías" del argetino y genial Luis Alberto Spinetta (en el disco Artaud).
Hernán — 31-07-2005 22:59:22
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