Cuando un estadista de primer orden (que no sea Bush, of course) cómplice de crímenes de guerra (bueno, presunto, mientras no se le juzgue y sea condenado por un improbable tribunal internacional) trata de disculpar sus acciones cuando se siente acorralado con argumentos políticos, militares o económicos, dribla entre la infamia, el cinismo y la hipocresía. Sí, como ha hecho Mister Blair, trata de influir torticeramente (en clave teológica) en la composición de ese tribunal que ha de juzgar su decisión de invadir Irak junto con EE UU exigiendo su presidencia a Dios y a la Historia sólo dribla entre varias variantes de la imbecilidad.
¡Qué hartura de creyentes, JODER!
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