Mientras regreso el lunes me entero por la radio del coche de la muerte de Félix Bayón. Yo lo conocí muy tangencialmente. Transplantado de corazón en 1992, venía al Hospital de Córdoba donde trabajo a pasar las periódicas revisiones a que se veía obligado por su estado. Aprovechaba las esperas para charlar con él, sobre todo de las complicidades entre el cura Castillejo y su Cajasur y el Ayuntamiento de Jesús Gil de Marbella y otras hierbas venenosas. Su enfermedad lo transmutó por fuerza de conspicuo kremlinólogo en marbellólogo tenaz. Leí todas sus novelas. Me inquietó con Adosados antes de que fuera llevada con bastante acierto a las pantallas, y me llenaron de zozobra algunas escenas de su La libreta negra, aunque no me pareciera una novela redonda. La última, De un mal golpe, la leí con más curiosidad que gusto, pero no dejé de disfrutar de su fino olfato, el mismo que me hizo seguirlo semana tras semana en su columna de El País Andalucía tantos años y después y hasta ayer mismo en El Día de Córdoba. Me extrañó que le ofrecieran una misa como funeral, pero no tengo datos que corroboren mis tendenciosas sospechas.
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