Archivado en GENERAL • Fecha: 18-04-2006 13:29:37
Huyendo de las tamborradas este año incumplo mi costumbre de no salir en la Santa Semana para no tener que compartir el mundo con la mitad de la humanidad haciendo lo mismo a tiempo total. San Viernes, San Sábado y San Domingo. En la playa, en un hotel contratado por agencia. Lo único encontrado cerca del mar. En Novo Sancti Petri, la costa de Chiclana, un ejemplo más de la sistemática destrucción del medio natural en este país, vendido por sus diversas administraciones, fundamentalmente municipales, a la industria del ladrillo y el turismo de masas. Hay que decir en su descargo que se están evitando en esta zona las torres de apartamentos colménicas típicas ya de la Costa del Sol y de Benidorm. Pero desde luego se adivina una confabulación mafiosa de carácter rizomático de clara estirpe marbellí. Son hoteles enormes de cuatro plantas como máximo, construidos a lo ancho, uno tras otro, de la costa, especialmente diseñados para ofrecer alojamiento, piscina, pantagruélicos bufés, y aseadas fiestecitas nocturnas en el bar-terraza a miles y miles de currantes centroeuropeos con una imaginación tan portentosa como para confundir el paraíso vacacional con semejante cutrez plastificada. El 90% de la clientela respondía a ese esquema. De hecho los camareros se dirigían a nosotros invariablemente en la tedesca lengua antes de pasar al ceceante acento gaditano una vez comprobado que nuestro aspecto latino respondía realmente a la misma configuración étnica que la suya.
Huyendo de las tamborradas este año incumplo mi costumbre de no salir en la Santa Semana para no tener que compartir el mundo con la mitad de la humanidad haciendo lo mismo a tiempo total. San Viernes, San Sábado y San Domingo. En la playa, en un hotel contratado por agencia. Lo único encontrado cerca del mar. En Novo Sancti Petri, la costa de Chiclana, un ejemplo más de la sistemática destrucción del medio natural en este país, vendido por sus diversas administraciones, fundamentalmente municipales, a la industria del ladrillo y el turismo de masas. Hay que decir en su descargo que se están evitando en esta zona las torres de apartamentos colménicas típicas ya de la Costa del Sol y de Benidorm. Pero desde luego se adivina una confabulación mafiosa de carácter rizomático de clara estirpe marbellí. Son hoteles enormes de cuatro plantas como máximo, construidos a lo ancho, uno tras otro, de la costa, especialmente diseñados para ofrecer alojamiento, piscina, pantagruélicos bufés, y aseadas fiestecitas nocturnas en el bar-terraza a miles y miles de currantes centroeuropeos con una imaginación tan portentosa como para confundir el paraíso vacacional con semejante cutrez plastificada. El 90% de la clientela respondía a ese esquema. De hecho los camareros se dirigían a nosotros invariablemente en la tedesca lengua antes de pasar al ceceante acento gaditano una vez comprobado que nuestro aspecto latino respondía realmente a la misma configuración étnica que la suya.
Acostumbrado a otro tipo de establecimientos, ha sido todo un descubrimiento el de la mecánica de los bufés pantagruélicos que en estos se sirven y de la desaforada gula que desencadena en el ánimo de su relajada clientela. La vista de ancianos de moderado aspecto regresando por tercera vez a su mesa con un enorme plato en su mano en el que temblequetea un cerro de huevos revueltos, beicon refrito y embutidos de diverso pellejo para desayunar me ha llegado a espeluznar cada mañana. La untosa adoración al sol y a los bestsellers más casposos de los estantes del Carrefur de Frankfurt en un silencio religioso al borde de la piscina más aún. No he sucumbido, sino de refilón, a la curiosidad malsana por las inenarrables formas de espectáculo dancístico-musical nocturno en la terraza-bar del hotel. No hubiera podido soportar la constatación de que lo que narraba Davis Foster Wallace en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer no era una cruel parodia.
Pero al menos dan más trabajo continuo que los apartamentos. Trabajadores de Chiclana, de Vejer, de San Fernando, de Medina Sidonia... nutren las entrañas de los monstruos. Playas destrozadas, pero pan para esos pueblos. La costa de Cádiz se salvó durante muchos años por su exposición a los terribles levantes que impedían asegurar un disfrute playero continuo como en la costa malagueña. Pero ya le llegó la hora. La saturación de la Costa del Sol ha escurrido el caldo de la especulación hacia aquí.
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