Shlomo ben Ami está considerado uno de los políticos israelíes más razonables y por lo tanto más inclinado a aceptar el derecho del pueblo palestino a contar con un estado propio. Fue embajador del estado de Israel en España y ministro laborista antes de que el más que presunto criminal de guerra Sharon (¿hay algún militar israelí que no lo sea?) ganara las elecciones. Casi todos los políticos del mundo occidental lo consideran un gran humanista, un hombre afable y un honrado político. Yo, sin embargo, por más que trato de suavizar mis puntos de vista, comprender el suyo y esforzarme por encontrarle legitimidad volviendo a leer su último artículo publicado en El País el 9 de junio, sólo consigo ver a un miserable hipócrita, cómplice activo y necesario del robo continuo de tierras, pertenecientes legalmente a otro pueblo vecino mucho más pobre e infinitamente más desarmado, que su estado viene perpetrando desde hace 60 años, de la práctica del apartheid racista de los no judíos dentro de su territorio legal y de la violación sistemática de los derechos humanos en los que ocupa. Todo ello desobedeciendo recalcitrantemente las clarísimas resoluciones de la ONU y con la complicidad interesada de los EE.UU. y la acobardada y estúpida, pero no menos entusiasta, de la Unión Europea, nuestro inefable Moratinos a la cabeza.
Justo cuando acababa de redactar estas líneas me encuentro en la edición de El País de hoy una misiva incluida en la sección de Carta al Director que me mitiga el malestar que me ha producido tener que usar un lenguaje tan agresivo. La noticia de la matanza de niños causada por el bombardeo de una playa en la franja de Gaza ese mismo día perpetrada por el glorioso Ejército Israelí me provoca la sensación de haberme quedado corto en la adjetivación.
Lo unico que puede aducirse en favor del bueno de Shlomo es que si en lugar de haber gente como él con responsabilidades políticas en el estado de Israel, todos fueran como el actual embajador del mismo en España, el torvo Victor Harel, que además de todo lo que se le supone, practica un odio visceral hacia los árabes, que muestra sin pudor cada vez que se le da oportunidad, las tonterías se habrían acabado y el genocido ya se habría consumado.
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