El carnaval de Cádiz y todas las excrecencias que le han nacido en todos los rincones de Andalucía en los últimos años (así nacen, de un día para otro, las tradiciones milenarias esas) supone un sano revulsivo de la gris cotidianidad y una ruptura temporal de la sacralidad del mundo ordinario mediante la guasa y el cachondeo. Los letristas se esfuerzan por conseguir cuajar las gracias más agudas, los chistes más ingeniosos. ¿Todo vale en las letrillas que ofician los mozos y mozas comparsistas? Es, como todo, una cuestión de opiniones. Los curas ya han tomado cartas en el asunto y represalias para aquellos de sus bautizados que ofendan cualquier cosa del entorno eclesiástico. En Montilla casi excomulgan a unos murgueros por llamar hostia a la hostia de hostiar. En Pedro Abad ha sido vetada la actuación de la chirigota Con sotana y a lo loco por la directora del colegio religioso Sagrado Corazón de Jesús, María de los Ángeles Marín, que había cedido sus instalaciones para el festival (1).
A mí no suelen gustarme las letrillas del carnaval porque me parece que perpetúan hasta el infinito un tipo de humor casposo y jurásico, machista, homófobo y escatológico (caca, culo, pedo, pis), que pasa por prototipo de la grasia sandunguera de Andalusía, pero ese, desde luego es un problema de gusto íntimo mío. Aunque que se metan con los curas, con los políticos y con los famosos del cuché me parece un ejercicio de salud democrática. Me tocan más los cojones las manifestaciones abiertamente racistas, cuando suponen una agresión en toda regla a colectivos de inmigrantes que se encuentran en una posición más indefensa que los nacionales que se la infieren. A veces son tan escandalosas que las autoridades tienen que intervenir, caso de aquella pandilla de energúmenos ceutíes, policías locales para más inri, que llamaron cerdos apestosos o algo parecido a los musulmanes de la ciudad, escudados tras unos infames disfraces de chirigoteros.
Existen unas manifestaciones racistas más aceptadas que otras. Lo mismo que existen colectivos étnicos a los que la sociedad en general considera más merecedores de xenofobia que otros. Por ejemplo los chinos. Las manifestaciones políticamente incorrectas o directamente injuriosas contra ellos normalmente suscitan un manto de comprensión que no suscitan otros colectivos étnicos.
Es el caso de algunas letras que he podido escuchar estos días en las vomitivas retransmisiones con que Canal Sur, para no perder la costumbre, insulta la inteligencia de los andaluces. Una de las chirigotas que salían en la tele respondía al graciosísimo nombre de Lestaulante Chino Casa Lafaé y consistía en unos tipos vestidos estrafalariamente de camareros chinos que de una manera premeditada, alevosa y en los naturales ripiosos versos sostenía el infundio de que en los restaurantes chinos se sirven animales no comestibles, como insectos, gatos y otros innombrables bichos y de que en ellos se burlan sistemáticamente las normativas de Sanidad. De una risa que te cagas.
La inocencia de los chistecillos de estos tipos podría medirse haciendo una simple prueba. ¿Qué les parecería una letrilla en la que se acusara a todos los restaurantes-asadores de la Tacita de Plata de servir carne de burro o a los especializados en pinchitos adobados de confeccionarlos con troceados chuchos callejeros? Seguro que a los restauradores les haría una gracia del copón. Tanta que probablemente acabarían juntos la juerga en los tribunales. En cambio la misma afirmación hecha respecto a los chinos sólo levanta oleadas de carcajadas entre la selecta concurrencia del Falla. Y es que los chinos lo aguantan tó. ¿Verdá, coleguis carnavaleros?
De todas maneras al final todo acaba encajando como un enorme puzzle sideral. Me dicen que el tipo que ha perpetrado las simpáticas letrillas y dirige esta descacharrante chirigota responde al nombre de Selu y es famoso sobre todo por ser guionista ¡¡¡¡¡de los Morancos!!!! Ezoz montroz del humón andalú. Ya te digo... A ver si viene pronto el cambio climático ese de los cojones.
(1) Es de notar el emocionante de gesto de solidaridad de los demás murgueros peralbeños de continuar sus actuaciones en el colegio mientras que sus colegas expulsados lo hacían en el bar de la esquina. ¡Que no decaiga!
(VOLVER)
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