martes, 1 de mayo de 2007

Primero de Mayo

Desmantelado completamente el movimiento obrero, con el pueblo más interesado en los chismes de los infectos famosos nacionales, en la cotización del kilo de carne de futbolista descerebrado, o siguiendo la corriente al vivales ese de las nuevas maravillas del mundo, con los dueños del capital con la sartén más por el mango que nunca y la ya no amenaza, sino catástrofe segura del imparable calentamiento global soplándonos la nuca, yo continúo con el inflexible ritual de tratar de entender qué pasa, quién manda aquí y quién es el responsable de toda la maldad que tenemos que contemplar, sufrir o rechazar. En definitiva quién es el enemigo real.

Aún asqueado por la lectura de las declaraciones del siniestro y aznariano Sarkozy que en un mitin, con un patético André Glucksman representando su autocrítica, ha prometido enterrar Mayo del 68, hoy, día 1 de Mayo, encuentro mucho más lúcido a mi escritor político de cabecera, Noam Chomsky, ese que con tanta razon tanto irrita a Vargas Llosa y sobre todo al reprimido en fase anal de su hijo Alvarito, y arranco unos párrafos de un libro que estoy leyendo para pegarlos aquí.

La empresa es una institución totalitaria. Las multinacionales modernas se basan en el principio de que los entes orgánicos tienen derechos superiores a los de los individuos. Y este es el mismo principio que subyace bajo las otras dos grandes formas que ha adoptado el totalitarismo en el siglo XX: el bolchevismo y el fascismo. Estos tres tipos de totalitarismo se basan en un concepto radicalmente enfrentado al liberalismo clásico, que reconoce los derechos inalienables del individuo.

Las multinacionales han adquirido un poder considerable y desempeñan un papel fundamental en la vida económica, social y económica. En los últimos veinte años, la política estatal ha tratado de ampliar los derechos de las empresas en detrimento de la democracia. Es lo que se ha dado en llamar “neoliberalismo”: la transferencia del poder de los ciudadanos a entidades privadas. Un multinacional está dirigida desde lo alto. Apenas tienen responsabilidades ante la población.

La caída del Muro de Berlín, los progresos de la tecnología y la acele­ración de los intercambios financieros son acontecimientos de gran en­vergadura que han modificado considerablemente la naturaleza del capitalismo. Nadie ha descrito todavía en detalle esta gran transfor­mación, ya que para comprenderla es necesario desprenderse de los an­tiguos puntos de referencia. Por eso existe un desfase entre la realidad del mundo y su representación...

La caída del Muro de Berlín ha tenido repercusiones. Hay un progreso técnico real, pero se había iniciado hace ya tiempo. La caída del Muro aceleró este proceso, pero el principal cam­bio se dio en otro ámbito: fue la decisión, adoptada a princi­pios de los años setenta, primero por Estados Unidos y poste­riormente por Gran Bretaña, de liberalizar la circulación de capitales.

Los Acuerdos de Bretton Woods tenían como objetivo controlar los flujos de capitales. Cuando Gran Bretaña y Esta­dos Unidos crearon este sistema, justo después de la Segunda Guerra Mundial, había un fuerte deseo de democracia. La es­tructura del sistema respetaba los ideales socialdemócratas, es decir, fundamentalmente, el Estado del bienestar. Para ello, había que controlar los movimientos de capitales. Si permiti­mos que el capital se desplace libremente de un país a otro, al final las instituciones financieras y los inversores acaban es­tando en condiciones de influir en la política de las naciones. Estos poderes constituyen lo que .a veces se ha dado en llamar un «Parlamento virtual»: sin contar con ningún rango institu­cional real, son capaces de influir en la política de los dife­rentes países, recurriendo a determinadas manipulaciones fi­nancieras o amenazando con una retirada de capitales.

El sistema de Bretton Woods pretendía proteger la demo­cracia y la socialdemocracia, controlando los flujos de capita­les y regulando los tipos de cambio, con el fin de impedir una especulación perjudicial que ocasione un derroche innecesa­rio. El sistema empezó a desmantelarse a principios de los años setenta. Como consecuencia, el sector privado, y en es­pecial el capital financiero, estrechamente vinculado al capi­tal industrial, acapararon más poder todavía. Después de esto hemos asistido, en todo el mundo, a la decadencia del sector público: la debilitación de los sistemas de protección social, el estancamiento o el descenso de los salarios, la prolongación de la jornada laboral, el deterioro de las condiciones de tra­bajo, etcétera.

¿Cree que hay alguna alternativa al modelo capitalista?

En primer lugar, esto no es capitalismo. El capitalismo ya no existe, al menos si lo entendemos como la pura economía de mercado. Estamos ante una economía dividida entre un sector público enorme, que asume colectivamente los gastos y los riesgos, y un sector privado también enorme, que está en manos de instituciones totalitarias. Eso no es capitalismo.

Es un sistema integrado por organismos privados que acumulan mucho poder, vinculados entre sí por alianzas estratégicas y dependientes de un Estado poderoso que se encarga de socializar los riesgos y los gastos. Esta situación se ha definido en ocasiones como “alianza Estado-capitalismo” o “mercantilismo corporativo”. Todavía no se le ha dado un nombre preciso, pero Adam Smith y todos aquellos que creían en el mercado se horrorizarían si viesen la situación actual.


Noam Chomsky
Dos horas de lucidez.(pg. 27-28)
Península, 2003.

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