Me han preguntado varios amigos que por qué este año no arremeto como suelo contra la Navidad, que por qué no ejerzo de antinavideño como siempre. Que al igual que esperan cada primavera la crónica antitaurina de Manuel Vicent, ellos esperan cada solsticio de invierno mi acometida ciega contra los aguardentosos villancicos flamencos, la hipocresía ternurista y la explosión nuclear del horterismo decorativo. En este magnífico artículo del maestro Alejandro V. García que acabo de leer en el GRANADA HOY pueden encontrar la respuesta.
Alejandro V. García
EL otro día mostraba José Aguilar en estas páginas su perplejidad porque aún no había leído este año el articulo ritual contra la Navidad. Coincido con su extrañeza. Yo también he buscado en vano en distintos periódicos el comentario cíclico de los aguafiestas pero no lo he encontrado. ¿Qué ha pasado? ¿Han desisitido? ¿Se han recluido en su amargo ensimismamiento a la vista del escaso éxito de las proclamas contra los villacincos, las luces, el consumo, las comidas de empresas y la mil manifestaciones festivas? ¿Han capitulado ante la insistente renovación de los votos navideños? ¿O han sido víctimas del optimismo mercantil de las fiestas?Las quejas contra la Navidad en esta parte del mundo donde nos ha tocado vivir son quejas inspiradas por el hartazgo. Se protesta contra los banquetes, contra los atracones de regalos, los excesos de luz en los arcos decorativos que colocan los ayuntamientos en las calles, contra la matanza de pavos y lubinas, con la exhuberancia de falsa ternura, etcétera. Supongo que si irrumpiera la crisis y nos viéramos abocados a la abstinencia forzosa las protestas se alzarían contra la escasez y la penuria.
He leído en El País una crónica que explica que de las diez mil cartas que han enviado a Papá Noel los niños de la ciudad brasileña de Recife (y que luego exponen en Correos a la espera de que un conseguidor de paisano se conmueva y haga realidad los deseos) unas 6.000 piden comida en lugar de juguetes. En Recife, la ciudad donde nació el presidente Lula da Silva, muchas familias pasan hambre. No hambre de Navidad sino hambre permanente, de todo el año litúrgico. Los niños invocan a Papá Noel y no a Lula.
La intromisión de Papá Noel en los asuntos de Estado es una circunstancia de extrema gravedad, pues convierte a los personajes de humo en trasuntos, e incluso competidores, de los dirigentes del país. Papá Noel en presidente; los elfos en ministros y los renos en directores generales. ¿Y qué puede hacer Lula sin trineos?
También en este aspecto, el de la magnificencia política, este lado del mundo difiere de los otros: ¡aquí son los políticos los que se convierten voluntariamente en Papá Noel! La laboriosidad -por momentos catártica- desplegada por la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, abriendo líneas del AVE de una esquina a otra del país e inaugurando tramos de autovía, rodeada de una espesa corte de solícitos ayudantes, es una manifestación de la fantasiocracia navideña que produce pasmo y enajenación.
Quizá por ese motivo los aguafiestas este año se han callado. O se han tomado un somnífero.
Una ración doble de somníferos, por favor.
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