sábado, 17 de noviembre de 2007

Carta a Don Javier, Arzobispo de Granada

Mi respetado Arzobispo:

Permíta su Ilustrísima que se dirija a su Ilustrísima este humilde escribidor de blogs, hijo descarriado y escasamente pródigo y, por diversas circunstancias de la vida, devenido enemigo acérrimo de la Institución que su Ilustrísima representa, en estos momentos en que parecen estar amargando su boca las hieles de un linchamiento moral que parte de muchas personas e instituciones que no entienden ni un grano de mostaza de qué están tratando. Más que nada para solidarizarme con su Ilustrísima.

Tengo que decirle en primer lugar que siento mucho respeto por su Ilustrísima por considerarlo uno de los pocos contrincantes de verdadera rectitud moral que he encontrado en esta guerra en la que nos encontramos enfrentados, su Ilustrísima y este contumaz descreído, en bandos opuestos por la primacía de la razón o de la fe en el mundo contemporáneo. Y eso porque ambos, su Ilustrisima y este humilde servidor, participamos de una condición común: somos unos radicales. A despecho de lo que entiende el común de los mortales sobre ese particular, su Ilustrísima y yo sabemos que lejos de poder considerarse una condición claramente negativa, la radicalidad representa la máxima virtud de toda actitud moral realmente seria, toda vez que, como apunta su propia etimología, tiene como fin conducirnos directamente a la raíz de cualquier asunto que se trate.

Es por eso que asisto con creciente estupor al lamentable espectáculo que están proporcionando al mundo civilizado tanto parte de la Institución que su Ilustrísima representa como el representante de la justicia secular que, desgraciadamente le ha tocado en suerte. Puede decirse que ninguno de ellos, al contrario que Su Ilustrísima y que yo, son radicales. Porque si lo fueran, si atendieran exactamente a la raíz íntima del asunto, si entendieran mínimamente de qué están tratando, los primeros lucharían a brazo partido para defenderle y defender su autonomía, tan arduamente peleada con los poderes democráticos en los últimos tiempos, y el otro hubiera desestimado la querella, por manifiestamente improcedente, que el lloriqueante sacerdote supuestamente vejado por su Ilustrísima le ha interpuesto.

Convendrá conmigo en que la Iglesia Católica es ante todo hoy día (aunque desde muy recientemente) un club privado/empresa/institución en el que sus afiliados y profesionales lo son por libre elección y que tanto ellos mismos como, más inadecuadamente, los estados democráticos en los que desarrolla su labor aceptan un buen número de características no democráticas, excepciones a los propios mandatos constitucionales, en aras a preservar su idiosincrasia irracional, fideística y fundada en lo sobrenatural. Sin ir más lejos tanto internamente como externamente todo el mundo parece aceptar como normal el que se discrimine a la mitad de la población mundial, concretamente a la mitad femenina, impidiéndole estatutariamente el acceso a los puestos profesionales situados más allá de cierto límite, escasamente sobresaliente. Así mismo se le concede el estatuto de normalidad al hecho de que el establecimiento de su jerarquía se haga mediante el insuflamiento encadenado de un hálito sobrenatural que, provinente del Espíritu Santo (uno de los tres avatares del Dios Único y Todopoderoso, Presidente Vitalicio y Eterno de la Empresa, en el que creen ustedes los católicos), atraviesa límpidamente, como un rayo de luz atraviesa un cristal (esa cara imagen católica), las mentes de los cardenales del cónclave que eligen al Papa (Director General) y de éste a los cardenales y obispos (Consejeros Delegados locales) por él, a su vez, directamente elegidos y que, por tanto, las relaciones jerárquicas se establezcan sobre la base de la obediencia y la humildad más absolutas de los subalternos respecto a los superiores. De la misma manera se aceptan con generosidad una serie infinita de prohibiciones y mandamientos de origen sobrenatural que regulan la vida de sus afiliados y profesionales hasta extremos inauditos, sin menoscabo de la repugnancia que los radicales de la racionalidad podamos sentir por los mismos, y de su contrariedad a las mínimas normas de civilidad de las sociedades democráticas contemporáneas. Desde la férrea prohibición de formar familias a todas sus castas profesionales, pasando por la imposición a las profesionales femeninas de adustas vestimentas de la familia de los burkas y chadores, hasta los ejemplos extremos de la prohibición de autoprocurarse placer genital manubrial o artefactalmente, vulgo hacerse pajas (y perdone la franqueza del lenguaje popular) a todos sus fieles, contrapuesta a la consideración de acto meritorio al autoinfligirse graves heridas, llagas y desolladuras por el uso de cilicios, látigos y otras lancinantes disciplinas.

Es por eso que considero que su Ilustrísima siempre ha obrado de acuerdo con la más prístina doctrina de la Santa Madre Iglesia:

En su anterior sede episcopal, la cordobesa, tratando de encinturar al conocido como Orondo Cura Banquero y sus secuaces que se habían convertido en perversos corruptores de voluntades mediante el tremendo poder económico que acumulaba la Banca Eclesiástica que dirigían y que les había conducido, probablemente por mediación del Maligno, a un abismo de codicia y de soberbia. Su Ilustrísima perdió aquella batalla por conseguir regresarlos al camino de la obediencia, la humildad y la pobreza porque en realidad luchaba contra el Imperio del Euro y sobre todo por las oscuras maniobras del principal poseído en las covachuelas vaticanas, pero su gesto quedará para siempre en esta ciudad como el de un san Jorge enfrentado al dragón de la Oronda Codicia.

La prohibición a los seminaristas granadinos de acceder al terrible piélago de tentación y pecado que es INTERNET. Inmaduras mentes de futuros pastores a punto de hundirse en el inmundo lodazal de la Red, rescatados a última hora por el brazo férreo de su Ilustrísima, nuevo campeón de la lucha contra el Mundo y la Carne, tras la perdida contra el Demonio.

El despido de catequistas que no sienten suficientemente la llamada de Cristo. Su Ilustrísima está en su perfecto derecho y los catequistas que lo denuncian ante el brazo secular caen en la hipocresía más audaz por consentir ser elegidos digitalmente por Dios, vía interpuesta episcopal, pero no despedidos por el mismo método. Y los jueces que admiten las querellas unos chichirivainas. Ya lo denuncié en este mismo sitio hace tiempo.

Como precisamente el que ha admitido la querella del moqueante sacerdote que ha acabado inexplicablemente sentando a su Ilustrísima en el banquillo. Una atrocidad legal y moral por cuanto el citado sacerdote sabía perfectamente cuando eligió esa profesión que las reglas del juego (humildad y obediencia absolutas ante las decisiones episcopales) eran precisamente esas y por cuanto el señor juez debería saber también que el problema de fondo está fundado sobre un trato profesional entre personas adultas responsables en el que las condiciones contractuales contemplan la posibilidad de todas y cada una de las supuestas vejaciones infligidas por una de las partes a la otra sin posibilidad de reclamación. El insolente, traidor y desquiciado proceder del sacerdote querellante no sólo lo pone a él mismo en evidencia de hipocresía, sino que coloca también al juez en el punto de mira de una actuación falta de las más elementales luces. Su Ilustrísima mismo, según ese mismo falaz argumento del acoso moral, podría haber denunciado también al brazo secular al Estado Vaticano por haberle dado la patada (eso sí, hacia arriba, y perdone la chabacana aunque justa imagen) cuando el asunto de Cajasur. Y yo sé, porque conozco el talante de Su Ilustrísima, que ni se le pasó por la cabeza, porque su Ilustrísima sabe perfectamente quién es y a qué juega.

Yo le recomendaría que solicitase, si su Ilustrísima no quiere ver abrirse una peligrosa brecha en el casco de la formidable nave que la Santa Iglesia Católica lleva dirigiendo por los mares de las legislaciones seculares por dos milenios, la expulsión inmediata del santo seno eclesial del sacerdote acusica, acusado él mismo de herejía manifiesta, por poner en duda un dogma básico de la Institución a la que pertenece, la infalibilidad de la línea Dios – Papa – Obispo, cuando de cuestiones pastorales se trata.

Le deseo toda la suerte que su Dios quiera enviarle y que las oraciones de sus fieles parroquianos, como mi admirado Alejandro V. García en su habitual columna del GRANADA HOY ha contado magistralmente esta mañana, le ayuden a confundir los argumentos del fiscal, a aguzar los de su defensor y a iluminar las entendederas del juez que, desgraciadamente, le ha tocado en suerte. Y sobre todo que disfrute de la nueva patada hacia arriba que le van a propinar en su dignísimo trasero próximamente las autoridades vaticanas (otras que tal bailan), y que usted sobrellevará con la dignidad y aplomo que le caracteriza.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Los tebeos y yo

Mi relación con los dibujos animados y con los tebeos nunca fueron buenas. Ni siquiera de niño. Como podéis imaginaros esta condición de repelente, pedante e insonrible que me caracteriza no es algo que me sobreviniera de pronto en un momento dado. No. Siempre fui así. Recuerdo que desde mi más tierna infancia los dibujos animados de la tele me aburrían soberanamente y siempre preferí las ficciones construidas con personajes de carne y hueso. Y lo mismo me ocurrió con los tebeos, con algunas excepciones, como es lógico, debidas a la inigualable plumilla del gran Ibáñez. Ni siquiera, y esto sonará a herejía, disfruté nunca con Tintín. Cuando con mocos todavía comencé a leer las maravillosas novelas aquellas de HISTORIAS SELECCIÓN recuerdo haber sentido como una falta de respeto al texto la inclusión de páginas de tebeíllo que narraban paralelamente la historia. Aquellos dibujitos me parecían una inaudita concesión a la suposición de falta de concentración de los jóvenes lectores, una especie de papilla grumosa que tenía como fin engatusar a los lectores poco disciplinados.

A finales de los 70 se extendió entre la progresía intelectual el gusto por los comics de calidad, representados por muchas publicaciones entre las que destacó TOTEM y, en plan más gamberro, EL VÍBORA. He de reconocer que me acerqué a ellas con espíritu abierto impresionado por el impacto que causó entre mis amistades y las alabanzas desmedidas que de sus bocas y de publicaciones culturales de altura recibían los dibujos. La cumbre de mi interés coincidió con mi encuentro con Juan Zapater (1979), un apasionado, gran conocedor y dotado de una intuición portentosa, de los comics y del cine, que puso un desmedido esfuerzo en hacerme partícipe de su propio disfrute en la apreciación del comic. Tras cientos de horas de obligada convivencia (penábamos por un año ambos en un campo de concentración rotulado en su puerta como Cuartel de Infantería), llegamos ya por fin a convenir en que yo debía padecer una especie de carencia vitamínica o la ausencia de alguna enzima responsable del gusto por ciertas formas artísticas determinadas. Por más que me explicó la virtudes del arte de la plumilla, la variedad de cosas que podían expresar, contar y llevar a la emoción los artistas del dibujo narrativo y la profundidad estética a que podían alcanzar algunos de ellos, yo nunca fui capaz de considerarlos más allá de una estética infantiloide y escasamente conmovedora. Pero siempre consideré que se trataba de una tara propia y nunca caí en la desconsideración del menosprecio.

Aunque a veces en los últimos tiempos Juan ha vuelto a la carga haciéndome partícipe de los descubrimientos que iba haciendo del cine de ANIME japonés, del que ha acabado siendo un imprescindible experto a escala nacional, yo he seguido absolutamente insensible a sus llamadas a la curación.

Por eso cuando el otro día en el transcurso de la conferencia que nos propinó en la Filmoteca sobre la película GHOST IN THE SHELL, lo oí desvelar pormenorizadamente todos sus secretos, las connotaciones culturales (filosóficas, religiosas, pictóricas) y las finezas argumentales que el director le insufló sentí que había perdido miserablemente el tiempo durante años no habiendo atendido suficientemente las recomendaciones/enseñanzas de mi amigo.

Ya para mí solo me dediqué concienzudamente a exprimirlo mientras paseábamos por la ciudad y a exigirle recomendaciones de otras obras que colmaran mi nueva sed de animación nipona. Fue así como me enteré de que la última edición en DVD que se hizo de GHOST IN THE SHELL, una edición especial para coleccionistas, coincidiendo con el 10º aniversario de su estreno, cuenta en su interior con dos maravillosas sorpresas. Una, un audiocomentario del propio Juan Zapater en el que explica los entresijos de la película y otra una entrevista con el director realizada por Juan en la que Mamoru Oshii nos habla de su vida y de su obra. La he pedido por correo. La estoy esperando.

domingo, 11 de noviembre de 2007

ANIMACOR 07 (las alegrías de la amistad)

Yo sé que algunos de vosotros esperáis con variable impaciencia y regulares dosis de masoquismo el relato de mis peripecias por las tierras indogangéticas. Pero estos días he sido secuestrado por los deberes, y sobre todo por los placeres, de la amistad. Mis amigos Blanca Oría y Juan Zapater han bajado desde las gélidas tierras de la semiártica Navarra hasta Córdoba para hablarnos de lo que más saben: de cine. Ha sido en el marco de ANIMACOR 07, el festival de animación que se celebra anualmente en Córdoba y que, en su III edición, se está convirtiendo en el más importante de su género del estado español.

Juan y Blanca son amigos míos desde hace más de 25 años. La distancia y las vicisitudes de nuestras respectivas vidas no han conseguido diluir ni un ápice el afecto que nos profesamos. Y en mi caso, la necesidad. Porque yo necesito estar con ellos de vez en cuando. Se trata de una necesidad sentimental, pero también intelectual. Una serie de charlas frente a unos cafés o unas cervezas con ellos por unos días me suponen un chute de actividad neuronal en forma de nuevos puntos de vista enriquecedores que me activan poderosamente la inteligencia para una temporada.

Tuvieron la amabilidad de acogerme como colaborador ocasional en la magnífica revista de arte ARTYCO que editaron durante algunos años y que tuvieron que abandonar por cuestiones ajenas a su voluntad. A ellos exclusivamente cabe el mérito de conseguir disciplinar mi proverbial irresponsabilidad creadora con la obligación de entregarles trimestralmente un artículo.

Pero es en el ámbito del cine donde consiguen hacerme ver cualquier película desde puntos de vista insospechados, mirar la textura fílmica con nuevos filtros estéticos y morales, considerar los entresijos argumentales con más apoyos contextuales. Eso no tiene demasiado mérito para ellos toda vez que Juan es, profesionalmente, uno de los críticos de cine más agudos de este país al que, según me ha confesado, comienza a dar vértigo la cantidad de gente que está pendiente de sus críticas vertidas en un BLOG que le confecciona Diario de Noticias de Navarra.

Pero su gran pasión, que han convertido en profesión, en los últimos años ha sido el cine japonés (especialmente el de KITANO) y más concretamente el de ANIME. Pese a su dilatado curriculum (colaboradores necesarios de los ENCUENTROS CON EL ANIME del IVAM (Institut Valencià d´Art Modern), del SITGES Festival Internacional de Cinema de Catalunya y organizadores y directores de festivales de Anime (el de Pamplona va por la V edición) en diferentes ciudades españolas), Córdoba, una ciudad que yo sé que ellos quieren y no sólo con un cariño vicario por mi persona, ha tardado en llamarlos. Pero este año ha corregido el olvido y ANIMACOR 07 ha contado con ellos y con su amigo Ángel Salas, director del festival de Sitges, para organizar y sostener el apartado de animación japonesa del festival.

Ángel Salas habló el lunes 5 de noviembre sobre Satoshi Kon: sueños e imágenes; y el martes 6 de noviembre Juan Zapater, sobre Guía para no perderse en Ghost in the Shell.


Copio directamente del programa:


De Mamoru Oshii se proyectó su impresionante díptico formado por Ghost in the Shell, obra ya legendaria, e Innocence, una segunda parte en la se ofrece una reflexión sobre la realidad y la memoria. De Satoshi Kon su último filme, Paprika, una obra densa y poliédrica sobre la manipulación de la mente humana y la posibilidad de controlar los sueños y por último y como colofón Highlander, la última obra de Yoshiaki Kawajiri inspirada en Los inmortales, totalmente inédita en España.

Yo sólo pude asistir, por incompatibilidad horaria, a la conferencia de Juan. Mañana hablaré de ella y de mi relación con el Anime. Por lo demás fue un placer sublime pasear en este delicioso otoño por Córdoba con ellos, Juan, Blanca, Ángel y Caroline, tapear en la Corredera y en Plateros de San Francisco (la taberna favorita de Blanca) y mostrarles algunas de las cosas que me gusta mostrar de esta ciudad y también de las que aborrezco.