Yo sé que es culpa mía, que debería practicar la saludable abstinencia de la lectura de los infumables panfletos plastocatólicos que nos endiña un día sí y otro también el diario decano de la prensa cordobesa, el medio escrito en el que predican más curas profesionales y aficionados por página cuadrada del hemisferio norte tras el L'Osservatore Romano, pero no tengo más remedio que hacerlo si quiero estar enterado de lo que se cuece en esta extraña ciudad en la que vivo. Y eso que suelo andar con cuidado mirando en donde piso, pero a veces me resbalo al saltar de piedra en piedra noticiera y caigo en el lodazal de la provocación reaccionaria que es el sustrato habitual en esa beata hojilla parroquial que responde al nombre de DIARIO CÓRDOBA. Por algo es semipropiedad del Obispado a través de su brazo armado de pasta, CAJASUR.
Ayer en concreto me tocó los cojones más de lo habitual la columna titulada PREDICACIÓN DE ATEOS de un tipo que esconde su condición de vendedor de supersticiones tras el usurpado título de periodista. El cura ANTONIO GIL, que ha sido y no sé si seguirá siendo Jefe de Opinión del medio irresponsable que le publica sus ponzoñosas deposiciones y que se autotitula independiente, como si pudiera serlo quien está umbilicalmente unido por inviolables lazos de obediencia a la legislación de un estado teocrático, discriminador genérico y defensor de la persecución legal de la homosexualidad, nos agredía ayer desde su púlpito mediático a todos aquellos que consideramos que la religión, independientemente de que haga o no feliz a quien la practica, debe mantenerse en el estricto ámbito de lo privado y no debe imponerse de ninguna de las maneras ni doctrinal ni simbólicamente a nadie que no lo desee. Y lo hace usando ese grasiento sarcasmo de alzacuellos que tan bien conocemos los que hemos sufrido la hipócrita untosidad clerical desde la escuela, asombrándose falsamente de que en Londres unos grupos de ateos, que según él tanto critican el asociacionismo religioso, se hayan organizado para publicitar la salubridad de la descreencia en entidades imaginarias.
No, mirusté, don Antonio, a nosotros, a los no creyentes, ateos, agnósticos, o como le salga de la sotana clasificarnos no nos gusta asociarnos en función de nuestra relación con la religión, no necesitamos, gracias a Dios, del olor del establo religioso, para sentirnos seres sociales. Esos son ustedes, los amantes de las supersticiones colectivas, que además necesitan, pastor y perros guardianes morales. Pero a veces la necesidad obliga y desde luego la agresividad de sus apostolados en el ámbito de la escuela pública y de los chantages populistas con que presionan a los políticos para que legislen como delitos lo que sólo para ustedes deben ser pecados, de sus intentos de someter a sus particulares paranoias morales a toda la sociedad desde hace ya demasiados años (en tiempos democráticos, que antes ni se lo planteaban) nos está llevando a muchos de los que vivimos nuestra civilidad en la estricta observancia de las reglas de la razón al planteamiento asociativo como mecanismo de defensa, como único medio de evitar que pisoteen nuestro derecho a vivir en un espacio libre de creencias agresivas que no compartimos y que invaden el ámbito público constantemente. Y para exigir que se cumplan los mandatos constitucionales de neutralidad religiosa en nuestros propios países.
Como dos personas razonables (Jorge Urdánoz Ganuza y Javier Pérez Royo) acaban de publicar recientemente, con un ejemplo de un hecho ocurrido en Valladolid hace muy poco y que ha puesto de los nervios a las jerarquías católicas se lo voy a explicar clarito clarito: la verdadera noticia no es que se retirara el crucifijo, sino que siguiera estando en una escuela pública todavía en 2008, después de 30 años de estado supuestamente aconfesional. Lo que ustedes no pueden entender ni soportar es que a muchos de nosotros, aunque seamos minoría, sus consumos religiosos nos apesten la razón como el humo del tabaco apesta las narices de los no fumadores. Y que exijamos que si ustedes no son capaces de controlar su afán exhibicionista, sea el estado el que los obligue. Porque lo más obsceno de su religión no son las absurdas creencias que profesan, sino el indecente mandato de permanente exhibicionismo al que están obligados por la doctrina a la que se someten. Ya sabe, lo de dar testimonio y demás agresividades publicitarias. Una doctrina que no puede ser discutida porque tiene una esencia antidemocrática (las misas no son asambleas, sino actos de adoctrinamiento). Y por eso tratan por todos los medios de que se inocule voluntaria o involuntariamente a los niños, para que asumiendo sus presupuestos irracionales desde la inconsciencia les sea muy difícil abandonarlos en la edad adulta.
Otro ejemplo. A usted seguro que le parece normal que en los balcones de los fundamentalistas católicos de esta ciudad, en una especie de terrorífico remake de La invasión de los ultracuerpos (en dodotis) se cuelguen unos espantosos carteles en los que un niño desnudito y tricornado representa lo que para ustedes significan religiosamente estas fiestas universales del solsticio de invierno: la creencia en la veracidad de un fantasioso cuento medioriental que habla del avatar infantil de una divinidad en la que cifran sus convicciones morales. Y sin embargo les parece una agresión que otra gente, con los mismos derechos que ustedes, hagan exactamente lo mismo: publicitar que consideran la autonomía moral humana mucho más sana que las imposiciones irracionales de los gestores de las palabras y mandatos de una supuesta divinidad en nombre de quien dicen (sin posibilidad de réplica) hablar.
Y eso, Don Antonio, se llama competencia desleal. ¿Qué le parecería que las carnicerías acusaran a las verdulerías de vender productos venenosos? Pues eso es lo que acaba de hacer usted con una desfachatez a prueba de algodones democráticos. O sea con una caradura cementérea.
Como aclaraba recientemente Juan Antonio Millás, los antisitema no son los ilusos chavales que se encadenan a las a las puertas del G8, sino la gente como usted, don Antonio, la gente que trata de confundir los conceptos para hundir la razón del sistema democrático, junto con los banqueros ladrones y los políticos inmorales y sacar tajada.
Por eso lo más bonito que se puede decir de usted, don Antonio, es que es un CARADURA.
Menos mal que hay gente como tú q sabe expresar lo q otr@s albergamos dentro, q a veces nos axfisia y no acertamos a hilar demasiado bien.
ResponderEliminarPero te has quedado corto Harazem, has sido demasiado fisno para la grosería q esta gente se gasta para con todo el mundo. de todas formas CHAPEAU!
>:o]
Manuel, como siempre, chapeau. Los dodotis no solamente están en Córdoba, también los he visto este fin de semana en Sevilla.Las criaturas van a pillar una pulmonía. Un amigo ateo, como yo, me dijo que es la clave de los seguidores del Opus Dei, que van en contra de colocar papá noel subiendo por las rejas de los balcones. Aquí se pone el niño jesús, como Dios manda, y fuera americanismos que desvirtúan la verdadera navidad católica, apostólica y romana. Como Dios Manda Manuel. El Sacerdote Gil es una buena persona que da todo lo que gana a los pobres y a los inmigrantes que no comen. Como Dios manda Manué. Que seas felíz.
ResponderEliminarUn abrazo de tu amigo difícil.
Bueno, amigo difícil, es lo que tiene la guerra ideológica, que como la otra, no distingue matices. Es probable que el Padre Gil haga todas esas cosas que dices, pero las que defiende en un púlpito privilegiado, e inmerecido por lo mismo, lo colocan en la órbita del enemigo a batir (ideológicamente, claro). Por lo demás me alegro siempre de verte por aquí y te remito los mismos deseos de razonable felicidad para tí y quienes te acompañen.
ResponderEliminarComo indicó antes otro Anónimo, lo de los niños en dodotis no es exclusivo de la ciudad donde vives. Es parte de la ofensiva ultracatólica que se manifiesta en cualquier parte de este país o Estado que nos toca vivir. En esencia no me parece mal que cada cual, de forma espontánea, cuelgue de sus balcones, terrazas o azoteas las imágenes o proclamas que desee (no debe ser más inconveniente una imagen religiosa de cualquier confesión que una pancarta con la portada del Hunky Dory de David Bowie, aunque yo prefiera ésta): lo preocupante y lo que provoca pavor y bochorno a mi juicio es utilizar de forma tan organizada, cual estrategia ultraconservadora perfectamente urdida, este tipo de exhibiciones.
ResponderEliminarManuel, en este sentido, Córdoba no es más reaccionaria que otras ciudades y el cura Antonio Gil no es sino un mero alentador provinciano de berrinches de geografías más amplias. Por el módico precio de cinco euros la Conferencia Episcopal ha vendido durante todo el mes de diciembre cientos de miles de estas proclamas a lo largo y ancho de las Españas. Los ultracatólicos cordobeses no son más jurásicos que el resto.
Saludos de cierto usuario ocasional de la Calleja cuyo cognomen está basado en cierta película de Fritz Lang. Aunque esta entrada sea ya antigua, me he armado de valor y me he decidido a escribir algo en tu blog (ya sabes, el 'enciclopédico' que en cierta ocasión indiqué... sin acritud alguna, of course). Muy buen año.