Es conocido en los estrictos círculos poéticos en lengua española que José Ángel Valente y Antonio Gamoneda abominaron cuantas veces pudieron en público de la llamada “poesía social” primero y posteriormente de la “poesía de la experiencia”, cuyo mayor representante como se sabe es Luis García Montero. Valente, dejándose llevar por su proverbial bilioso carácter, y Gamoneda más templadamente. Por eso me sorprendió la mordacidad desplegada por el poeta asturleonés cuando le tocó hablar de la muerte de su colega Ángel González, amigo y compañero de compromiso político de García Montero y Almudena Grandes. Para Gamoneda, González , según la Agencia EFE
“se mantuvo dentro del realismo con una gran dignidad, pero fue hace veinte años cuando su obra poética empezó a declinar, porque su vida se hizo más difícil, ya que vivía solo en Madrid, mientras su mujer desarrollaba su carrera profesional en Norteamérica". "Eso provocó que su poesía decayese", comentó Gamoneda del poeta asturiano, de quien ha sido "muy buen amigo", pero, al mismo tiempo, lamentó que en sus últimos años "se dejase manipular por gente de la que no merece la pena hablar y que se aprovechó de él"
Hay cargadas dosis de malicia en esas palabras que apuntan a unos temas que sólo me atrevo a sospechar y a otros que creo enfilar nítidamente. Es la segunda vez que se acusa a Montero y Grandes de secuestrar a un anciano poeta, instalado ya prácticamente en el mito, para manipular su voluntad. La primera fue con Alberti. La segunda, ésta, con Ángel González. Y considero ambas ocasiones hijas de la maledicencia más miserable. Y lo dice quien no aprecia demasiado las obras de ambos, aunque sí los reconoce como personas comprometidas con el progresismo más lúcido y grandes cultivadores de amistades electivas.
Pero el villano ha recibido su merecido. Almudena Grandes, en un reciente artículo de despedida de Ángel González, titulado precisamente así, Ángel, le suelta como de pasada un rabotazo viperino que lo deja tieso. ¡Menuda es la amiga!:
todo fue justo en la vida de un poeta leído, querido y admirado como muy pocos. Todo. Incluso el rencor torpe y envidioso de un mezquino cortesano literario que, al parecer, no ha tenido bastante ni siquiera con el premio Cervantes.