Nada es como nos lo cuentan. Estos días se nos ha dado una imagen absolutamente manipulada, por parcial, del problema de la piratería en las costas de Somalia, en el océano Índico. Imágenes de desalmados secuestradores sin escrúpulos que asaltan barcos que cumplen con la benéfica misión de surtir de petróleo y pescado a los occidentales que las contemplan desde los mullidos sofás de sus casas. Así, por pura maldad y puro afán delincuente de sacar dinero fácil. Pero casi, casi nadie, se ha parado a investigar un poco, sólo un poco, en las causas reales que han llevado a cientos de somalíes a tomar un kalasnikov, armarse de granadas de mano, fletar una lancha rápida y lanzarse a la caza de marineros blancos.
La tremenda desestructuración que la sociedad somalí sufre desde hace 20 años con la inestimable ayuda de los intereses estratégicos occidentales ha creado un vacío de poder estatal terrible y mortal que ha acabado lanzando la ley en los brazos de bandas descontroladas, pero sobre todo ese vacío ha sido la causa de que el país no haya tenido voz en los foros internacionales para denunciar el sistemático saqueo ilegal de sus costas por los barcos de todas las flotas pesqueras de Europa y Japón (300 millones de atunes, camarones y langostas al año) y, lo que es peor, la conversión de aquellas lejanas costas en el vertedero de materiales tóxicos, nucleares principalmente, de medio mundo desarrollado. Todos lo sabían, pero nunca nadie pronunció una palabra en contra, ni mucho menos mandaron patrulleras militares para impedirlo. Fueron los propios pescadores somalíes, arruinados por la esquilmación de sus bancos de pesca y enfermos a consecuencia de los vertidos los que trataron de defender sus recursos y su salud. Inútilmente, claro. Al final descubrieron lo que tenían que descubrir: que el único lenguaje que conocen los hijos de perra es el de los hijos de perra. Y que el negocio estaba en robar salvajemente a los ladrones y ya puestos a todo el que se ponga a tiro. Piratas les llaman. Como siempre. Como a los indios que atacaban a los blancos que les habían robado las tierras en el Far West. Como a los palestinos que se defienden del genocidio que el estado israelí ha diseñado para ellos. Como a los surafricanos negros que asaltaban las granjas de los colonos blancos que les habían despojado hasta de la condición de humanos.
Lo cuenta muy bien HERMAN ZIN en su imprescindible blog, que recomiendo no sólo para ese tema sino para todos los demás a los que sólo tenemos acceso por vías oficiales. Porque toda cara tiene impepinablemente su culo. Sólo hay que querer encontrarlo.
Gracias Manuel, es muy necesario conocer la cara y la cruz de las historias, no para dar o quitar la razón, sino para -cuando menos- sembrar y hacer germinar la idea de que en nuestro mundo occidental se nos bombardea constantemente con la idea de ser víctimas de ataques despiadados e injustificados por parte de nuestros "enemigos", esos a los que nadie conoce sino de oídas. La mayoría se conforma con la versión oficial: nos atacan, nos invaden, nos roban, nos quitan. Lo cual justifica naturalmente toda represalia adoptada por nuestras salvadoras fuerzas del orden, y consecuentemente, toda inversión en reforzar dichas fuerzas, que además, a muchos les parecerá poca para defender nuestro derecho al robo y a la explotación, como potencia de primer orden que somos. Es el milenario truco de asustar al niño con el coco. El truco que lleva siglos utilizándose para iniciar infundidos de razón tantas masacres, guerras, invasiones y divisiones territoriales. Poca gente parece preguntarse por qué ocurren esos "ataques", y consecuentemente, cuál es nuestra parte de responsabilidad en ello. Gracias, gracias, gracias.
ResponderEliminarUn saludo, Mara