© Fotografía: Álvaro Carmona, fotógrafo de El Día de Córdoba
La imagen más feroz de esta semana presuntamente santa será ya para siempre en Córdoba la del último rojo, en este caso roja, rindiendo armas ante la Superstición Católica victoriosa. En la foto aparecen dos concejales de IU del Ayuntamiento de Córdoba haciendo estación de penitencia en una procesión católica y portando sendos báculos cofrades.
Uno es el de Movilidad (se supone que de pasos y tronos), José Joaquín Cuadra, costalero de una cofradía católica, es decir un caso clínico de manual de incoherencia ideológica aguda con complicaciones estéticas graves por uso inmoderado de gomina.
La otra, la de Educación e Infancia, Elena Cortés, que el año pasado desde su balcón protagonizó una supuesta falta de respeto a los cofrades que pasaban bajo su balcón paseando un ídolo, colocando un NO pintado de la baranda y haciendo sonar una sirena. Tras la previsible biliosa reacción de los cofrades, la supuesta ofensora fue inmediatamente llamada a capítulo por la alcaldiosa, Rosa Aguilar, también, como todo el mundo supone, de IU, aunque salida del armario hace años confesándose católica practicante, entusiasta cofrade, con director espiritual mitrado y seguidora del pedorro equipo de pelotistas local, y obligada a humillarse pidiendo perdón a los correosos dirigentes de las Hermandades y Cofradías.
Y este año se ha sabido por fin el alcance de la penitencia que le impuso la Reverenda Madre del convento municipal, esa Bernarda Alba vestida usualmente de Tío Pepe, que mantiene con mano de hierro el bocado de las alborotadoras niñas de Capitulares, a la díscola muchacha del NO y la sirena.
Aunque tal vez nunca alcancemos a saber si lo que le ha ocurrido a Elena Cortés ha sido una auténtica una caída en el camino de Damasco y pertenece ya al grupo mayoritario municipal de excomunistas y ahora católicos renacidos con que se ha rodeado la alcaldiosa para ayudarse en la alta misión apostólica que le ha impuesto su Spiritual Coacher, Monse Asenjo: convertir IU en un partido confesional y a ella misma en la Papisa Rosa, título especular pero más acorde con los tiempos del que llevara su antiguo mentor Julio Anguita, El Califa Rojo. El premio no vendrá en el otro mundo, sino en este, con el perdón de sus pecados y de la enorme deuda, no precisamente moral, que atenaza a la formación con la Banca que lleva en el logo al Espíritu Santo.
Sea como sea, la entrega de la cabeza de la Cortés estaba pendiente y conociendo las ciliciales aficiones de la Papisa la penitencia impuesta a la díscola concejala de procesionar catecuménicamente de la mano del exrojo cofrade engominado armada de báculo cristofascista no sólo consistió en servir de carnaza y hazmerreír para los orodentados dirigentes de las Hermandades, sino que exigió una más meritoria humillación. Un soplo de fuentes cercanas al conventillo hablan de que fue puesta en la tesitura de elegir entre tres mortificaciones: colocarse una peina y mantilla española, procesionar descalza o hacerlo con un puñado de garbanzos en los zapatos. La atribulada concejala eligió la última de las opciones sacrificiales, sin saber que la Papisa supervisaría el proceso, sacando personalmente del paquete de Hacendado los garbanzos mortificadores e impidiendo que la listilla los sacara de la olla del potaje (de vigilia, claro), como tenía pensado hacer. Claro que por la beatífica cara que muestra en la fotografía cualquiera diría que al final la catecúmena Cortés acabó encantada con el castigo.
Ahora habría que preguntarle si realmente conoce el alcance de su sacrificio. Como los mafiosos que esclavizan a los ciudadanos normales haciéndoles cómplices de sus delitos, así ya todos los miembros del equipo municipal de izquierdas del Ayuntamiento de Córdoba están contaminados por su participación en manifestaciones ilegales en contra de una progresista proyecto de ley del gobierno. Todos llevan ya su lazo blanco. Podrán armar todas las piruetas clarificadoras que quieran pero las Cofradías, indivisiblemente Iglesia como dependientes directamente del Estado Vaticano, un estado que mantiene un apartheid de las mujeres peor que el de Arabia Saudí, se han lanzado al activismo político mostrando unánimemente su rechazo frontal al proyecto de ley del aborto, una ley civil que sólo pretende liberar de una puta vez a los no católicos (y a los católicos que quieran) de la imposición como universal de la moral católica. Físicamente o no el lazo está claramente colgado en la intención y en la declaración. Por lo tanto participar en una manifestación cofrade significa portar el lazo blanco en todo el centro de cada moral individual. Y tratar de justificar eso sería como justificar que un directivo de la Asociación Protectora de Animales se hiciera banderillero o participara en los lanzamientos de pava desde una torre con la excusa de que son ancestrales tradiciones del pueblo.
Es cierto que la inmensa mayoría de la gente que se disfraza de nazareno o se junta en cuadrilla bruta a levantar pesos sagrados son niños o jóvenes que se toman el asunto como una diversión festiva a caballo entre el carnaval y fiesta del pueblo, carecen de formación política y sirven inconscientemente a los intereses de las oscuras fuerzas reaccionarias clericales, amén de contaminarse con sus catequesis disfrazadas, pero por eso mismo aquellos que sí que tienen la obligación de adquirir y extender una formación política progresista deberían ser más consecuentes con sus manifestaciones y anteponer siempre las bases ideológicas de sus proyectos a la mera adquisición de votos por la vía del populismo aguardentoso. Dignidad versus votos podridos. Pero ya nos lo demuestran a las claras la calaña moral de sus excelencias, de todas, ya sin excepciones.
Hoy Elvira Lindo se chotea de los capullos políticos de izquierdas que por practicar el más grasiento de los populismos desde los 80 se ven inmersos ahora por el ataque traicionero del facherío católico con el lazo blanco, en un cacao ideológico y en una empanada moral que sólo la acendrada hipocresía que les es consustancial logrará dejarlos dormir sin pesadillas.
Pero eso son cosas del relativismo moral del posmodernismo, como dice Susan B16, que no entendemos los radicales (aún) a sueldo de Moscú.
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