Yo ya sé que soy un insorrible, un metepatas, un malafollá, un resentido, un inconformable, un esaborío y sienes y sienes de cosas desagradables más. Que a veces me paso con mi manía de verle el culo a la realidad, frente a la inmensa mayoría a la que sólo le interesa verle la sonrisa bobalicona, pero en este caso me parece que no me paso ni un pelo. Y como el año pasado ya me despaché a gusto, hoy no tengo demasiadas ganas de quemarme la vesícula de nuevo y hace mucho, mucho, mucho calor, me limitaré a copiar y pegar algunos de los párrafos que el año pasado ya le dediqué a la Tomatina Flamenca de Córdoba:
La NOCHE BLANCA DEL FLAMENCO es un enorme despropósito que amenaza con convertirse en una tradición y cuyo único fin es que Córdoba suene en los telediarios, en la prensa y en la radio por unos días como una ciudad guay, en la que el que vaya se puede pasar toda una noche de puta madre juergueando por la ciudad. El flamenco, a raíz de cómo se lo trató en los espectáculos importa una mierda. El público que quiere realmente asistir a las actuaciones importa otra mierda más. No es que el flamenco deba ser tratado con respeto reverencial como cabría esperar por los infectos latiguillos que los voceros del evento han evacuado ante el primer micrófono que se les puso delante, es que es mentira que sea una noche de flamenco, sino una noche de guiness record y de superbotellón legal. O sea, se trata de reunir el mayor número de gente callejeando por el casco antiguo con la excusa de que se han habilitado unos escenarios donde actúan artistas más o menos flamencos en determinados lugares. El que la burrada de actuaciones haga imposible acudir cómodamente a más de una de ellas, el que los escenarios se monten en lugares que serán más emblemáticos y más marcos incomparables que el copón bendito, pero que no permiten disfrutar con las mínimas condiciones de comodidad de casi ninguno de ellos, el que el caramelo de la gratuidad haga que miles de personas a las que se les refanfinfla el flamenco (o lo que pretenden vender por tal) acudan, como acuden a la feria o a las procesiones o al rally de Sierra Morena.
A los políticos que sufrimos no les interesa la cultura en sí misma, sino el número de festejantes que son capaces de reunir en la calle para vender el número dividido por el coste total del evento como una inversión que ponga el nombre de la ciudad en boca de los medios. Por eso igual les hubiera dado montar una festolina con concursos de comedores de huevos duros o de enhebradores de agujas con Parkinson. El espíritu de esta nueva fiesta es el mismo que el de La Tomatina de Albuñol: hacer famosa a la ciudad con una burrada mu grande. En este caso batir todos los records de irracionalidad cutural ofertando en una sola noche 55 actividades con casi 600 artistas involucrados. Medio millón de euros que hubieran podido utilizarse en organizar una semana de actuaciones espaciadas en el Teatro de la Ajerquía, con un precio simbólico para evitar el gañotismo y con actos paralelos a lo largo del día. O bien para crear las adecuadas condiciones para la enseñanza, difusión y conservación del flamenco. Pero eso no da dividendos políticos. Eso no vende imagen, ni abre telediarios, ni contribuye a que suene Córdoba y Nuestra Señora de las Pernotasiones en la asquerosa feria de las Capitalidades Culturales.
Probablemente dentro de muy pocos años este fin de semana será un ocasión de oro para que los cordobeses nos vayamos a la playa huyendo de la toma de la ciudad por hordas de visitantes con ganas de cachondeo. Por el turismo de noches de juerga. Los mismos que acuden indiscriminadamente a los carnavales de Cádiz o al botellón de las Cruces de Granada. Que llenarán las calles de mierda, meados y vomiteras borrachuzas y no dejarán dormir a nadie. Todo en nombre de la Capitalidad Cultural esa de los cojones.
Me gustaría resaltar la irresponsabilidad supina de la que fuera ojito derecho de la exalcaldiosa, Rosa Candelario, actual teniente de alcalde de Presidencia, que con un entusiasmo a prueba de cutex proclama encantada que se alcanzarán las 400.000 asistentes a la Supertomatina Flamenca. Puede que sea una desagerá, pero más que una desageración de político sin sentido del ridículo a lo que apunta es a una escasez de riego neuronal en fase aguda. Que alguien encargado de la seguridad de toda una ciudad esté encantado de que sus calles, unas calles esencialmente estrechas y laberínticas, se puedan ver por una noche absolutamente abarrotadas por 300.000 personas más de las que caben no habla más que de la degeneración de la raza de los políticos, y sobre todo, de la de los políticos de Izquierda Unida cordobeses, la que más ha sufrido sin duda la ola de cretinización generalizada que nos invade.
Otro esaborío como yo, Isaac Rosa me consolaba el otro día por simpatía de sentimientos en su blog de Público alarmado por disentir de un 93’6 % de españoles que quieren que Madrid sea sede olímpica:
Debo aclarar que no me opongo por fastidiar, ni por ninguna vocación de marginalidad, sino porque los Juegos me parecen un pelotazo disfrazado de espíritu olímpico que en una ciudad como Madrid puede ser la puntilla. Lo que no tengo tan claro es que ese 93,6% haya dado lo que en medicina llaman el “consentimiento informado”. Como el cirujano con el paciente antes de entrar en quirófano, aquí nadie nos ha explicado cómo será la operación, qué nos van a extirpar, cómo nos van a dejar la cara, qué secuelas nos quedarán y, sobre todo, cuánto nos costará.
Sobre la candidatura olímpica no ha habido debate público, sólo adhesiones inquebrantables y globos de colores. Y esa falta de debate no es efecto sino causa de esa unanimidad.