Dicen los proverbios reaccionarios de todo el mundo que de las grandes desgracias siempre sale algo positivo, aunque no añaden que pocas veces lo hace para las propias víctimas. Del terremoto de Hatí, de la trampa mortal en que se convirtieron las infraviviendas en las que se hacinaban y almacenaban sus miserias los casi ciudadanos casi más pobres de la tierra, las televisiones de todo el mundo han sacado imágenes impactantes suficientes como para haberse forrado el riñón durante un tiempo, un tiempo de crisis precisamente. Los gobiernos del mundo rico han tenido la oportunidad de mostrar su rostro más humano y mostrarse derramando lágrimas y algunos millones de billetes de banco sobre o bajo las imágenes de la tragedia que han galvanizado frente a las pantallas a millones de espectadores. Las poblaciones de esos mismos países han podido sentir más amor por sí mismos contemplando a sus ONGs en plena faena de ayuda y a sus bomberos con sus perros obrando milagros entre los cascotes, aunque nunca nadie se planteara previamente qué es lo que verdaderamente ocurría allí antes de la tragedia y por qué víctimas sólo ha habido en los inmensos barrios de miseria que se extienden bajo las colinas donde permanecen intactos los chalets de la oligarquía.
Otros beneficiados de la tragedia, son como siempre y siguiendo la propia dinámica ciega de la naturaleza, las especies carroñeras, cuyo olfato para encontrar y alimentarse de la muerte ajena está en la base de su instinto.
Ya llegan las primeras noticias de desapariciones de niños huérfanos, desorientados por las calles polvorientas, e incluso sustraídos de los propios campos de refugiados. Hombres blancos y negros, con brazaletes humanitarios, se los llevan tranquilamente en medio del caos para venderlos despiezados en el mercado de los trasplantes o enteros en el de las adopciones.
Pero hay otras variedades de vultúridos que no manchan sus picos directamente con la sangre porque la carroña que consumen está conformada por materia de origen estrictamente político. No ha tardado mucho en aparecer uno de los más agresivos del panorama sudamericano, el otrora periodista de Le Monde y hoy reportero consorte (vía su esposa, titular de la plaza), de El País, Bertrand de la Grange, que publica hoy en ese diario uno de los libelos más crueles que se han escrito sobre la tragedia haitiana en este país, y eso que tanto en ABC como en La Razón, hay malnacidos suficientes como para echarle la pata de sobra. Ante la posibilidad de que mucha gente comience por fin a hilar cabos y a sumar datos y a comprender las causas exactas de la pobreza de tantos millones de humanos en el mundo, el desalmado descarga explícita y absolutamente de toda responsabilidad a las potencias colonialistas (y no sólo en el pasado), Francia y los USA sobre todo, de la miseria estructural en que se debate desde siempre el pequeño país caribeño. Con ello escribe una brillante página de la historia mundial del periodismo infame. La base fundamental de su apestoso razonamiento es que ya no existe colonialismo desde hace un siglo, y que el daño que pudiera haberle hecho ese colonialismo en el pasado está más que olvidado y ya enterrado por las posibilidades de desarrollo que el propio país ha tenido desde entonces. Así que las causas de la miseria haitiana ha sido desde siempre y únicamente la propia incompetencia de los haitianos, que no sabido eligir a los gobernantes adecuados. Como si alguna vez la población haitiana hubiera tenido la posibilidad de nombrar o deponer a sus élites, ejercicio que siempre estuvo en las exclusivas manos de los encargados de velar por los intereses de EE.UU, cuya única obsesión fue siempre, aparte de esquilmarlo, evitar que el país se convirtiera en otra Cuba.
¿Desconocimiento, mala entraña gratuita o venalidad? Bueno, teniendo en cuenta que quien lo dice es un experto analista que desde hace mucho años tiene acceso a todas las claves que conforman el desarrollo de los países sudamericanos y su relación con los USA y con otras potencias ricas, no hay duda de que realmente este tipo es un pedazo de mal bicho digno de todo desprecio. Y de los posibles réditos que le reporte su maldad sólo puede afirmarse que existen muchos indicios, todos dignos de toda sospecha.
Tanto él como su mujer, Maite Rico, forman desde hace tiempo parte de la guerrilla reaccionaria de intelectuales más o menos prestigiosos que las oligarquías del continente mano a mano con la CIA, andan reclutando desde el fin de la Guerra Fría como nueva estrategia para contrarrestar los posibles movimientos de izquierda que osen oponerse al anclaje definitivo de sus privilegios, a organizar la resistencia para la extensión del ultraliberalismo y, por muy antiguo que suene, el imperialismo de las multinacionales norteamericanas que nunca han cejado en su empeño de esquilmar en su exclusivo beneficio las riquezas naturales de todo el continente. El comando ya tiene reclutados entre otros de menor precio a los Vargas Llosa, padre e hijo, Jaime Bayly o Plinio Apuleyo Mendoza. Por si alguien no conoce exactamente la calaña de los Grage-Rico puede encontrar un vivo retrato en Ay, que Rico, del periodista peruano César Hildebrandt.
Como para contrarrestar la mala baba del francés, pero sobre todo su maliciosa desinformación, hoy, también en El País, en la edición de Andalucía, en su articulo Damas de la caridad el poeta García Montero terminaba:
Uno se pregunta finalmente por el papel del Fondo Monetario Internacional (FMI). Cuando en los años ochenta obligó al Gobierno de Haití a rebajar los aranceles sobre la importación del arroz de un 35% a un 3%, le abrió el mercado a las subvencionadas arroceras norteamericanas, a costa de hundir la economía interior del país. Miles de campesinos dejaron sus aldeas y se marcharon a vivir en condiciones miserables a Puerto Príncipe, una ciudad que ahora se ha hundido sobre ellos. El FMI es responsable de muchas políticas que han extendido en los últimos años el hambre en el mundo, impidiendo los sistemas tradicionales de alimentación en nombre de sus prestamos y de los pagos de la deuda.
La mejor ayuda a los países pobres es dejar de explotarlos. Nuestra solidaridad, si uno se atreve a saber, resulta ahora necesaria, pero provoca malestar.
ADDENDUM DE 28/01/10::
Artículo de Vicenç Navarro que deja con el culo al aire al embustero francés.