lunes, 26 de julio de 2010

ICONOS Y VARGAS


Unos amigos míos han abierto un bar. Así que voy a hacerles un poco de publicidad. Si se tratara de un bar normal la cosa quedaría forzada. Harazem, el antipublicitario enmascarado, cayendo en la hipocresía o peor aún en el nepotismo y la simonía. Pero como no se trata de un bar normal podéis considerarlo un ejercicio de información de curiosidades que ocurren en esta ciudad zombizada por la canícula. Y además un legítimo ejercicio de porque me da la gana. Lo que no tengo tan claro es que alguien tan poco recomendable como yo y tan dado a hacer amigos en este blog les haga un favor publicitándolos.

¿Qué convierte la apertura de este nuevo bar de mis amigos en una noticia? Pues varias cosas. La primera y principal es que han confeccionado algo que nunca jamás de los jamases había confeccionado nadie en ningún rincón del mundo mundial, tanto en regiones exploradas como inexploradas: UNA CARTA DE VARGAS. Yo les he propuesto que dada esa característica primigenia universal deberían llamarla CARTA ASTRAL DE VARGAS. Afortunadamente no me han hecho caso. Pero no queda ahí la cosa: en un alarde de valentía y de arrojo empresarial han sido capaces de confeccionar los propios VARGAS listados en esa carta pionera del varguismo cordobés. Es decir que los vargas existen en la carta pionera, pero también en la realidad mostrenca. Tú la lees, alucinas con la concepción cocktélica de cada uno de ellos, te decides por uno, lo pides en un arranque de entusiasmo y ¡zas! en menos de lo que tardas en echar un vistazo al resto de la clientela alguno de mis amigos va y te lo sirve. En un vaso de medio litro y con los más genuinos ingredientes del vargas tradicional cordobés más los aditamentos propios de las curiosas variaciones que han imaginado. Y mientras lo flipas puedes mirar las preciosidades que tienen colgadas en las paredes y que de paso se venden a la distinguida clientela. Porque por algo lleva el subtítulo de SHOP & BAR. Yo de todas formas te recomiendo que empieces por el tradicional. La sorpresa es descubrir que algo tan sencillo de confeccionar bien como un Vargas sea tan difícil de conseguir consumirlo en condiciones en los bares cordobeses. Menos aquí. Y luego te lances a probar los demás.

Los cordobeses profesionales, aficionados o asimilados sabrán de que hablo, pero los seres humanos de la galaxia exterior probablemente no. Pero lo siento. Este no es el lugar de explicar qué es un VARGAS. Para eso está la Cordobapedia.... ¿La Cordobapedia? ¡Pero buenooooo! Me voy a la Cordobapedia para enlazárosla y me encuentro con que en la mayor enciclopedia digital sobre la ciudad el redactor que ha confeccionado el artículo sobre el VARGAS es un verdadero traidor. O lo que es peor: un... ¡¡¡¡malagueño!!! Seguro que es un sicario del alcalde boquerón pa robarnos la Capitalidad. Compruébalo tú mismo AQUÍ. Este señor pone en duda la legitimidad del origen netamente cordobés del imaginativo cocktail. De acuerdo que puede asimilarse a lo que en el resto del mundo se llama un TINTO DE VERANO, pero realmente es diferente. Muy diferente, radicando esa diferencia fundamentalmente en que aquí lleva el supercañí nombre de VARGAS y en el resto no. Y que viene de la cordobesización definitiva de VALdepeñas con GASeosa: VALGAS = VARGAS. De la Venta de Vargas dice el... nota que proviene el nombre. Y que lo de Valgas es una leyenda... Ya te digo... La Venta de Vargas ya tiene bastante con que la leyenda diga que allí empezó su carrera Camarón, hombre, como para necesitar robarnos a los cordobeses el origen de nuestro cóctel más racial.

Así que VARGAS. De Valdepeñas y de gaseosa. Con su cacho de limón y su troncho de hielo bien duro. Y sa terminao.

La segunda que está en pleno corazón de la Judería, nada menos que en la calle Corregidor Luis de la Cerda, puerta con puerta con el famoso HAMMAM.

Y la tercera que de su techo cuelga alucinantemente una obra original de Duchamps. Concretamente su botellero. Eso dice mi amigo E. que lo encontró tirado en un contenedor de Paris, y lo que dice mi amigo E. va a misa. De doce. El botellero se perdió en los años 30 y nunca más se supo. Así que debe ser ese mismo. de manera que, querido cordobés o querido forastero por el precio del mejor vargas de la ciudad contemplas un auténtico Duchamps y puedes llevarte un precioso regalo pa tu novio, tu novia o para sobornar a tu jefe de vuelta de tus vacaciones.

El nombre... es lo que... menos... A ver qué os parece... EL CAZADOR DE ICONOS... ¿rarito, que no? Cuestión de acostumbrarse. Estos artistas...

En la CALLEJA entrevistaron a uno de ellos. ÉL MISMO OS LO EXPLICA MEJOR QUE YO.




Corregidor Luis de la Cerda, 53
(Junto al Hamman)

Las marcas de cantero de la Mezquita de Córdoba

Mi fascinación por la Mezquita de Córdoba se remonta a la lejana fecha en que, contando cuatro o cinco años, me introdujeron por primera vez en su interior. Desde entonces y sobre todo a partir de que gocé de autonomía la visité en numerosas ocasiones a pesar de lo alejado de mi domicilio. Varios fueron mis lugares favoritos del monumento, en los que mi imaginación volaba a tiempos pretéritos cuando esta ciudad fue capital de un imperio y aquel lugar su corazón. Pero ninguno como el rincón del cautivo. En cada visita y en mi caso fueron muchas, una fuerza secreta e irresistible me impelía cada vez a visitar aquel oscuro rincón. Allí, embelesado, miraba fijamente a través de la carcelilla que los guardaban los profundos arañazos marcados en el mármol negro de la columna y que formaban aproximadamente un crucifijo y acababa por ver realmente al prisionero que los malvados moros mantuvieron encadenado a aquella columna el tiempo suficiente, y debió de ser mucho, como para que pudiera grabarlo con sus uñas. Me lo imaginaba harapiento y greñudo, curiosamente parecido al Ben Gun de la Isla del Tesoro, otra de mis fascinaciones infantiles, con los brazos permanentemente abrazados a la columna, la cara apoyada en el mármol frío y las manos en el lado opuesto empleadas día y noche y a ciegas en su labor erosiva, en secreto desafío a los desprecios de los fieles musulmanes que pasaran por su lado.

Hasta muchos años después, cuando mi mera fascinación por los árabes andalusíes dio paso a un más o menos serio afán de estudio, no comprendí que aquella historia no podía ser otra cosa que una leyenda y el crucifijo grabado una de las muchas mistificaciones católicas para extender la superstición. En contra de una opinión ampliamente extendida salvo algunas excepciones las mezquitas de todo el mundo islámico están abiertas a la visita de los no creyentes, como corresponde a su afán (yihad) proselitista. Las excepciones, aparte de las de la órbita del rigorismo wahabita, se centran en las grandes ciudades de los países del Maghreb, y son fruto más de una necesidad histórica de defensa de los abusos de los colonos y tropas de ocupación en la época colonial, que obligaron a una prohibición, mantenida posteriormente tras la independencia, que de prescripción canónica alguna. Pero la posibilidad de que alguna de ellas hubiera hecho las funciones de presidio o lugar de tortura estando en activo en algún momento de la Historia son prácticamente nulas (1).

Esa misma duda me asaltó cuando en los años 90 el cabildo instaló, con evidentes intenciones de reivindicación de los orígenes cristianos del oratorio, el pequeño museo de la basílica de San Vicente dentro de la Mezquita y expusieron la colección de marcas, nombres principalmente, vaciados en arcilla, hallados grabados en los fustes de las columnas y en los cimacios del oratorio. La leyenda que los explica al borde inferior de la vitrina dice textualmente:

MARCAS DE CANTEROS MUSULMANES Y CRISTIANOS EN COLUMNAS, CAPITELES Y CIMACIOS DE LAS AMPLIACIONES DE AL-HAKAM II Y ALMANZOR, VACIADAS POR F. HERNÁNDEZ JIMÉNEZ Y MANUEL OCAÑA JIMÉNEZ. 1932.

Mi acusada, casi paranoica por fundamentada, sensibilidad reactiva a las interesadas falacias en que está empleada la Iglesia católica desde hace años en su afán de desislamizar lo más posible el monumento, me hacen ponerme en guardia sistemáticamente ante toda información interpretativa que provenga del Cabildo. Pero aunque en principio nunca tuve inconveniente en admitir que pudieran haber trabajado operarios cristianos en la construcción de ciertas de partes de la Mezquita, aún no consagradas, dado el más que aceptable nivel de integración que los cristianos –y judíos- parece ser que alcanzaron en el apogeo del califato andalusí, no fui nunca capaz de dilucidar cuál de esos nombres de canteros que podía leer en las tablillas de arcilla eran esos cristianos a los que aludía el texto explicativo.. La mayoría no admitían duda: mis nociones de árabe eran lo suficientemente completas como para permitirme saber que eran nombre musulmanes, pero muchos otros no era capaz de localizarlos en la onomástica que yo conozco. Tampoco me preocupé de comprobarlos en diccionarios o preguntando directamente a amigos arabistas o árabes. Así que la duda, aunque razonable, quedó siempre empañada por mi limitación investigadora.

Por eso he recibido con extraordinaria alegría un artículo que el profesor Juan Antonio Souto acaba de publicar en la revista Al-Qantara (AL-QANTARA XXXI 1, enero-junio 2010 pp. 31-75 ISSN 0211-3589) en la que plantea con profundidad investigadora el mismo tema.

Juan A. Souto es profesor de la Complutense de Madrid y especialista en Historia del Islam. Por lo que tengo entendido es un reputado epigrafista arábigo que ha venido desarrollando en los últimos años un profundo estudio de la Mezquita de Córdoba . Así recientemente nos ha sorprendido con un pequeño trabajo sobre la misma (La Mezquita aljama de Córdoba editada por el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo) en el que a pesar de sus fines claramente divulgativos y su extrema concisión apunta cuestiones realmente interesantes sobre la esencia y la historia del monumento. La originalidad de Souto radica en que, contra la mayoría la literatura que se publica especialmente en la ciudad, defiende la familiaridad del oratorio cordobés con la tradición a la que realmente pertenece: la arquitectura islámica, poniéndola en relación con la de la dinastía a la que pertenecieron sus constructores: la omeya e incidiendo en la dependencia simbólica de la Mezquita respecto del estado andalusí del que fue emblema y alma.

En el trabajo publicado en Al-Qantara y titulado ¿Documentos de trabajadores cristianos en la Mezquita Aljama de Córdoba?, el profesor Souto desmonta cuidadosamente los apoyos argumentales en los que el arabista y arqueólogo Manuel Ocaña, basándose en una inspiración de George Colin, sustentó su teoría de que algunos de los nombres de canteros recogidos por él mismo en los años 30 pertenecían a transcripciones al árabe de nombres cristianos. En concreto Mubarak, Mas’ud y Nasr, toda vez que se trata de correspondientes semánticos de Benedicto, Félix y Víctor . A ello sumó el hecho de que algunos de ellos aparecieran acompañados en ocasiones por determinados símbolos que hacía descansar en la tradición semiótica cristiana: el ancla, la T (cruz primitiva), la barca, el grano de mostaza y otros. Con ello pretendía indicar que se trataban de mensajes herméticos que aludían secretamente a la condición de creyentes cristianos de los operarios.

El profesor Souto comienza explicando que las últimas tendencias de la gliptografía moderna tienden a considerar que las marcas de cantero que se encuentran en multitud de monumentos antiguos (2) tienen un sentido meramente utilitario alejado de cualquier posible interpretación esotérica. Se trataría sólo de firmas cuyo grabado en piezas trabajadas respondería a la necesidad de marcaje individual o colectivo (taller, familia, etc.) para su cobro o como imposición de asunción de responsabilidad.

Según Souto los signos (más de 700) encontrados en las piedras de la Mezquita responden a esa misma causalidad y la posibilidad de que respondan a, o deba añadírseles, cualquier otra debe ser claramente demostrado, cosa que Ocaña dista mucho de hacer.

Tres son las pruebas de la infundabilidad de la atribución de sentido cristiano a algunos de los nombres y signos que Ocaña despliega.

La primera la profunda incoherencia de que pudieran escapársele, por muy crípticamente que hubieran sido confeccionados, símbolos de la fe enemiga a los constructores de un edificio que respondía precisamente y sobre todo en el caso de Almanzor, a un espíritu de yihad contra esa misma fe.

La segunda el hecho de que si bien los tres nombres que indica (Mubarak, Mas’ud y Nasr) son correspondientes sinónimos de otros tantos cristianos (Benedicto, Félix y Víctor), lo son así mismo onomásticos. Es decir que tanto en una fe como en otra existen corrientemente esos mismos nombres.

La tercera la incomprensible arbitrariedad con que Ocaña, un muy riguroso investigador por lo demás, atribuye simbolismo cristiano a signos de muy dudosa asignación semiótica (3). La supuesta TAU, frecuentemente tumbada, el ancla, la supuesta barca que más parece un arco tensado con una flecha, las diferentes estrellas o los fitomorfos son signos a los que difícilmente se les puede asignar una unívoca significación, como el profesor Souto pone de manifiesto en un admirable despliegue de erudición simbólica. Por ello como lo que yo modestamente he tratado de hacer es un condensadísimo resumen del artículo recomiendo vivamente su lectura completa tanto por la cantidad de datos que aporta como por el disfrute del método investigador que proporciona.

Considero pues, como ha puesto de manifiesto el profesor Souto, una temeridad informativa, cuando no un atrevimiento interesado, el que se den por seguras determinadas teorías sin la más mínima base científica en explicaciones divulgativas de piezas museizadas y que parecen apuntar a esa constante tendencia de la historiografía ejercitada por empleados del Cabildo de arrimar el ascua siempre a la sardina católica en detrimento de la islámica.



    (1) Un amigo experto islamólogo me ha hecho rehacer totalmente este párrafo y cambiar su sentido. Le agradezco haberme proporcionado una información de primera sobre el sentido de las mezquitas y el haberme obligado a cambiar la perspectiva.


    (2) Recientemente mi amigo Paco Muñoz recogía muestras gráficas de las marcas de cantero medievales grabadas en los sillares del puente medieval llamado de Los Piconeros situado en las afueras de Córdoba y los colgaba en su magnífica página: NOTAS CORDOBESAS.


    (3) La misma persona que me ha asesorado en el significado de las mezquitas me ha apuntado la posibilidad de que todo este tema hubiera sido fruto del sentido del humor de don Manuel Ocaña, una broma que acabó convirtiéndose en materia académica.