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Continúa por parte del facherío nacional la titánica e inexorable tarea de maquillar con toneladas de cremas desescamantes el correoso pellejo criminal del franquismo para convertirlo definitivamente en la sonrosada tez de una, tal vez con un poquito de mal genio pero respetable, señora de buen ver. En Córdoba especialmente. Y en concreto en la esforzada faena hagiográfica emprendida recientemente por una serie de hintelestuales y herudos locales en torno a la saga caciquil franquista por antonomasia: los Cruz Conde.
Si este país fuera un país normal, perfectamente adaptado a las circunstancias histórico-éticas surgidas en Europa tras el triunfo del liberalismo sobre los totalitarismos de índole fascista, toda esa patulea de pseudohistoriadores en función turiferaria podrían ser incluso juzgados por apología del terrorismo y exaltación de los crímenes de estado. Pero ya sabemos dónde estamos y quienes son los que son juzgados por investigar esos mismos crímenes. Un país donde al dictador más sangriento de Europa se le rinde homenaje perenne en un delirante panteón que se construyó para sí y para glorificar sus crímenes y que hubiera envidiado el propio Mausolo. Así que no nos queda más que soportarlos porque siguen pagados como siempre por los dueños de la casa, del caballo y la pistola, pero sobre todo son los dueños de los altavoces y, como consuelo, tratar de molestarlos rompiendo la cómplice unanimidad de la información local sobre ellos.
La palma del esfuerzo incensario se la lleva el pertinaz proceso de beatificación del que fuera alcalde de la ciudad durante los años de plomo de la dictadura franquista, el naci-onalcatolicismo, es decir, el responsable máximo, nombrado directamente por el Caudillo, del campo de concentración en que convirtieron todas y cada una de las ciudades españolas la banda de facinerosos que tras asesinar a casi la mitad de la población secuestraron y robaron a la restante por 40 años: Antonio Cruz Conde.
Toda la historiografía seria europea y española (excepto la heredera de los presupuestos ideológicos del crimen) coincide en señalar como un genocidio programado la represión que siguió al golpe de estado frustrado y devenido guerra (in)civil y a sus muñidores y perpetradores como delincuentes internacionales. Así que lo normal sería que todos los participantes en grado de responsabilidad en aquel horrendo crimen fueran considerados peligrosos delincuentes, juzgados los que estuvieran vivos e infamados como tales los nombres de los que ya hubieran muerto. Pues en esta ciudad hay un empeño tenaz, en medio de un silencio atronador cuando no otorgante de la intelectualidad democrática, en sostener lo contrario, la beatificación de aquellos responsables y cómplices, cuya palma de la infamia se la lleva el mantra de regurgitación cíclica que una serie de indecentes apologistas del franquismo no paran de emitir de que aquel naci-onalcatólico falangista que gobernó antidemocráticamente la ciudad durante los años 50 fue el mejor alcalde que la misma tuvo en todo el siglo XX. El hecho de que sus competidores por dicho título alcanzaran el cargo por riguroso y democrático método legal electivo y él como botín de guerra no parece contar para nada. Tampoco el hecho de que realmente aquellas fazañas del franquista empedernido Cruz Conde tampoco fueran para tanto y consistieran más que nada en una pastichización y kitschificación de la Judería para consumo de turistas despistados y rapsodas locales de capa y caspa y en la creación del aeropuerto más inútil de la historia de la aviación mundial.
El sentido de esa reivindicación, basada en burdas fasificaciones de la realidad, fue siempre no conceder ni un sólo gramo de reconocimiento a los alcaldes de izquierdas que han gobernado la ciudad, tanto en tiempos de la República como en los de la post Transacción. Se trataría de oponer una figura mítica, titánica, de dimensiones políticas colosales a la que no podrían ni llegar a la altura del betún cualquiera otra anterior ni posterior en el por otra parte estúpido ranking de excelencia edílica. Cuando sólo la figura de Julio Anguita, el primer alcalde elegido mediante las urnas tras la noche franquista, se alza moralmente varios kilómetros por encima del que fuera introductor en Córdoba de la Falange, la criminal asociación responsable de cientos de miles de asesinatos a sangre fría de ciudadanos españoles y varios miles de cordobeses y sostenedor eficaz de la dictadura más sangrienta de todo el siglo XX europeo. O la del último alcalde socialista, Manuel Sánchez Badajoz, que intentó en su corto mandato solucionar muchos de los problemas que la ciudad había heredado desde los tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera a causa del monumental endeudamiento en que la dejaron los dos alcaldes Cruz Conde anteriores, esa especie de monarquía municipal, y que sería fusilado por los camaradas del futuro alcalde naci-onalcatólico. La vergüenza de la izquierda local gobernante desde la Transacción, ha sido no haber puesto nunca las cosas y los nombres de los criminales y sus cómplices en su sitio. La apología que de este individuo hiciera en cierta ocasión la que luego fuera traidora alcaldesa y chalana política, Rosa Aguilar, habla a las claras de la catadura moral con luego apuntaló las últimas (esperemos) bocanadas de su carrera.
Varios libros y sienes de artículos en la paniaguada prensa local en los últimos años dan fe de lo que digo. Ahora le toca el turno a su tío José Cruz Conde, el militar africanista, exterminador de kabileños y poligolpista contumaz, protagonista de una monumental hagiografía en forma de Memorias perpetrada por el uconauta profesor Enrique Aguilar, que parece que anda también detrás de la concesión de la banda de la Orden de Abrillantadores del Final de la Espalda de los Cruz Conde y a la que ya pertenecen por méritos propios otros ejemplares de la fauna cavernícola cordobesa como el concejal ensalzador de la División Azul Primo Jurado y el jurásico erudazo Solano Márquez, ambos con libro-crema facial regeneradora del franquismo, vía delirantes hagiografías del alcalde franquista que aún, vergüenza-vergüenza, da nombre a toda una barriada cordobesa. Como también dan vergonzosamente nombre a otras tantas barriadas el testiculoincensado obispo Fray Albino, redomado racista y (adaptador del Mein Kampf de Hitler para niños) y violento defensor del fusilamiento sumario como método de convicción masiva de disidentes) y el rejoneador Cañero, valiente rastreador y cazador a caballo y escopeta de republicanos huidos del genocidio en la sierra, a quien también se pretende maquillar desde la derecha más cerril, plenamente integrada en parte del actual equipo municipal por ejemplo, al que una comisión de orodentados pretende erigir un monumento. No sé si alguna otra ciudad española ha conservado tantos nombres infames en sus muros. Al menos incontestados. Y eso que ha estado casi 30 años gobernada por supuestos herederos del Partido Comunista. Que ya es tener tiempo para adecentarlos.
Si en este país tuviéramos una derecha de pedigrí civilizada y no la panda de cavernícolas de sacristía pegados a las faldas clericales y vigilantes de que no se mancille el honor de sus abuelos genocidas, negando el holocausto que generaron y la aceptación del más mínimo resarcimiento, el moral, para sus víctimas. Si no tuviéramos por derecha una panda de desharrapados ideológicos que ha permitido que el partido socialdemócrata supuestamente de centroizquierda le usurpara por ello durante años su papel. Si tuviéramos una derecha homologada a la europea que sólo se dedicara a cumplir con su obligación de malvender el patrimonio público para que se forren aquellos a quienes de verdad representan y a acelerar el trasvase de rentas de abajo a arriba, podríamos sentir que vivimos en la normalidad europea. Pero parece que el sino de este país es seguir manteniendo el logo que acuñó para él uno de aquellos fascistas, aún vivo por cierto: Spain is diferent. Así que podemos decir que contamos con la única ultraderecha que gana elecciones con mayoría absoluta de todo el espacio comunitario europeo y a una derecha civilizada que exige que se la reconozca como izquierda.
Pero con todo, lo más lamentable es el atronador silencio de la intelectualidad progresista cordobesa. Vergüenza da verla lloriquear porque no le conceden a los patios cordobeses el título de Patrimonio de la Humanidad cuando no han movido un dedo para conseguir que el genocidio franquista consiguiera el de Crímenes contra esa misma Humanidad. Si es que existe o ha existido algo parecido a una intelectualidad progresista en esta atroz ciudad de esquinas marcadas con orina de cura. Ni profesores, ni artistas, ni políticos, ni historiadores, ni periodistas, esa profesión completamente desaparecida en su esencial sentido de mantener informada a la ciudadanía. Nada ni nadie. Miedo y vacío. Asco. Y la delirante dejación de la izquierda política que en 30 años de poder municipal no ha sido capaz de erigir o propiciar ni un medio de comunicación con vocación progresista que contrarrestara la ominipresencia de la voz del franquismo y de la clericalidad más reaccionaria en todos, absolutamente todos los medios de la ciudad. Sólo entreguismo y pachorra. A verlas venir. Y ya han llegado. Y para quedarse por mucho tiempo si el cambio climático ese no nos da lo que merecemos de una puta vez.
Con motivo de la colocación de la placa que dedicaba la entonces recién creada calle Cruz Conde a José Cruz Conde (militar y alcalde de la Dictadura de Primo de Rivera, oligarca cordobés, y uno de los conspiradores junto a Cascajo de la rebelión contra la República en 1936), el escultor Enrique Moreno El Fenómeno y otras personas se manifestaron en la calle en contra de perpetuar el nombre del cacique rotulando con su nombre la principal calle de Córdoba. Fueron reprimidos por la policía a instancias de Cruz Conde, quien a raíz de ese enfrentamiento y desde ese momento había sentenciado al escultor. En septiembre de 1936, Ricardo Anaya, vil emisario de los fascistas, con el pretexto de una comprobación sin importancia, arrancó a Enrique Moreno de los suyos para consumar la execrable venganza. Asesinar a Moreno, fusilado de madrugada en un paredón del cementerio, no fue bastante para sus asesinos. A su viuda le prohibieron llorar por su marido y padre de sus hijos. No pudo recoger el cadáver, que enterró el padre del escultor. Ricardo Anaya -luego policía de la Brigada Político Social, donde siguió su trabajo de represor- pintó hasta finales de los años 70 los carteles de la Semana Santa y la Feria editados por el Ayuntamiento. Hoy día tienen sendas calles dedicadas en Córdoba tanto Cruz Conde como Anaya. Si de verdad los gobernantes que hemos tenido hubiesen sido no ya de izquierdas, sino mínimamente decentes, no hubieran permitido esto. No ya perpetuar el nombre de José Cruz Conde, sino es que además le pusieron calle a Anaya. Vergüenza nos da.
ResponderEliminarSabía todo lo que cuentas, excepto el nombre del responsable último del asesinato de Enrique. Digo el responsable último, porque del cabrón que lo vendió, el después comisario (C)Anaya (con una calle que le dedicó el gobierno de IU) ya he hablado en otras ocasiones. He de confesar que no he leído el libro de su hijo, que tengo pendiente. No sé si en él aparece lo de la protesta contra la rotulación de la calle dedicada al Tío Pepe y que esa fuera la causa posterior de su fusilamiento. Lo que sí he leído es a su hijo contar que se cachondeó en cierta ocasión de “un cacique de los grandes” sin decir nombre. Pueden unirse ambos hechos? Me gustaría confirmarlo. Estamos en el afán de desenmascarar con nuestros pobres medios a esta panda de infames que tratan por todos los medios (que son infinitos) a su alcance de lavar la memoria de una panda de genocidas, amén de ladrones, como demuestra el robo que llevaron a cabo de sus bienes después de asesinar a El Fenómeno.
ResponderEliminarVoy a pegar en un comentario esta aportación tuya a La Colleja, lugar donde originalmente se publico esta entrada. Si no estás de acuerdo, me lo dices. Gracias.