Yo creo que ya va siendo hora de que rompamos España. De una puta vez. En pedazos. Lo más pequeños posibles. En unidades políticas mínimas. Este es un país podrido que sólo se merece ser desaguazado y repartidos sus despojos formando unidades cada una de ellas entre la menor cantidad posible de sus habitantes con la tal vez vana, pero necesaria, esperanza de que en alguno de ellos se consiga sacar algo más que la miseria moral que siempre ha sustanciado sus cambios, sus aconteceres, sus empeños colectivos. Rompamos España en pedacitos. Tal vez resulte el remedio peor que la enfermedad y al igual que el espejo de la madrastra cada trocito acabe devolviendo su imagen torva multiplicada, pero hay que intentarlo, y además hacerlo al tuntún, sin buscar divisiones por asimilación ni por afinidades, ni por hechos diferenciales ni lingüísticos, ni históricos, ni folklóricos. Como hicieron los ingleses con la India: un mapa, un lápiz, una regla y una venda en los ojos. Y que salga lo que salga porque lo principal es que al país o lo que sea resultante no lo conozca ni la puta reina que lo parió y que para celebrar su bautizo organizó una bonita fiesta etnocida en la que expulsó de sus fronteras recién pintadas a cientos de miles de sus habitantes que practicaban otros ritos supersticiosos distintos a los suyos y que competían con los de la Iglesia que pastoreaba con mano de hierro candente y potro de tortura a sus súbditos.
Un país que para lograr mantenerse unido, uniforme y homogéneo puso en pie la primera maquinaria totalitaria moderna, la Inquisición, que vigilaba que la pureza de la ortodoxia oficial, religiosa, cultural y política, no se desviara ni un ápice, y en cuyas garras fueron minuciosamente torturados y asesinados las mejores mentes pensantes del país. Y las que se salvaron tuvieron que plegarse al disimulo perpetuo, al horror del pensamiento clandestino. Un país que vivió la terrible esquizofrenia de que siendo la mayoría de sus habitantes descendientes de judíos y moros tuvieran que demostrar en tribunales de limpieza de sangre que no lo eran, o bien mostrar a las claras en el juicio de la mesa que estaban dispuestos a mezclarla inmisericordemente con toda las grasa de cerdo que pudieran.
Un país que conquistó a base de sangre, fuego, acero y virus todo un continente, destruyendo minuciosamente todas las culturas que encontró tal como aprendió hacer en sus fronteras originales, esclavizando y obligando a los habitantes supervivientes a convertirse a un credo extraño, preñado de imágenes macabras y leyendas de inaudita crueldad. Y del que sacó toda la riqueza que pudo para mantener a las innumerables clases ociosas de la metrópoli.
Un país que para seguir siendo estrictamente homogéneo volvió a cometer etnocidio expulsando a otros varios cientos de miles de sus habitantes cien años después del primero. Y que sumergió a los súbditos de su Majestad Católica restantes a un permanente estado de terror religioso durante siglos en el que una simple delación de un vecino podía llevar a cualquiera a la hoguera por hereje.
Un país cuyos mejores logros de sus mejores obras literarias del siglo que llaman “de Oro” se deben a precisamente a la piruetas estilísticas a que tuvieron que lanzarse sus autores para tratar de mostrar su pensamiento burlándose de la férrea censura impuesta por la Inquisición y librarse de morir en la hoguera.
Un país por el que la Ilustración pasó de puntillas y que mientras en otros lugares daba cumbres del pensamiento como Spinoza, Newton, Hume, Leibniz, Descartes, Kant, etc, que lucharon contra la tiranía intelectual de la religión aquí el que pasa por su máximo representante fue un sucio cura de apestosa sotana, el padre Feijoó, profundamente antiracionalista tras su apariencia conciliadora.
Un país que expulsó a punta de navaja a los franceses que les traían la Ilustración y los llamó unos años más tarde para que restauraran “las caenas” que las fuerzas progresistas trataban de abolir.
Un país cuya historia del siglo XIX y parte del XX está jalonada por una alternancia de gobernantes de la más rancia casta caciquil que se sucedían unos a otros a base de golpes de estado llevados a cabo por rijosos espadones incapaces de ganar una batalla fuera de sus fronteras.
Un país dominado por el catolicismo de Trento, la contrarreforma, la cerrazón en banda a espiritualidades más acordes con los nuevos tiempos y aires que corrían por Europa a partir del fin de la Edad Media. Mientras en Europa la Modernidad evolucionaba hacia las Luces, en España lo hacía hacia atrás hacia las épocas más negras del irracionalismo medieval.
Un país cuyas mayores glorias intelectuales de la bisagra del XIX al XX, que tan fructífero fue en Europa fueron unos acomplejados y lloricas lamentadores de la pérdida de nervio inquisitorial de España. El que un tipo como Ortega y Gasset, adorador del aristocratismo militarista alemán, se alce con la palma de la filosofía patria dice mucho de la calidad del “pensamiento español”.
Un país en el que cuando por fin parecía que se abría a la luminosidad de la verdadera libertad de pensamiento, se liberaba de las cadenas políticas del caciquismo y se lanzaba a la consecución de una justicia social más acorde con los nuevos europeos, se alzaron de nuevo las fuerzas terribles, crueles, genocidas de la alianza entre la corona y la Iglesia, el nacionalcatolicismo que unificando, siempre unificando a sangre y fuego, en uno a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis lanzó la llamarada del segundo peor genocidio europeo del siglo XX y regresó al país a los peores momentos del siglo XVI en todos, en absolutamente todos los aspectos.
Un país que tras la muerte del caudillo de los genocidas, cuando las esperanzas de cambio y de restauración de la legalidad de la República asesinada y la reparación moral de los cientos de miles de asesinados y arrojados a las fosas de las cunetas, cuando todo el mundo esperaba que las fuerzas progresistas limpiaran las cloacas apestosas del franquismo y lo convirtieran en un país normal, se encontró con que una raza de malnacidos, trepas sin escrúpulos más o menos hijos díscolos de los genocidas, se hacían con las riendas del poder y pactaban con los asesinos y ladrones, o sea con sus propios mayores, su reparto. Y mantenían entregado el control de la educación de múltiples maneras en manos del mismo centenario nacionalcatolicismo que lo fundó.
Un país en el que, al igual que en el siglo XVII el pensamiento racional –su vacío- y la justicia por los genocidios fueron escondidos por el aparador barroco que cubrió la terrible herida, en los 80 y 90 del siglo XX la cultura que debía florecer tras la barbarie fascista fue conscientemente sustituida por sus élites por el espectáculo neobarroco hueco e inane de la Movida, el relativismo infame del posmodernismo y el consumismo sin medida de la era postindustrial. Y además, como aquel barroco original, sirvió para tapar la injusticia que se cometía echando paletadas de olvido sobre las fosas de las víctimas del franquismo y manteniendo intocables y gozando del botín de su pillaje a sus asesinos.
Un país que convirtió las más o menos legítimas aspiraciones al autogobierno de sus distintas partes históricas en diecisiete cortijos donde esos cabrones bicolores pudieran, en la segunda restauración borbónica, robar mejor jugando con una apariencia de democracia basada en la tradición alternante del rancio caciquismo de la primera. Por usted, señora España, como ya le decía Larra, no pasan los años. Y en el que en estos días estamos asistiendo al hipócrita escándalo general por el descubrimiento de la verdadera profundidad del pozo de putrefacción y miseria en que lo han convertido. Una profundidad que cualquiera que se hubiese parado un minuto a sospechar en serio podía adivinar.
Acabamos de dejar pasar en los últimos 40 años la última oportunidad de que ese país atroz que llamaron España, unificado y homogeneizado siempre a la fuerza, se convirtiera en un país normal, en el que los lazos entre sus habitantes que siempre se basaron en la crueldad de los poderosos uniformizadores y homogeneizadores fueran sustituidos por los de la solidaridad y la convivencia comúnmente consentida. Hubo esperanza. Los que vivimos aquel cambio la tuvimos. Pero una vez más sus élites políticas y culturales han demostrado que el aire que se respira en él es mefítico y venenoso y que los fantasmas del pasado, las mal tapadas manchas de la sangre salpicada a lo largo de los siglos en sus paredes, la falta de nervio intelectual, unas veces matado con hierros candentes y otras por propia carencia natural y el caciquismo, esa roña moral enquistada secularmente en todos los rincones del país, siguen apareciéndose cada uno de sus días y de sus noches. Tanto que ha sido posible -y natural- que la mayor colección de delincuentes con corbata de toda la Europa del siglo XXI lo hayan convertido en estos días en la organización mafiosa más perfecta del mundo, tan perfecta que no necesita ni matar, como los chapuceros italianos, y que tras desmantelar en connivencia y al servicio de los poderes financieros internacionales las fuentes de riqueza del país impusieron el monocultivo del ladrillo y las cajas de ahorro, que son la actividades donde el robo a manos llenas del dinero público se reveló pronto como más fácil. Y que lo ha saqueado impunemente y ha enviado a pastar a los tristes campos de la pobreza a la mitad de su población. Con la complicidad de las altas instancias judiciales y, lo que es más triste, las intelectuales, las primeras compradas mediante el estricto control político de los nombramientos y a puro y simple golpe de talonario las segundas.
Por eso, sin malos rollos, sin aspavientos, por pura higiene vital e histórica, rompamos de una puta vez España, recomendando a nuestros descendientes que, en caso de caer en esa temeridad, ni se les ocurra volverse a unificar al menos en doscientos años. E incluso entonces y cometida la estupidez que al menos ni se les ocurra volver a llamarla con la palabra maldita, la maldita palabra ESPAÑA.
Espectacular post, Harazem. Un repaso indignado y demoledor a lo que ha sido y es España. Pero exagerado, muy exagerado. La imagen que nos muestras es la de un espejo de feria, una caricatura grotesca, que carga los trazos negros en excesiva simplificación. Cada uno de tus breves condenas históricas puede (y debe) ser relativizada. No ha sido (ni es) España tan excepcional como dibujas. Así lo ves justamente porque eres español, porque te toca de cerca, casi en lo íntimo. Explicable y legítima la indignación que subyace en este retrato, pero muy exagerada, insisto.
ResponderEliminarGracias, Miroslav, por tus siempre ponderadas opiniones. Tienes razón, pero más que una caricatura exagerada es una simplificación de rasgos acusados fruto del medio en el que escribo. Pero no creo que mi exageración sea demasiado extrema. Casi todos los países han cometido genocidios, fundamentalmente fuera de sus fronteras (ahí tienes el caso de Bélgica en el Congo o los ingleses en Norteamérica), pero ninguno ha sido tan constante ni tan minucioso en su consciencia. El odio al diferente o el afán unificador está en el ADN de ese país artificial que se construyó podando inmisericordemente diferencias y obligando a la homogeneidad a sus habitantes como ningún otro. Las élites de los países europeos occidentales fueron capaces de entender que el progreso del que ellos son los principales beneficiarios para por la apertura a la diversidad de pensamiento. Compáralo con el nuestro. Yo no estoy para nada de acuerdo con el profesor García Cárcel en la minimización de la Leyenda Negra: la vesania española fue mucho más allá de lo que la aceptada como normal en la Europa de su época. Incluso fue denunciada por los propios analistas españoles de la época. De lo de la mediocridad del pensamiento español no quito una coma. Y de lo que ha pasado en el siglo XX dime un país europeo que haya sufrido los procesos esquizofrénicos que ha sufrido este. Si podemos comparaos con alguno es probable que sea con el mosaico balcánico. Y desde luego la estafa de la Transición y el olvido de las víctimas del franquismo en un tiempo en el que hasta Marruecos está tratando de impartir justicia a las víctimas de la dictadura anterior son únicas. No olvides que tenemos el mayor número de desaparecidos después de Camboya.
ResponderEliminarPara mí aquello de Ángel González de que la historia de España es como la morcilla de mi pueblo, hecha con sangre y que se repite, es mucho más que una simple metáfora.
Manué... ¡¡Estupendo el chorizo...¡¡ Qué sepas que ya mismo mapunto a romper lo que sea... Y más ahora qué el angioedeleches ese, no anda tan cerca de mi... Estoy a base de andrógenos anabolizantes, así qué ya sabes.. Salú...
ResponderEliminarNo quiero entrar a un debate punto por punto: llevaría mucho tiempo. Suscribo contigo la indignación e incluso la calificación general a este país, pero aún así, sigo manteniendo que exageras y que no ha sido España mucho más que muchos otros. Para mí –siento disentir– ese ADN del que hablas es el de esta desgraciada humanidad a la que todos pertenecemos.
ResponderEliminarEn todo caso, me ha llamado la atención eso último de que no olvide (no lo puedo olvidar porque lo desconocía) de que tenemos el mayor número de desaparecidos después de Camboya. ¿Me puedes ampliar el dato y darme las fuentes?
Un país, en suma, que se diferencia muy poco de muchos otros. Y ese es el error de esta suerte de nacionalismo a la inversa que has practicado, Harazem: el típico exagera para ensalzar, este, exagera para lamentarse y denigrar, pero hay pocas nuevas bajo el sol, ni siquiera la forma de ver las ciertas tropelías históricas de este repaso. Como me pasa a menudo con el arte, comparto tus motivos, no los resultados.
ResponderEliminarUn saludo fraterno desde la indignación
Bueno, de las dos insidias que me endiñas, Lansky, te acepto la del lamento pero no la de intención de denigrar. Y sigo sin estar de acuerdo con vosotros. Se me escapó lo del ADN, es un elemento que no me gusta usar. No creo en su uso para explicaciones sociales o históricas, pero sí que la conciencia colectiva se forma por acumulación de experiencias colectivas. Y aclaro que me refiero a países de nuestro entorno europeo y comparando cómo han ido sorteando colectivamente, es decir cómo las élites se adaptaron para seguir explotando a sus fuentes de riqueza, a las nuevas corrientes intelectuales y económicas desde el siglo XVI hasta nuestro días que surgían de los propios cambios sociales evolutivos, sigo defendiendo que este país no consiguió ni mínimamente convertirse en uno de ellos. Es por tanto un país del entorno europeo "especial", con muchísimo más nivel de fracaso como proyecto colectivo que los demás. Fundamentalmente por la ínfima calidad de sus élites extractivas.
ResponderEliminarEn cuanto a lo que me preguntas, Miroslav, creo recordar que la primera vez que accedí a ese dato fue en el libro "Derechos Torcidos" (2010) de Estaban Beltrán (te lo recomiendo si no lo has leído) , que era cuando lo publicó director de la Oficina del Secretario General de Amnistía Internacional. Lo he buscado en mis estanterías para corroborarlo pero no lo encuentro: seguro que lo he prestado y no me acuerdo a quién. Y ni siquiera le di un beso de despedida. No sé exactamente en qué estudios se basó porque creo que es anterior al estudio académico que realizó Miguel Ángel Rodríguez Arias, investigador de Derecho Penal Internacional de la Universidad de Castilla-La Mancha. De todas formas el dato fue profusamente publicitado a fines del año pasado cuando lo utilizó para echárselo en cara al gobierno en octubre de 2013 la Asociación Jueces para la Democracia.
Vaya morcilla,seguro que tenías hambre cuando la guisabas.
ResponderEliminarNo entro en el pasado,me interesa la actualidad.Desde luego hay dema
siado pegamento de mala calidad uniendo a esta España,es hora de rom
per y hacer responsable a los pueblos que la forman de su propio go
bierno.Soberanismo,que no tiene porque llamarse independentismo.Lo
mismo así funcionamos.
Saludos.
Ya me he enterado del dato que dices. Parece que tiene su origen (al menos mediático) en un comunicado del año pasado de Jueces para la Democracia, refiriéndose al número de personas presuntamente muertas cuyos restos no han sido recuperados ni identificados. La cantidad se estimó en algo más de 140.000 personas a partir de la relación aportada en 2008 al juez Garzón por la Plataforma de Víctimas de Desapariciones Forzadas por el Franquismo, si bien reconociendo que la cifra era orientativa, porque podía haber denuncias repetidas y también faltar otras; además, habría que identificar caso a caso para discernir a qué causas debían imputarse cada uno de ellos. Como sabes, este asunto no progresó demasiado, lo cual no empece que la cantidad pueda considerarse una aproximación válida, si bien otras fuentes la reducen a unas 114.000 personas.
ResponderEliminarDe otra parte, el total de muertos en la Guerra Civil y durante la represión del primer franquismo se estima en torno a 540.000 personas, de las cuales al menos 150.000 corresponden a la retaguardia franquista y ejecuciones posteriores a la "Victoria". No tengo claro si los "desaparecidos" son una fracción del total de muertos vinculados a la guerra y la represión franquista o se excluyen los muertos en acciones bélicas (militares y civiles). La cuestión es importante, porque la importancia del número de desaparecidos depende del contexto en que se producen. En todo caso, dudo muchísimo que la cantidad española sea la segunda del mundo y baste pare ello elucubrar con la Segunda Guerra Mundial, en un periodo contemporáneo al nuestro. Los muertos de la Unión Soviética se estiman entre 17 y 37 millones y no me parece creíble que en tan inmensa cantidad no haya más de 140.000 personas cuyos restos no se han identificado (sería menos del 0,5%). Reflexión similar se puede hacer sobre los judíos víctimas del Holocausto: entre los seis millones de víctimas, ¿no te parece que debe haber más de un 2% que no se ha identificado? Otro ejemplo: ¿están identificados todas las víctimas de la represión soviética durante los peores momentos del stalinismo?
Así que insidioso, eh, pues nada, lo de denigrante lo retiro, puesto que no era esa (denigrarte) mi intención. En todo caso, a mí me molestaría más lo de nacionalista a la inversa, que también te dediqué.
ResponderEliminarYa, Lansky, ya se que es peor, pero es que estoy de rebajas de sensibilidad ultimamente...
ResponderEliminarAbrazo fraternal de indignado para tí también...
Y Miroslav, en realidad me basta con saber que son muchos miles. Ya sé que eres un adicto a la exactitud, lo que es una de las cosas que me gustan de ti, pero en realidad ese ranking es irrelevante y esa comparación con Camboya o con Alemania, o con la URSS, solo atienden a ese afán de exactitud. Lo importante es la enormidad de la cifra, que en un país que se supone "estado de derecho" con capacidad para impartir justicia a las víctimas no se haga absolutamente nada llevarlo a cabo.
ResponderEliminarNo creas que soy tan adicto a la exactitud, peor hay momentos en que procede, si no la exactitud, sí una cirta aproximación cuantitativa. En este caso, todo el argumentario de tu post es "cuantitativo", las barbaridades que se han hecho en España son más que en cualquier otro sitio, vienes a sostener.
ResponderEliminarDe otra parte, por supuesto que comparto contigo el fondo de la indignación respecto de los "comportamientos patrios". Mi disenso es en tu personal cuantificación para justificar el carácter "excepcional" de aquéllos. Y para esa argumentación sí son relevantes los números.
Sé que lo conoces, Harazem, y sé que sabrás que vienen a cuento y que reconocerás la ironía el viejo hastío (casi medio siglo ya) y el atajo genial que siempre encuentra el poeta:
ResponderEliminar"En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia."
Bueno, en el fondo, Lansky, el viejo poeta lúcido siempre y por ello descreído de tantas cosas, me da un poco la razón. Lo genial es, como dices, el atajo. Ya me gustaría a mí tener una milésima de esa capacidad de visión.
ResponderEliminarBueno, en el fondo, Lansky, el viejo poeta lúcido siempre y por ello descreído de tantas cosas, me da un poco la razón. Lo genial es, como dices, el atajo. Ya me gustaría a mí tener una milésima de esa capacidad de visión.
ResponderEliminarMiroslav,en el mundo en que vivimos valen los datos
ResponderEliminary no los arrebatos,que sólo traen cabreos que no van
a ninguna parte.
Vaya, me encuentro un artículo de hace sólo cuatro días de Félix de Azúa que parece que viene a socorrerme algo...
ResponderEliminarhttp://politica.elpais.com/politica/2014/10/24/actualidad/1414175555_342634.html
Pues yo estoy completamente de acuerdo con tu entrada, Manuel, incluidas sus "exageraciones". Por poner un ejemplo de las diferencias entre este país y los de su entorno: mientras en Francia los reyes pugnaban por separar su Estado de las garras de la Iglesia, aquí, con Carlitos I y su hijo don Felipe II no convertíamos en ardientes defensores de la ortodoxia católica utilizando las riquezas que llegaban de América no para beneficio de los españoles, sino para guerrear en media Europa contra los protestantes. Ya sabes que yo no soy nada religioso, pero allá donde el protestantismo triunfo se produjo una apertura social e intelectual que, a pesar de las persecuciones, que también las hubo, ya las hubiéramos querido en España, aunque hubiera sido sólo por aproximación. Que alguien me diga que rey de los que hemos tenido a lo largo de la historia se ha preocupado realmente por mejorar la vida de sus súbditos. Carlos III, quizás, algo, los demás... a lo suyo a guerrear contra todo quisqui, a la vida plácida o al enriquecimiento personal, como el penúltimo. Y esto no ha sido igual en Europa.
ResponderEliminar