Para Lansky, porque de la más saludable de sus fobias hablo hoy
Entre 1948 y 2015 el estado de Israel ha venido luchando incansablemente por desembarazarse en sus autoproclamadas fronteras de la para él incómoda presencia de los beduinos palestinos que habitaban desde hace milenios tanto las tierras que le tocaron en el reparto de la ONU como las que ha ido invadiendo militarmente a lo largo de esos casi 70 años. Se trata de varios cientos de miles, unos asesinados a sangre fría y otros exiliados a punta de bayoneta, que junto con los palestinos no beduinos han sido víctimas de una de las mayores limpiezas étnicas / genocidios del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Son conocidos los reiterados asaltos a aldeas beduinas concluidos con el asesinato a sangre fría de todos sus habitantes, hombres, mujeres y niños (como cuenta el historiador israelí Ilan Pappe que ocurrió en Deir Yassin, Tantura y otras) llevados a cabo por la Haganá en los años 40 principalmente pero que continuaron en los 50 y los 60. También son conocidos los reiterados y sibilinos intentos de los últimos años por eliminarlos definitivamente sin que la comunidad internacional pueda acusarlos de crímenes contra la humanidad impidiéndoles acceder a la propiedad de la tierra en la que llevan viviendo desde tiempos inmemoriales por carecer, lógicamente, por eso son beduinos, de títulos legales y negándoles servicios básicos en los campamentos en los que han acabado hacinados. Han conseguido exterminar o expulsar a buena parte, pero muchos, unos 80.000 repartidos en 45 aldeas sin luz ni agua, resisten aún en el desierto del Negev. Hace poco una de esas aldeas, Al-Araquib, en un rapto de humor a prueba de engarrotamiento represor sionista, solicitó ser incluida en el Libro Guiness de los Records por haber sido destruida por el estado israelí y reconstruida de nuevo por sus habitantes beduinos 40 veces.
En el colmo de la crueldad una empresa de servicios turísticos de Israel ofrece a turistas de todo el mundo vivir por unos días una auténtica experiencia de vida beduina en una falsa aldea beduina construida con falsa rusticidad beduina por fuera pero auténtico lujo tres estrellas por dentro. Incluye ser servidos por falsos beduinos que les ofrecerán falsa comida beduina y falso té o café beduinos y les amenizarán las falsas veladas beduinas con falsa música beduina y falsa danza del vientre beduina y circuitos por el desierto beduino montados en falsos camellos beduinos. Por un precio razonable que les hará vivir una excitante aventura con la ilusión de asomar virtualmente la cabeza por el pretil del insondable pozo de mediocridad y rutina en que se desarrollan sus jodidas vidas.
Es casi seguro que unos meses antes de que esos desalmados empresarios montaran ese resort en el oasis desértico para explotar ese negocio de falsos beduinos pidieron al estado israelí que les expulsara con la violencia propia en esos casos a los auténticos beduinos que en él llevaban viviendo cientos de años… No tenían nada contra los indómitos beduinos auténticos, sólo que para su negocio eran preferibles los falsos o domesticados a sueldo, mucho más sumisos...
A mí me recuerda el genocidio de los indios norteamericanos por los anglosajones y su explotación comercial post mortem por su industria recreativa. No sólo me lo recuerda, sino que estoy convencido de que el modelo de colonización y explotación israelí de Palestina es heredero del anglosajón en Norteamérica. Indios y palestinos son las mismas víctimas de la barbarie civilizada de los negocios y de los colonos. Buffalo Bill colaboró en el exterminio de los indios y de los bisontes y vivió el resto de su vida explotando un falso mundo de indios y bisontes para turistas.
Pero no toda la culpa es de los crueles ofertadores de esos servicios sino que también le cabe culpa al cliente, al adocenado clasemediero bienestarizado que los consume. Porque si el turista de productos étnicos en general es ya de por sí digno de sospecha moral a falta de un test sobre su capacidad intelectual para los análisis éticos, el que lo practica en Israel obviando la estridente patencia del sufrimiento infinito con el que se elabora la materia de su consumo es directamente despreciable.
Odiar saludablemente al estado de Israel por sus crímenes y a la ideología dominante entre sus dirigentes que los justifica, el sionismo, hermana del nazismo y el fascismo europeos, no significa odiar al mundo judío por mucho que los sionistas se empeñen en fomentar la confusión y a pesar de la responsabilidad que sus nacionales les toque por los crímenes de sus dirigentes. Odiar el nazismo no significa odiar a los alemanes, aunque les cupiera parte de responsabilidad por sus crímenes. El estado de Israel es un estado odioso por el estado permanente de injusticia en el que desarrolla su existencia y estar fundado sobre un verdadero genocidio. Pero incluso la injusticia tiene un límite. Exterminar para lucrarse con el fantasma de los muertos supera todas las fronteras de la humanidad. Ojalá algún día ese estado se devore a sí mismo. Y que yo siga vivo para verlo, o al menos para barruntarlo.
Gracias por la dedicatoria y por el enfoque, que comparto plenamente como sabes
ResponderEliminarSi hay un genocidio, ¿me puedes explicar por qué hay cada vez más palestinos?
ResponderEliminarBuena pregunta... ¿Y que hay de los batallones mecanizados 261 y 262 del Tzahal compuestos exclusivamente por bedúes y comandados por oficiales bedúes?
EliminarBuena pregunta... ¿Y que hay de los batallones mecanizados 261 y 262 del Tzahal compuestos exclusivamente por bedúes y comandados por oficiales bedúes?
EliminarCoincido plenamente con la profundidad y el rigor de tus apreciaciones sobre una cuestión tan vergonzosa.
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