No se sabe el número de moriscos que consiguieron zafarse de la orden real de expulsión de la península Ibérica. En Córdoba al menos sabemos de uno. Un médico. Felipe de Mendoza. No sabemos si era buen médico, malo o regular. Sólo que se salvó de la expulsión por sus prescripciones médicas. Concretamente por sus prescripciones médicas a un obispo. Al de Córdoba. Al obispo Diego Mardones (1607-1624).
Mardones había acumulado a lo largo de su matusalénica vida en la corte muchos cargos reales, como el de confesor del rey y Consejero de Hacienda. Y ya anciano, el rey, no se sabe si por quitarse de encima a confesor tan añoso —tenía cerca de 80 años—o tan pejiguera o por concederle una especie de jubilación tranquila en provincias lo envió a Córdoba. El cuarto de los Austrias debía de ser un cachondo mental de la misma calaña que nuestro actual emérito Campechano Borbón Mataelefantes, porque con el obispo envió una carta al Cabildo en la que decía que lo que inviaba eran los huesos de Mardones, para significar los muchos años que tenía. Lo gracioso es que todavía sobrevivió muchos más al rey mocetón y burlador de viejos que la diñaría tres años después.
Contando 83 años nuestro obispo requirió los servicios del médico morisco que se apresuró a prescribirle un maravilloso remedio, que fue sin duda el que le salvó a él de la expulsión ya en marcha que sufrieron sus hermanos de origen y al obispo de todas sus melancolías. Y es que no hay nada como recetar a un cocainómano una buena dosis de farlopa para contar con su agradecimiento eterno, porque por esa prescripción facultativa nuestro viejo y picarón obispo SE ALIMENTABA DEL PECHO DE DOS AMAS Y DORMÍA CON DOS NIÑOS GRANDES QUE LE CALENTASEN (1). No es extraño que durase lo que duró el puñetero.
Pero si el buen obispo, aliado con el médico morisco, dejó para la posteridad una tipología de actividades clericales que tanta aceptación habrían de tener hasta nuestros días entre la ensotanada grey, no menos portentosa fue otra de sus actividades, la de marcar el territorio de su poder con sus potentes órganos de obispo almizclero.
El almizcle es una penetrante sustancia olorosa que segregan algunos mamíferos para marcar territorio y tomar posesión de todo lo que en él se incluye. Muchos de esos animales reciben el nombre de almizcleros. Así tenemos el ciervo almizclero, el oso almizclero, la rata almizclera. La sustancia se produce en una glándula que los machos de esas especies tienen en el prepucio o en el periné y es usada en perfumería por su potencia odorífera y su demostrado poder inductor de acatamiento al dominio machirulo.
El almizcle que nuestro obispo usaba no radicaba en su culo sino en su capacidad de ordenar a maestros canteros esculpir y colocar su escudo de armas episcopal en cualquier sitio que quedara libre. Así, en la fachada del palacio episcopal que él reformó en profundidad podemos encontrar nada más y nada menos que cuatro, dos de ellos, enormes, haciendo guardia a la ventana coronada de frontispicio sobre la Puerta de los Carros.
Aparte, en el interior de la Mezquita lo encontramos varias veces más sobre todo en el monumental mausoleo con estatua orante que se mandó hacer en ¡¡¡el altar mayor!!!, algo para lo que no dudó en violentar las ordenanzas del cabildo que prohibía expresamente excesos de egolatría como ese y en el que aparece por duplicado. Otros escudos los encontramos en el arranque de la cúpula de la capilla mayor, en las pilas bautismales, en las puertas de la sacristía y en la cruz procesional de tesorol catedralicio. Y lo que es más impactante: incluso dejó otro en la techumbre de la mezquita fundacional que estuvo visible hasta 1919 en que quedara cubierto por las obras de Velázquez Bosco. En 2009 volvió a aparecer en unos arreglos de las vigas de esa zona que estaban en muy mal estado (2).
Además, también pueden encontrarse marcas heráldicas de almizcle mardoniano en dos de sus fundaciones en Córdoba: el convento del Espíritu Santo para que acogiera a monjas de la misma marca que la suya, pero que fueran de limpia sangre sin mezcla de infeccion alguna y el otro, el de la Piedad, para que un cura, el Padre Cosme, encerrara niñas pobres. Por esas jugarretas de la historia, el segundo se convirtió finalmente en un colegio normal concertado y el primero tomó el papel del segundo: se le cedió a un cura laico exanticlerical con bastón para que encerrara del mismo modo niños y niñas pobres que quieren ser artistas.
En cuanto a su poder destructivo no fue menor que el constructivo. A él se debe nada menos que la demolición del sabat que cruzaba la calle que separa la mezquita del palacio y que llevaba en pie la friolera de 650 años, desde que Al-Hakam II lo mandara construir. Nuestro obispo almizclero no podía soportar que aquello ensombreciera su nueva fachada salpicada de gotas salidas de sus cojones.
(1) Dr. Juan Gómez Bravo Catálogo de los obispos de Córdoba. Tomo II, Córdoba 1778, p. 576.
(2) Mª Ángeles Jordano Barbudo: La intervención de los obispos Mardones y Salizanes en la nave central de Abd al-Rahman I en la Mezquita-Catedral de Córdoba. REVISTA DE ESTUDIOS DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES, núm. 24 (2010), pp. 13-21.
Me ha encantado su entrada. Bravo!!!!!
ResponderEliminarPues no sabes cómo me alegro, Piconera.
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