miércoles, 21 de febrero de 2018

Más sobre carcasaurios y fachalopitecos locales


Qué cansancio, qué ardores de estómago produce leer cada mañana la putrefacta prensa convencional cordobesa y comprobar la hondura del pozo de miseria moral en que chapotea la mayor parte de las fuerzas vivas intelectuales de esta ciudad. Esa que no considera del todo al nacionalcatólico (naci) franquista un régimen de idéntica condición criminal que el nazionalsocialista (nazi) alemán y al holocausto republicano tan digno de solidaridad y justicia como el judío. El único efecto colateral beneficioso de ese esfuerzo es verlos irse uno tras otro retratándose con el tema de los cambios de nombres de asesinos —recientes, tan recientes que sus víctimas y las heridas sangrantes que produjeron siguen entre nosotros— que aún rotulan nuestras calles. Siempre está bien conocer de qué pie ideológico cojea cada uno en esta ciudad de proverbiales discrecciones, ahora que los partidos que parecen más o menos representarles han puesto de moda la clasificación entre los que están con las víctimas y los que están con los asesinos. ¿O es que hay terrorismos / verdugos buenos y terrorismos / verdugos malos?

HOY es otro ilustre catedrático, el de arqueología de la UCO, al que los aficionados a los temas del ramo conocemos como el Arqueobispo, el que se lanza al fango de la desvergüenza. Da verdadera lacha leerle apelar al perdón, el diálogo, la tolerancia y la flexibilidad de carácter. A él precisamente, que usa cada semana su privilegiado púlpito de la Hojilla Parroquial para vomitar su bilis de veterano cascarrabias contra el mundo contemporáneo, cuando no lo usa indecentemente para erigirse en acusica de su vecina de la que le molesta que organice en su patio pequeños conciertos y recitales de poesía. Da verdadero estremecimiento escuchar a todo un historiador proclamar que no entiende qué fue lo que pasó en 1936 para que un país se vea arrastrado a un enfrentamiento de estas características. Da verdadero pavor leer de pluma de todo un catedrático en humanidades una pregunta, que parece ingenua, de persona de pocas luces, pero que en su intención íntima lanza un cartucho de dinamita al centro de la reivindicación de justicia y reparación para las víctimas del holocausto que organizaron nuestros nacis: ¿por qué no reclamamos a los franceses los desmanes cometidos por Napoleón y sus huestes? Nivel de estaribel, tronko: ¿por qué no se lo preguntas a los judíos respecto a los nazis que les montaron su Holocausto? Pero es al final cuando tras el vigoroso fru-frú de autobombo buenicista que precede al éxtasis, éste le viene en forma de derrame de admiración por un alcalde falangista que también colaboró en el golpe de estado que devino genocidio y guerra. Los historiadores hemos de ser objetivos, y las ciudades deben honrar a quienes las hicieron más grandes. ¿De qué escuela de filosofía de la historia ha bebido este señor que confunde la imposible objetividad con el imprescindible rigor? Además, se supone que por esa regla de tres —si jugamos a las comparaciones históricas estúpidas como nuestro maestro lumbreras— Hitler debería seguir siendo hoy día venerado en Berlín por las impresionantes avenidas con que la dotó. No es extraño que como bibliografía use la obra de un apulgarado folklofranquistasaurio al que sólo leen las damas de ensaimada en Serrano tras misa de doce. Mientras desprecia el trabajo de otros catedráticos —colegas suyos de facultad— de la Comisión de la Memoria Histórica creada para hacer cumplir una ley,  a los que tilda directamente de un tanto categóricos e indirectamente de cayentes en lecturas sesgadas, extremismos o manipulaciones ideológicas. 

Ayer fue otro catedrático, éste émerito, rescatado para el liberalismo gaseoso de la UCD de un oscuro pasado franquista por la Transacción y que vive en un pisazo en la plaza con el metro cuadrado más caro de Córdoba, el que pedía que a la muy obrera plaza de Cañero le pongamos el nombre —ya que los rojos nos hemos empeñado en cambiarlo— que a él le salga de los güebos y concretamente el que le ha salido ha sido el de un cura de la religión que él profesa. No sé si sabe que los vecinos ya decidieron quitárselo a otro cura, este con galones, en los años 80. Si tanto le gusta ese cura que le haga una capillita en su casa, le rece con fervor de meapilas y nos deje en paz a los demás.

Dos días antes un columnista y escritor se parapetaba tras el nombre de su abuelo, alcalde republicano y también escritor fusilado tras guerra por los nacis, para mostrar su lado más tendencioso y ya de paso ignorante, reivindicando la Córdoba de los años 50 (los logros de sus gobernantes nacis) y confundiendo a José Cruz Conde con su sobrino Antonio. ¿Para qué vas a mirar la Cordobapedia si puedes echar mierda sobre la memoria histórica con los ojos cerrados?

O la exjoven promesa de la literatura local, un juntaletras instalado normalmente en la más literaria de las inanidades, salvo cuando toca enseñar colmillo de facha y el palillo en la comisura. En Córdoba capital sólo hubo un muerto de entre los revolucionarios nacionalcatólicos, un falangista tan tonto que se dejó quitar la pistola con la que amenazó a unos obreros por la calle la tarde del 18 de julio, y cuatro mil fusilados en las tapias y tres mil muertos más por la represión y el hambre en la posguerra como víctimas demócratas. Pues para este poeta de irisados tropos todos cometieron actos aberrante de crueldad sin límite. Que sepamos ya dejó hace años de estar subvencionado (o no, quién sabe), así que eso es probable que lo diga desde la más íntima convicción de aspirante a Hermann Tertsch del Carrasquín.

Es absolutamente delirante que haya tenido que salir un familiar de José Cruz Conde en una carta al director del diario CÓRDOBA a decirles a todos estos lamebotas del caciquismo franquista cordobés quién fue y qué hizo exactamente su antepasado y por qué es justo y necesario que su nombre sea borrado del callejero de Córdoba, ciudad a la que, aunque la dotara de alguna infraestructura, contribuyó poderosamente a desgraciar.



Parece, sólo parece, porque de los pseoeístas no puedes fiarte ni un pelo, que ya está completamente decidido y que los nombres de los criminales cuya presencia para las víctimas del genocidio nacionalcatólico supone una injuria permanente van a ser arrancados. Sólo espero que no se sustituyan por otros, buenos o malos, benefactores o malefactores, de personajes reales o imaginarios de mitologías religiosas vivas. El mundo y la ciudad están llenos de cosas con nombres preciosos que poner a sus calles sin necesidad de correr el riesgo de equivocarse ni ofender a nadie. Y que se imponga el anhelo aquel, salido de la pluma de Francisco Moreno Galván, que cantara José Menese hace años por marianas:

CUÁNDO LLEGARÁ EL MOMENTO
EN QUE LAS AGÜITAS VUELVAN A SUS CAUCES
Y LAS ESQUINAS CON SUS NOMBRES:
NI REYES, NI ROQUES, NI SANTOS, NI FRAILES.
A LA DINA DANA...

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