El malsinismo es la gran pasión cordobesa. O al menos aquella que a sus cultivadores ha proporcionado más satisfacciones a lo largo de la Historia. Un malsín es un chivato, un señalador. Es palabra de origen hebreo, y es lógico que fueran los judíos quienes les pusieran nombre porque fueron ellos los que los sufrieron más especialmente, pero no solo, que sodomitas y librepensadores les siguen inmediatamente. La Inquisición nutrió sus procesos y autos de fe que llevaron a miles de ellos (judíos, sodomitas y librepensadores) a la hoguera en los testimonios, interesados o no, de los malsines, de los chivatos que señalaron a sus víctimas. Y sí, el malsinismo fue siempre pasión española en general, pero las estadísticas hablan y nos dicen que, en Córdoba, más. En ningún otro sitio como aquí la cobardía malsínica encontró no sólo abono sociológico de primera, sino que, o tal vez por ello, oídos tan prestos y brazos ejecutores tan firmes que hicieran fructificar sus señalamientos de vecinos a los que, por muchas causas, odiaban. En ningún otro sitio se dio una conjunción tan entrañable entre cobardes chivatos y conspicuos asesinos llegados de fuera, atraídos por el olor de la sangre, como aquí.
¿Ejemplos? Con sólo dos, eso sí muy señalados, será suficiente. El inquisidor Lucero el Tenebroso quemó en el Marrubial (sí, donde hoy se alza la Biblioteca Central sin un triste recordatorio, mientras la ciudad está llena de placas en las que se recuerda que allí cagó un cofrade) previos autos de fe en la Corredera, a más de 200 cordobeses que otros cordobeses, los malsines, le habían señalado con su dedo. Con todo, otro de los muchos siniestros récord de nuestra ciudad lo batieron el inquisidor onubense y sus malsines cordobeses el día de navidad de 1502 (arde, arde, arde la Marimorena…) cuando quemaron de golpe a nada menos que a 102 de sus paisanos señalados.
El otro ejemplo es muy parecido, a pesar de que los separan casi cuatro siglos y medio. Estamos a finales de 1936. De nuevo los malsines cordobeses se buscan un Lucero para dar rienda a sus instintos asesinos contra sus paisanos diferentes y su cumplimiento por cobarde delegación. Y de nuevo batimos el récord: esta ciudad tiene el deshonor de ser aquella en la que los nacionalcatólicos más y mejor fusilaron. Y don Bruno se lo dijo claramente a la cara a los malsines que fueron a despedirlo a la estación de Córdoba, cuando una parte de sus crímenes, no los de sangre, sino los relacionados con extorsiones a gente bien, aconsejaron a las autoridades genocidas su traslado.
– Anda que no has matado gente…
– A ninguna que no estuviera en las listas que vosotros me confeccionabais. Porque yo no soy de esta tierra y no conozco a nadie.
Esas listas de fusilables las confeccionaban los malsines cordobeses en el marco incomparable de los casinos locales, especialmente en el del principal de la ciudad, el Círculo de la Amistad.
Los malsines suelen brotar y rebrotar en periodos en los que hay amenaza de involución hacia el autoritarismo extremo porque necesitan de la ausencia de racionalidad democrática para que fructifique su pasión chivata y su afán por eliminar a los que odian. Y en estos atribulados días en que esas formas autoritarias extremas asoman la patita de nuevo intentando sustanciarse políticamente aprovechando las debilidades de esta democracia formal y burguesa, vuelven a surgir como los gusanos en la carroña. Cabe la esperanza de que la satisfacción de su pasión se haya aggiornato y no pase por eliminaciones radicales de sus objetos de odio, pero por ahora sólo queda en eso, en una esperanza.
Recientemente hemos podido contemplar en Córdoba dos nuevos casos claros de malsinismo, de señalamiento directo de otros cordobeses a instancias con poder vengativo. Y uno de ellos me afecta, me señala, a mí personalmente. Empecemos por el otro.
Paula Badanelli es una periodista jerezana medularmente reaccionaria que recaló en Córdoba de la mano de una emisora reaccionaria, propiedad de la reaccionaria Conferencia Episcopal. Pronto dejó de ejercer estrictamente su profesión para dedicarse a la asesoría de un partido político reaccionario durante el tiempo que estuvo en el poder municipal: el Partido Putrefacto. Una vez desalojado de la alcaldía el partido que fundaron siete ministros fascistas, sus responsables la comisionaron en 2016 para una misión imposible: la dirección de un medio digital de intoxicación reaccionaria que compitiera con éxito con el único diario digital progresista convencional de la ciudad (el otro, PARADIGMA, sólo responde a los dos primeros presupuestos, es diario digital y progresista, pero no convencional), o sea CORDÓPOLIS. Para esa arriesgada maniobra se asociaron empresarialmente las tres cabezas de la HCR (Hidra Cordobesa Reaccionaria): el cabildo catedralicio, necesitado de púlpitos seglares desde los que defender el latrocinio de las inmatriculaciones, la Asociación de Hermandades y Cofradías, esa metástasis reaccionaria sin freno, y el Partido Putrefacto. Los mimbres con que contaba nuestra heroína para tejer ese cesto reaccionario no eran gran cosa, pero era lo que había más a mano: un triste desecho de todas las tientas mediáticas de la ciudad, un enquistamiento paleozoico cajasureño de los tiempos del Capo Castiglieggio, ambos cofrades perdidos, y la estrecha vigilancia del Gran Hermano del Cabildo, conocido por El Pulseritas por su afición a lucirlas ante las cámaras, y párroco de la iglesia donde cada 20N se elevan preces por el alma del Caudillo, tal vez con fin de que resucite algún día, para un aguerrido escuadrón de neonazis: el cura Gigi Güeto. Durante casi tres años ese medio zombi, que se autobautizó LA VOZ de CÓRDOBA, usurpando miserablemente el nombre de dos históricos diarios progresistas, pero que es más conocida por LA COZ, se ha mantenido a duras penas con la pasta que le inyectaba la poderosa hidra reaccionaria intentando intoxicar sin mucho éxito la opinión pública de la ciudad.
La relegación del Partido Putrefacto a un más modesto puesto en las filas de la política nacional, autonómica y municipal por culpa de la aparición de otro partido de perfiles reaccionarios mucho más nítidos que le ha acabado arrebatando todo el ala ultra-ultraderechista que hasta entonces ramoneaba –sin demasiada incomodidad– en las laderas del aznarismo, ha cambiado el panorama. Su socia la Iglesia, esa experta en detectar el olor precadavérico, lo ha tenido claro y parece que la Badanelli también. El PP, que le había montado ese chiringuito a la mushasha para que le hiciera campaña permanente, se ha encontrado con la desternillante humorada de que se ha pasado con armas, bagaje y toneladas de información de su centro logístico al campo de su oponente ultraderechista, a VOX, como candidata, además, a las municipales. Y que, además, se presupone, le sigue pagando el sueldo. Probablemente no se atreve a romper el trato porque detrás de la maniobra se adivina, hasta que no se abra la puerta iluminada y todo quede claro, la alargada sombra de una peligrosa sotana.
Una vez puestos en antecedentes del perfil del personaje pasemos a los hechos, a su hazaña como malsina, como señaladora directa de compañeros periodistas concretos a los dobermanes de sus nuevos protectores. Conociendo los CV de algunos de esos dobermanes, con atención preferente a sus militancias pasadas en grupos fascistas históricos de acción directa, el helor de sangre está asegurado. Ahí es nada que desde VOX te digan: lo siento por tí chico, o nos acordaremos de este impresentable.
El segundo caso es el que me atañe personalmente a mí, este vuestro bloguero favorito, en grado de víctima directa de señalamiento malsín. Pero esa historia merece un post aparte y podrás encontrarlo SEGUIDAMENTE A ESTE.
Ilustración de Víctor Solana
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