ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO PREVIAMENTE EL 30 DE MAYO DE 2019 (DÍA QUE LOS CATÓLICOS DEDICAN AL CULTO DEL REY FERNANDO III EL BIZCO) EN EL DIARIO DIGITAL PARADIGMA.
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(SAN) VICENTE FERRER
Por el historiador renacentista valenciano Pedro Antonio Beutes (1) sabemos que un día de 1411 una turba incendiaria dirigida por el fraile dominico Vicente Ferrer, a quien los católicos consideran santo, tras un sermón virulentamente antijudío que había emitido en una iglesia toledana, se dirigió a la sinagoga mayor de la ciudad, expulsó violentamente a los judíos que allí había, hizo una pira con los textos talmúdicos y robó todo objeto litúrgico de valor que encontró en ella. Seguidamente el fraile valenciano ordenó calma y consagró el templo al culto católico con el nombre de Santa María la Blanca.
También sabemos que en 1391, aunque no podemos hablar de incitación directa al asesinato de judíos en sus sermones, como sí la encontramos en los de los frailes andaluces que ese mismo año dirigieron el asalto de las juderías andaluzas y asesinaron a varios miles de judíos a los que además robaron sus bienes, entre ellas la de Córdoba (2), los seguidores fieles de sus enseñanzas en Valencia hicieron lo propio en la judería valenciana, con el resultado de varios cientos de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados y robados por esos sus piadosos seguidores. Pero sólo hay que leer esos sermones para entender que esa violencia directa iba implícita en todas y cada una de las palabras del domini cane (el perro de dios), la orden fundada por Tomás de Aquino (otro santo) para sostener la Inquisición que había fundado.
Hoy muy pocos historiadores no confesionales, dudan de la responsabilidad por incitación de Vicente Ferrer en las persecuciones de judíos de finales del siglo XIV (3). Y son muchos los que defienden que las legislaciones posteriores recogen todas y cada una de las sugerencias que el fraile valenciano puso en el tapete del antisemitismo oficial, especialmente las Leyes de Ayllón de 1412 (4): reclusión en guetos, marcaje con prendas especiales obligatorias (que los judíos traxesen tabardoscon una señal bermeja, é los moros capuces verdes con una luna clara) (5) a sus miembros, prohibición de ganarse la vida tratando con cristianos (ni siquiera podían hablar con ellos) para obligarlos, rindiéndolos por hambre, a la conversión.
Muchas veces se dice que no podemos juzgar con ojos de nuestra época los actos de la gente del pasado. Pero sí que podemos juzgarlos con los ojos de juzgar de sus coetáneos. Y podemos asegurar que lo que hicieron aquellos católicos dirigidos por frailes estaba considerado un crimen y penado por las leyes reales y de hecho hubo juicios y condenas a los responsables de las matanzas. Aunque ninguno de aquellos condenados vestía hábito frailuno.
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FRAY ALBINO
En 1946, diez años después de iniciarse el genocidio franquista, llegó a Córdoba uno de sus más firmes defensores: el obispo Fray Albino. Se ha demostrado recientemente que siendo obispo de Tenerife no sólo conspiró con los militares que dieron posteriormente el golpe del 17 de julio sino que escribió textos pastorales que son una clara incitación a destruir la democracia formal que instauró La República (6). Una vez iniciado el genocidio, no sólo firmó la carta de los obispos apoyando la Cruzada, sino que se empleó sin descanso en defender la necesidad de una limpieza radical, de matar al mayor número posible de rojos, de los que se reía en el trance de su fusilamiento llamándolos cobardes porque no sabían morir (7). Que llegó a considerar en un ataque de delirio paranoide-criminal a Franco como un enviado directo de Dios para salvar a España. Que compuso un catecismo, El Catecismo Patriótico Español (8), para adoctrinar a los niños de la posguerra, especialmente a los huérfanos de los rojos y las rojas fusilados, que es inequívocamente una adaptación de las ideas estelares del Mein Kampf del Führer para aprendizaje memorístico de esos niños, porque asimilaba en el mismo paquete de eliminables para la salvación de España a liberales, judíos y socialistas. Su visceral antisemitismo aparece una y otra vez en ese catecismo y en el resto de sus escritos pastorales lo que hace a su pensamiento más dependiente del nazismo que del propio ideario fascista español. Por ello, no es extraño que fuera un admirador y devoto del portador de su propio hábito dominico más antisemita de la historia de este país, Vicente Ferrer.
En los últimos años de su vida se empleó en paliar algo la miseria, a la vista de su insoportable ubicuidad, en que sus propias acciones y la de sus cómplices civiles y militares franquistas mantenían a la población superviviente vencida, patrocinando la creación de dos barriadas de casas baratas. A una la bautizó, en un rapto sublime de modestia, con su propio nombre y a la otra con el del militar y rejoneador franquista Antonio Cañero, cuya mayor hazaña guerrera fue montar una brigada montada de señoritos y garrochistas falangistas que, armados con picas y escopetas, cazaban en la sierra, como si de alimañas se trataran, a los republicanos desarmados huidos de la masacre y que resultarían unos asesinados a sangre fría entre los peñascales serranos y otros reconducidos a las tapias de los cementerios para ser fusilados (9). La mitología franquista fomentó desde entonces la falsa creencia de que la permuta de los terrenos para la construcción de esas casas por otros mejor situados y que le supusieron un suculento negocio, había sido una altruista donación del caballero rejoneador al obispo y a la causa de los pobres (10).
Y la parroquia de esa barriada, la de Cañero, se la dedicó el obispo nazi lógicamente al santo antisemita de su máxima devoción, de quien fue émulo en la persecución sin desmayo de los enemigos de la fe, judíos y republicanos. Así, el dedo del santo pogromista, San Vicente Ferrer, ha amenazado durante los últimos 60 años a todos los vecinos de ese barrio, el barrio históricamente más progresista de toda la ciudad, con todos los terrores, tanto terrenales como de ultratumba, que el catolicismo ha inventado para mantener permanentemente acojonados a sus fieles.
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EL BARRIO CAÑERO
La barriada de Cañero fue durante los años 60, una vez que sus habitantes consiguieron sacar un poco la cabeza del pozo negro del franquismo, modelo para toda España de lucha vecinal contra la dictadura, como ha contado recientemente Federico Abad en su imprescindible ensayoLa barriada de Cañero. Su asociación de vecinos fue la primera de ese tipo que se fundó en el estado español y llevó a cabo una denodada lucha para conseguir mejoras estructurales en el barrio con espectaculares logros como los arreglos de los tejados, el asfaltado de las calles o el acceso a precios asequibles a la propiedad familiar de las viviendas. Los núcleos duros de lo que fueron los partidos políticos cordobeses que lucharon contra la dictadura en los primeros 70 surgieron precisamente de ella.
La Transacción y el trampantojo del estado de bienestar durante la burbuja económica obró el mismo milagro de desmovilización que en los demás barrios. El envejecimiento de la población y la especulación con los precios de la vivienda en los años dorados del ladrillo terminaron el trabajo de adocenamiento de un verdadero barrio obrero. Y en los últimos años hasta el PP consiguió ganar en él alguna elección en alguna ocasión. Pero al menos el barrio se había venido librando de la metástasis cofrade, esa imparable enfermedad vinculada al nacionalcatolicismo y no a poder popular alguno, como defienden algunos desde sus apulgaradas antropologías de chaqueta de pana, que ha infectado el corpus de la sociedad en las grandes ciudades andaluzas y que, como ya dije en otra ocasión, consiste en la reproducción cíclica a escala del funcionamiento de la sociedad tradicional en la que todo el mundo camina en fila india en el sitio, perfectamente estamentado, que le corresponde, agarrando su triste vela o su recamado palo de plata (11), con su carga de derechización de la juventud, la sustitución de los vínculos de solidaridad militante de la lucha política en común por los inanes esfuerzos de sacar a pasear idolatrías a ritmo de tambor militar, la sustitución de la idoneidad de la justicia social por la de una caridad dirigida por una institución tan reaccionaria como la Iglesia y el cuidadoso enfoscado, tras la mística suntuosa, pero huera, del rococó y el incienso, de los conflictos sociales inherentes al sistema.
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LA PROCESIÓN DE LA INFAMIA
Pero el virus de la cofradeína acabó llegando hace tres o cuatro años y Cañero ya tiene una cofradía que procesiona en la Semana Santa, con parafernalia idolátrica perfectamente montada. Por lo que he podido averiguar, se trata de una infección exógena, que ha desembarcado desde fuera, una colonización en toda regla de cofrades huérfanos de otros lares y aún no he conseguido que alguien del barrio me confiese que conoce a algún hermano de esa cofradía. La inmensa mayoría son gente de fuera del barrio, sin vinculación histórica con él o infectados en su exilio. Pero que ya ha pasado a ser conocida como la Hermandad de Cañero.
Pero todo pudiera quedarse en que saquen un día al año, aparte las innumerables salidas extraordinarias ya oficializadas en las demás, las figuras titulares que adoran y pongan el barrio, como todos los demás, perdido de cera y atufado de incienso y provean de espectáculo colorido, churrigueresco y sincopado a ritmo de música militar (la música cofrade no existe, es un derivado sin más de la militar) a los vecinos del barrio que no tienen en la calle diversión mejor que echarse a los ojos. Lo que no podíamos figurarnos los que empezamos a ser ya unos insorribles que vivimos en un mundo que se va alejando cada vez más de nuestra sensibilidad ética y estética es que los responsables de esa cofradía colonial vinieran de fuera a rescatar al santo bajo cuyo terrible dedo nos hemos criado varias generaciones del barrio, de su hornacina y a refregárnoslo por las calles.
Resulta que este año se conmemora el VI Centenario de la muerte del dominico antisemita y tanto el obispado, como la parroquia, como la cofradía colonial van a montar unos pollos festivos para el evento. Todo el mundo es libre de adorar o convocar en su casa al demonio que le apetezca. Nada que objetar a la peregrinación de unos vecinos a la tumba en Francia del considerado santo, tampoco a la verbena a celebrar en el patio de la parroquia, ni a los triduos, y otras solemnidades que se celebrarán en la iglesia. Ni siquiera al acto académico de exaltación de la figura del perseguidor de judíos con la colaboración de la Muy Piadosa Academia de Nobles Caspas y Bellas Tretas. Nada, nada que objetar. Pero sí y mucho a que lo saquen en procesión. Esa imagen llevaba más de 60 años en su hornacina sin que a nadie se le ocurriera bajarlo ni para verlo de cerca, ni le hiciera ni el más mínimo caso, sin que quisiéramos saber piadosamente mucho más de lo que ya sabíamos y del que hoy no dudo que hubiera sido más saludable que sus hazañas lejanas y terribles hubieran corrido de boca en boca desde los primeros tiempos del barrio, cuando un obispo nazi y un alcalde falangista regían como capataces absolutos del campo de concentración en que la banda criminal que secuestró a medio país a punta de pistola, después de asesinar al otro medio, convirtió a esta triste, desgraciada ciudad. Siguiendo las enseñanzas criminales del dominico Vicente Ferrer, cuya efigie, que había permanecido desde siempre en su sitio natural, el acotado higiénicamente por los curas para ello, si el tiempo y la decencia no lo impiden, invadirá mancillando con el recuerdo de sus fechorías las entrañables calles de mi barrio.
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