jueves, 15 de septiembre de 2005

El Templo de Shao Lin

Sé suave pero no dócil. Firme pero no duro



Una de la cosas que tengo pensado hacer en China es visitar el templo de Shao-lin. Sí, el célebre templo de Shao-lin, en el que creció el Pequeño Saltamontes mientras recibía de aquel maestro viejo, calvo, con barba de chivo y unos ojos como dos bolas de helado, los consejos sobre cómo repartir hostias con criterios estrictamente filosóficos . Aquella legendaria serie televisiva, Kung Fu, emitida en mi adolescencia consiguió engancharme como ninguna otra serie ha conseguido nunca hacerlo. Aquella mezcla de violencia buena y mesurada administrada en el contexto de una filosofía exótica hecha de proverbios y refranillos fascinantes en el ambiente brutal y pintoresco del bravío oeste me encantaba. Los chulescos sheriffes, pistoleros y matones de rancho eran puestos en su sitio con un par de patadas en los morros con una elegancia y precisión (diseccionadas por el ojo de la cámara lenta) desacostumbradas en la imaginería de la violencia cinematográfica al uso. Y sólo cuando era estrictamente necesario, que por fortuna era siempre. Todavía recuerdo muchas de sus frases y sobre todo la parsimonia con la que corregía a los indeseables que le llamaban con voz de asco maldito chino. Me llamo Caine, preludio inevitable de la administración de la mejor medicina china para la chulería gringa. Yo creo que una de las causas de que llegara a gustarme tanto fue que me permitió poder seguir degustando películas del oeste sorteando la mala conciencia ética y estética que empezaba por aquel tiempo a acometerme. Era una peli del oeste, sí, pero impregnada de filosofía. Filosofía barata de manual de autoayuda, pero filosofía. Una argumento consolador bastante estúpido, pero que en aquellos años de postadolescencia y primeras tomas de concienciación política las cosas funcionaban así. Desde luego esa pasión por la serie no tiene absolutamente nada que ver con las artes marciales. Por aquel entonces eran disciplinas absolutamente desconocidas en este país y más adelante, cuando se extendieron sus diversas formas, siempre me produjeron una irrefrenable descomposición de vientre.

Así que desde que supe que China iba a ser mi próximo destino comencé a calibrar la posibilidad de poder visitar el santuario del Pequeño Saltamontes. Y en mi perturbada mente se forjó también el deseo de someterme a un afeitado de cabeza en un ritual similar al visto alguna vez en las ensoñaciones recordatorias del zaparrastroso vagabundo chino de la serie. Ya me imaginaba sentado en una escalinata del famoso templo envuelto en una túnica color azafrán, contemplando esas azules montañas de formas inverosímiles erizadas de esas ramas de los árboles de las pinturas chinas que parecen recortadas a tijera, mientras un monje experto y sonriente me pasa una afilada navaja una y otra vez por mi ya monda cabeza.

Claro que pronto aparecieron las apostillas de orden práctico. ¿Estaría situado el tal monasterio en un lugar absolutamente alejado de las rutas más habituales del enorme continente chino? ¿Usarían navajas desechables los monjes budistas para afeitar la cabeza de los catecúmenos? ¿cuál de las más crueles formas de la decepción será la que me ponga en mi sitio?

No hizo falta mucho: La propia guía Lonely Planet se encargó de arrasarme la ilusión. Una vez que la sitúa en una ruta bastante accesible afirma contundentemente: El templo de Shao Lin es una trampa para turistas. Resulta que el templo de Shao Lin es una de las estrellas turísticas de China y su conversión en un pequeño parque temático para occidentales aburridos, adoradores de la serie, y compulsivos consumidores de plastificadas filosofías prêt à porter una realidad incuestionable. Bueno, no es algo que me mortifique especialmente. Todo lo contrario. Mi desilusión queda suficientemente compensada con la verificación de la venalidad de la espiritualidad más acrisolada. Me encanta ver cómo se corrompen todas esas formas de religiosidad ante el empuje del consumo masivo, la waltdisneyana estupidización de los presupuestos más sagrados, la banalización de todas las trascendencias. Sí, ya sé que es una forma bastante infantil de berrinche, pero bueno, quien no da para más, no da para más... ¿no? De todas formas iré y me compraré una camiseta. Tal vez incluso me coma una hamburguesa Little Grasshoper.

Y os lo cuente en directo desde el cibercafé Sh@olin.


ADDENDUM DE 31 AGOSTO 2007:

El templo de Shaolin exige una disculpa pública por una afrenta ninja

Comentarios
“No desprecies a la serpiente por no tener cuernos. Quizás algún día pueda reencarnarse en dragón”. Del territorio de Liang Sang Po en la Frontera Azul.Que envidia me das
almorávide — 16-09-2005 17:25:43
La serpiente esa también podría reencarnarse en caracol. Y tendría la ventaja de nacer ya con casa. Aunque no sé si quedaría bien en un proverbio chino sobre la fuerza. Tal vez podrían explotar su condición inmobiliaria. Dragón, caracol e inmobiliarios unidos por su condición de cornudos. Seguro que al proverbiero mayor de Lian Shang Po se le ocurre algo...
harazem — 19-09-2005 00:33:31
"El amor hace pasar el tiempo, y el tiempo hace pasar el amor". Es un proverbio chino de más allá del Liang Shang Po de terrible contundencia. Tan duro como una patada de Kung Fu.
C.Z. — 20-09-2005 18:43:20
David Carradine es un actor con un esplendor natural de escena.Es mi favorito sin mas ni menos.
samir jose arismendi gaona — 30-04-2006 01:41:09

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