Dina Rot : Il vestidu aburacadu di tu alma (1)
Al día siguiente de llegar a Larache decidimos hacer una excursión a Asilah, 42 kilómetros más al norte.. Un espantoso viaje en taxi colectivo, en el que nos sentimos solidarios con las sardinas enlatadas, nos llevó hasta la hermana coqueta y mimada del Sahel norteño. Si hace unos años aún podía encontrarse alguna casa en la medina de Asilah a buen precio y se estaba dispuesto a bregar con la farragosa burocracia marroquí, con la voracidad de los intermediarios y leguleyos y con la desesperante informalidad de los albañiles rifeños, su búsqueda hoy día se revela un ejercicio inútil para bolsillos modestos.Asilah está de moda.
Una nueva Mojácar, cuyas casa fueron compradas por extranjeros ricos hace mucho años. Y se nota en la febril actividad reformadora que sacude la medina. Albañiles, carpinteros, fontaneros de toda la comarca encuentran trabajo en las obras de reforma de docenas de casas adquiridas por extranjeros ricos en los últimos años. Las callejas están impolutas y los detalles de las fachadas comienzan a adquirir ese carácter de decorado folklórico que caracteriza el gusto de los nuevos colonizadores. Quizás está bien que sea así. Toda vez que lo esencial de la ciudad aún permanece intacto. El inigualable mirador marino sobre la muralla, el mercado del foso, el relajado aire que se respira en su medina.A pesar de haber visitado varias veces la ciudad en el pasado, no llegué nunca a saber que contaba con un cementerio judío. Debía haberlo imaginado, toda vez que las demás ciudades marroquíes cuentan con el propio y que a Asilah vinieron directamente una parte importante de los expulsados por los Reyes Católicos. Pero tuvo que ser una conversación casual en la medina la que nos pusiera en su pista. Y decidimos visitarlo. Se encuentra unos 100 metros más allá de la esquina de la muralla donde termina el mercado, rodeado por una tapia y al borde de un acantilado que es utilizado como escombrera por los constructores de la zona. Los carros tirados por un burro y cargados de materiales de desecho atraviesan la desportillada verja sin cesar a lo largo del día para arrojar su carga por la pendiente. Varias decenas de tumbas se extienden entre ella y el muro en una superficie completamente invadida por los cardos y la alta maleza salvaje. Saltando de lápida en lápida conseguí ir leyendo algunos de sus epigramas, la mitad escrita en hebreo y la mitad en español, lo que hablaba de la condición de sefardí de aquella comunidad. La más antigua de 1920 y la más moderna de 1954. La mayoría sólo contenía los normales tópicos funerarios y los datos de sus inquilinos se reducían al nombre y la fecha de su muerte. Benarrosh, Anidjar, Bencheton. Las últimas huellas de una comunidad entrañable, frecuentemente perseguida, hoy extinta en esta tierra que la acogió por 5 siglos.
Pero en una de ellas encontré algo diferente, estremecedor. Estuve a punto de pasar de largo y utilizarla sólo como escala para no caer entre los cardos porque su texto estaba casi borrado, erosionado por el agua y el viento después de tantos años, pero su posición casi marginal, al borde mismo del acantilado, me hizo prestarle atención. A duras penas conseguí leerlo. Me quedé desconcertado y llamé a C. que contemplaba distraidamente el océano para compartirlo. He aquí el texto en castellano, bajo un largo párrafo en hebreo, tal como lo encontré:
SIMI ROIFF
El epitafio habla por sí solo y también calla por sí solo. Sólo podemos añadir imaginación y novelería a los datos objetivos del texto. Como en un cuento de Borges o como el arranque de un film de intriga romántica, la visión de la gastada lápida rasga la tela de la normalidad para hacernos entrever un mundo brumoso de inquietantes sentimientos o de vidriosas pasiones. ¿Quién fue esta Simi Roiff de infortunios tan letales? ¿Qué o quién se los causó? ¿Cuántos de los que supieron de ella pueden contárnoslo aún? Impresionados aún por el hallazgo salimos del cementerio y regresamos a la ciudad. No nos quedó más remedio que dirigirnos a Casa García para, como siempre, rozar un hartazgo de deliciosas gambas blancas y sargo a la espalda regados con un fresquísimo rosado de Beni Slimane. Durante toda la comida estuvimos dándole vueltas y vueltas al texto de la lápida. Ni siquiera el chupeteo de las cabezas de los riquísimos crustáceos consiguió hacer descansar a nuestra imaginación. Vuelta por la tarde a Larache en otro taxi colectivo, unos de esos Mercedes viejísimos tan abundantes en las carreteras marroquíes. Aunque pagamos un lugar de más para poder salir antes, una vez dentro descubrimos que íbamos tan enlatados como a la ida. Al misterio de la lápida lo sustituyó durante todo el camino el misterio de cómo habría cabido el cuerpo cuyo lugar habíamos pagado.
(1) Como ilustración, a manera de los diferente movimientos y partes de una nuba andalusí marroquí que vengo colocando en los capítulos de este viaje, pensé, dado el inquietante descubrimiento que hice en el cementerio judío de Asilah, y en homenaje a esa desconocida mujer cuyo epitafio hace referencia a un desmedido dolor, colocar una pieza de música sefardí. Y para ello no acudí al amplio repertorio tradicional sefardí, sino a una pequeña gran joya que guardo desde hace tiempo en mi discoteca (ahora cedeteca) y que el azar y mi gusto por las músicas periféricas pusieron a mi alcance.
En 1997 la extinta revista El Europeo publicó un disco-libro maravilloso (Una mano tumó l’otra) que recoge la feliz confluencia de cuatro sensibilidades exquisitas en estado de gracia. La cantante argentina de origen judío Dina Rot, pone voz y composición musical a los poemas escritos en ladino de Juan Gelman y de Clarisse Nicoidsky (1938-1996). De sobra conocido el primero, Clarisse es una poeta francesa de padres judíos sarajevinos, en cuya casa aprendió de pequeña la lengua de los hebreos españoles exiliados. El músico español Eduardo Laguillo compuso también algún tema y sobre todo asumió la dirección musical de la obra. El resultado es una pequeña gran obra maestra, una joya de la poesía musicada, de la que entresaco el poema Il vestidu aburacadu di tu alma (El vestido agujereado de tu alma) de Clarisse. Dina Rot comenzó su carrera en el repertorio clásico que amplió con el tiempo estudiando folklore, poniendo música a los principales poetas en español y, sobre todo, reinterpretando añejas canciones sefardíes. Sus hijos también le salieron artistas: Ariel Rot y Cecilia Roth. (VOLVER).
HolaMe alegra que Marruecos siga tirando de vosotros. Después de leer el viaje a Tetuán y Larache y ver la luz que aparece en las fotografías yo también echo de menos el Sur (y a los amigos), aunque nuestro próximo destino vuelva a estar en el Este (mismo sitio, mismo idioma, espero que misma gente o por lo menos parecida).Me encanta el gato! No sé si su carácter superará el de algunos de sus predecesores.BesosBlanca
blanca — 13-06-2006 17:56:53
Es una lástima. ¡Jodidas modas!. ¡Un nuevo Mojacar en la Costa atlántica de Marruecos! Pero, ¿quién quiere algo así?.
bit ramone no tiene quien le escriba — 13-06-2006 21:21:22
Estoy siguiendo con mucho interés el viaje a Marruecos, pero además me gustaría que comentaras las piezas de música que coloca.Gracias
Lucio — 14-06-2006 12:27:37
¿Complacido?
Harazem — 15-06-2006 11:43:16
Tal parece que la desdichada sufrió penas de amores, que son en este valle de lágrimas las más indefinibles y extrañas que hay.
ResponderEliminarSalud y un abrazo
Manuel Marcos