miércoles, 14 de noviembre de 2007

Los tebeos y yo

Mi relación con los dibujos animados y con los tebeos nunca fueron buenas. Ni siquiera de niño. Como podéis imaginaros esta condición de repelente, pedante e insonrible que me caracteriza no es algo que me sobreviniera de pronto en un momento dado. No. Siempre fui así. Recuerdo que desde mi más tierna infancia los dibujos animados de la tele me aburrían soberanamente y siempre preferí las ficciones construidas con personajes de carne y hueso. Y lo mismo me ocurrió con los tebeos, con algunas excepciones, como es lógico, debidas a la inigualable plumilla del gran Ibáñez. Ni siquiera, y esto sonará a herejía, disfruté nunca con Tintín. Cuando con mocos todavía comencé a leer las maravillosas novelas aquellas de HISTORIAS SELECCIÓN recuerdo haber sentido como una falta de respeto al texto la inclusión de páginas de tebeíllo que narraban paralelamente la historia. Aquellos dibujitos me parecían una inaudita concesión a la suposición de falta de concentración de los jóvenes lectores, una especie de papilla grumosa que tenía como fin engatusar a los lectores poco disciplinados.

A finales de los 70 se extendió entre la progresía intelectual el gusto por los comics de calidad, representados por muchas publicaciones entre las que destacó TOTEM y, en plan más gamberro, EL VÍBORA. He de reconocer que me acerqué a ellas con espíritu abierto impresionado por el impacto que causó entre mis amistades y las alabanzas desmedidas que de sus bocas y de publicaciones culturales de altura recibían los dibujos. La cumbre de mi interés coincidió con mi encuentro con Juan Zapater (1979), un apasionado, gran conocedor y dotado de una intuición portentosa, de los comics y del cine, que puso un desmedido esfuerzo en hacerme partícipe de su propio disfrute en la apreciación del comic. Tras cientos de horas de obligada convivencia (penábamos por un año ambos en un campo de concentración rotulado en su puerta como Cuartel de Infantería), llegamos ya por fin a convenir en que yo debía padecer una especie de carencia vitamínica o la ausencia de alguna enzima responsable del gusto por ciertas formas artísticas determinadas. Por más que me explicó la virtudes del arte de la plumilla, la variedad de cosas que podían expresar, contar y llevar a la emoción los artistas del dibujo narrativo y la profundidad estética a que podían alcanzar algunos de ellos, yo nunca fui capaz de considerarlos más allá de una estética infantiloide y escasamente conmovedora. Pero siempre consideré que se trataba de una tara propia y nunca caí en la desconsideración del menosprecio.

Aunque a veces en los últimos tiempos Juan ha vuelto a la carga haciéndome partícipe de los descubrimientos que iba haciendo del cine de ANIME japonés, del que ha acabado siendo un imprescindible experto a escala nacional, yo he seguido absolutamente insensible a sus llamadas a la curación.

Por eso cuando el otro día en el transcurso de la conferencia que nos propinó en la Filmoteca sobre la película GHOST IN THE SHELL, lo oí desvelar pormenorizadamente todos sus secretos, las connotaciones culturales (filosóficas, religiosas, pictóricas) y las finezas argumentales que el director le insufló sentí que había perdido miserablemente el tiempo durante años no habiendo atendido suficientemente las recomendaciones/enseñanzas de mi amigo.

Ya para mí solo me dediqué concienzudamente a exprimirlo mientras paseábamos por la ciudad y a exigirle recomendaciones de otras obras que colmaran mi nueva sed de animación nipona. Fue así como me enteré de que la última edición en DVD que se hizo de GHOST IN THE SHELL, una edición especial para coleccionistas, coincidiendo con el 10º aniversario de su estreno, cuenta en su interior con dos maravillosas sorpresas. Una, un audiocomentario del propio Juan Zapater en el que explica los entresijos de la película y otra una entrevista con el director realizada por Juan en la que Mamoru Oshii nos habla de su vida y de su obra. La he pedido por correo. La estoy esperando.

2 comentarios:

  1. Yo sí disfruté de los tebeos en mi infancia; tampoco en exceso, no vayas a creer y nunca como alternativa a los libros sin dibujitos (me has dado un fogonazo mnésico con tu referencia a SELECCIÓN). No te llameré herético, pero para mí sí que Tintín significa mucho además de traerme recuerdos de la trastienda de la librería de mi abuelo en Eibar. Ya a partir de la adolescencia se me acabó la afición; conocí tarde el boom del cómic iconoclasta de la Transición porque no vivía en España en los últimos setenta. Luego he leído de vez en cuando algún que otro comic (ya no son tebeos) aunque pocos me llaman la atención lo suficiente. Por más que he conocido entusiastas del manga, la verdad es que nunca me ha gustado demasiado, aunque algo me han hablado de las connotaciones culturales que los enaltecen. Pero ...

    Ah, por cierto, no conocía la palabra insonrible y me temo que, pese a los esfuerzos de apadrinamiento, la RAE ha decidido suprimirla del Diccionario. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, amigo Miroslav, te recomiendo vivamente Ghost in the shell. No me he explayado aún en ciertas connotaciones alucinantes que hay en esa película porque estoy esperando a recibir el DVD que he encargado al FNAC y que llevo una semana esperando. Sólo te avanzaré que sus padres son Odisea espacial 2001 y Blade Runer. Y que sus hijos, los que no hubieran existido sin ella, Matrix y el Quinto Elemento.

    En cuanto a la palabra "insonrible", nunca estuvo en el diccionario. Es una palabra de uso exclusivo de las madres en ciertas partes de Andalucía, principalmente en la oriental. Nunca se la oí decir a nadie que no lo fuera. Su origen es incierto, pero su significado preciso. Si tu madre decía mirando al cielo: este niño es un insonrible, lo que quería decir es que te consideraba un chico desabrido con el añadido de incorregible, irrecuperable.

    ResponderEliminar