martes, 3 de febrero de 2009

UNA SEMANA EN TÚNEZ (V)

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PICOTEANDO POR LA MEDINA DE TÚNEZ



Desde la Place du Gouvernement se accede directamente por la rue de la Casbah y por la primera puerta a la derecha al zoco de las chechías (suq al-shauashi), los bonetes típicos de los hombres tunecinos cuya secreto de fabricación artesanal viene pasando de padres a hijos desde el siglo XVII en que los exiliados moriscos lo introdujeron en el país. Porque efectivamente ese bonete era el que usaban los musulmanes españoles, devenidos luego en moriscos y luego en expulsados de su tierra. Se fabrica de lana de oveja tejida a ganchillo, cardada, moldeada con calor y teñida con la apreciada cochinilla, colorante rojo provinente de las Islas Canarias. La artesanía de las chechías sufre en la actualidad una acusada decadencia, a pesar de que se siguen exportando a todo los países del Maghreb. Pero su uso popular ha quedado ya restringido en todos ellos a las personas de edad. Hoy en día unos pocos de los talleres-tienda siguen manteniendo la industria casi exclusivamente de cara al turismo y muchas de ellas han sido transformadas en locales de venta de la adocenada parafernalia turística, aunque conservan su decoración polícroma en madera labrada inspirada en los motivos nazaríes y de sus paredes penden aún viejas fotos de la Alhambra y la Mezquita de Córdoba.


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Desde el zoco de las chechías se accede fácilmente al suk el-Berka, el antiguo mercado de esclavos. Todavía se conserva una solitaria columna, pintada con el típico motivo turcomano en espiral de verde y rojo, en una esquina en la que se ataban a las más hermosas esclavas para su venta, según nos contaba, poniendo ojillo libidinosos, a mí y a mis colegas estudiantes del Instituto Burguiba uno de los camareros del café Manouchi. Porque eso, ese café. era lo que andaba buscando por esa zona de la medina.

Cuando en el año 90 pasé parte de un verano en la ciudad estudiando árabe, el café Manouchi era el lugar de encuentro de un grupo de colegas en nuestras frecuentes escapadas a la medina desde el Foyer donde nos alojábamos. Se trataba de una antigua wukala (hospedería de lujo, especial para comerciantes ricos) situada en pleno corazón de la medina. Debía ser mucho más antigua pero su aspecto actual podría situarse en el siglo XIX. Las paredes tanto de las habitaciones como del patio porticado estaban completamente recubiertas de azulejos formando cuadros, algunos de los cuales, representaban, caso insólito en la iconografía cerámica tunecina, seres vivos, tanto animales como humanos. El local estaba siempre muy animado frecuentado por chicos locales (las únicas chicas eran nuestras compañeras europeas) y resultó pronto un buen sitio para practicar el árabe que íbamos aprendiendo en las clases con ellos. ¡La de cafés turcos, narguiles y conversaciones con la variada gente del Instituto que disfruté allí aquel verano! Recuerdo a una chica de Sarajevo que nos hablaba de la armonía que reinaba en su ciudad entre musulmanes, católicos y ortodoxos. Un año justo antes de que empezaran los primeros problemas que luego desembocarían en la terrible matanza. Y cómo yo defendía ante ella que eso sólo era posible por la desactivación de las religiones que había llevado a cabo el dictador Tito. ¡Cuánto me acordé de ella en los años posteriores!



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Cuando esta vez llegué al café ya me sorprendió encontrar la estrecha entrada cubierta de bagatelas para los turistas, así como el pasillo que conducía al patio. Pero la más aguda de las decepciones se apoderó de mí cuando descubrí que mi añorado café había desaparecido y que ahora la vieja wukala se había convertido en una enorme tienda de gilipolleces para los guiris. Una vez repuesto me dediqué a tratar de encontrar los azulejos entre la jungla de chucherías que cubrían absolutamente todo: las paredes , los techos, las columnas, los arcos... Los vendedores me contaron que hacía siete años que dejó de ser un café. Problemas con las drogas y peleas por las cartas llevaron al dueño a traspasarlo con cambio de negocio incluido, me dijeron. No creo que fuera esa la causa. Al final ellos mismos me confirmaron que realmente era infinitamente más rentable la nueva dedicación que la antigua. Y ahora viven de esto 10 familias cuando antes lo hacía una sola.



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Me entretuve comprobando el estado de los azulejos y no logré descubrir daños apreciables como clavos clavados en ellos. Parece que los comerciantes los seguían cuidando, aunque desde luego su vista era imposible. Busqué especialmente uno, situado en un rincón del patio, que me gustaba mucho y que representaba una mujer junto a una tumba. Me sorprendía la perfección con que estaban dibujadas las letras de la lápida y lo extraño del brazo desnudo que la mujer ostentaba. Lo encontré no hace mucho en un libro sobre arte tunecino, de donde he sacado la foto que cuelgo. Seguía allí, oculta bajo un montón de bolsos de cuero.

Otro de los lugares que quería volver a visitar es la tumba de un personaje del que tuve la primera noticia muchos años antes de ir a Túnez, a través de los libros de Juan Goytisolo. Se trata de Ibn Turmeda, nacido Anselm, un fraile mallorquín del siglo XIV, capellán de la guarnición de mercenarios catalano-aragoneses contratados por el monarca hafsí de Túnez que acabó convirtiéndose al Islam. Sus libros, los anteriores y los posteriores a su conversión son obra de un claro racionalista y su crítica al antropocentrismo en su célebre Diatriba del asno son un precedente del apenas velado ateísmo renacentista. Alcanzó gran fama entre los musulmanes, siendo conocido por su nombre adoptado tras su conversión ‘abd-Allah y por el sobrenombre de Al Turyaman (el Traductor). Sigue siendo muy venerado por los musulmanes quienes a su muerte le construyeron una ermita, aunque su tumba se encuentra a unos metros de aquella, en mitad de una calle, a la entrada del suq as-Sekajjin (de los fabricantes de sillas de montar), pintado como la puerta de un hammam. No sé si existirá otro caso parecido en el mundo de tumba callejera.

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Contemporáneo de Ibn Turmeda, aunque nunca llegaron a encontrarse, fue Ibn Jaldún. Uno de mis héroes a quien guardo devotamente en mi heroeteca junto con Averroes, Spinoza, Marx y Darwin. Aunque a veces he soñado con la fantasía de que ambos se llegaranb a encontrar lo cierto es que Ibn Turmeda llegó a Túnez en 1487, cinco años después de que el filósofo se marchara a El Cairo definitivamente. Ibn Jaldún es uno de esos casos intelectuales revolucionarios que partiendo de una tradición anterior que evoluciona cadenciosamente proporcionan de repente un tremendo salto al pensamiento de su época. La visión que de la Historia planteó supuso un salto revolucionario que hizo pasar a una materia que no iba más allá de una enumeración más o menos coherente de hechos a la consideración, desde el punto de vista actual, de una ciencia con todas las de la ley. El problema de la obra de Ibn Jaldún (exactamente igual que la de Ibn Rushd, Averroes) fue que no tuvo continuidad dentro de su medio natural, el mundo islámico, dado el proceso de imparable decadencia en que se hallaba inmerso, impidiendo lo que, aventurando quizás mucho pero no demasiado, pudiera haber sigo el germen de una renovación en las relaciones de la ciencia y la religión musulmana, y por otra parte no trascendió a la tradición occidental hasta bien entrado el siglo XIX cuando los europeos quedaron deslumbrados por la modernidad del pensamiento de Ibn Jaldún. Son tópicas ya las alusiones a sus planteamientos acerca de la importancia determinante de los modos de producción económica en la conformación de los distintos tipos de sociedad, que desarrollaría el materialismo histórico marxista 400 años después.

Pero yo lo que quería era visitar la calle donde nació, una zona de la medina que acogió desde muy pronto a los primeros exiliados andalusis. En el caso de la familia de Ibn Jaldún, una importante estirpe sevillana que dominó los resortes políticos de la ciudad desde prácticamente los tiempos del emirato de Córdoba, el exilio vino dado por la conquista de la zona occidental de Andalucía por el rey Fernando III de Castilla en 1248. Tras una estancia de algunas décadas en Ceuta se traslada a Túnez donde son acogidos por el monarca hafsí a comienzos del siglo XIV. Ibn Jaldún siempre consideró a Al Andalus su verdadera patria, cuyos ya menguados territorios visitaría en varias ocasiones. La posición económica de la familia Jaldún se nota en la calle que eligen para vivir, la más aristocrática y la más larga de la medina, a la que atraviesa completamente de norte a sur. Hoy día la calle recibe varios nombres a lo largo de su recorrido, siendo el trozo correspondiente a la actual Turbet el Bey en la que nacería el futuro genio de las ciencias sociales. Se encuentra, como toda la medina, a la nada que nos alejamos del cogollito turístico central en muy mal estado, necesitada de múltiples arreglos que le devuelvan su esplendor original. Casi al final se encuentra uno de los más importantes monumentos de la medina y que le da nombre, Turbet el Bey, las tumbas de los gobernadores turcos de la ciudad y de sus familias, de interés limitado, aunque digno de visitarse. Justo un poco antes del monumento, la calle de los Jueces comunica Turbet el Bey con la rue des Andalouses, cuyo nombre habla bien claro de la condición de sus habitantes en el pasado.


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El gobierno tunecino decidió homenajear hace años a su hijo más importante, por supuesto después de Aníbal, erigiéndole una escultura en el corazón de la ciudad nueva. Ni el Ayuntamiento de Córdoba, el mayor perpetrador de horripilantes esculturas urbanas del hemisferio norte, hubiera superado la afrenta que el tunecino perpetró con el genio andalusi. Sin comentarios, dejo prueba fotográfica de ello. No tengo palabras con que modestamente vengarme o hacer justicia con el responsable de la canallada.



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La gran Mezquita Zeituna se alza en el corazón de la medina, en la cima de un cerro con el que se topan quienes provienen de la calle Zeituna que nace en Bab el Bahr y que hace que haya que subir unas escaleras para acceder a su patio. Desde él es posible contemplar sólo el atrio principal con sus columnas coronadas por capiteles romanos y bizantinos y el majestuoso alminar, obra del siglo XIX e inspirado directamente en el de la mezquita de la Casbah, y por tanto tataraniento directo del de la mezquita de Córdoba, como os contaba el otro día. Un paseo interesante es recorrer todo su perímetro por fuera e ir descubriendo en sus escondidas puertas los restos de arquitectura clásica en ellas inscritos.


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El resto de la medina, en la que se esconden muy interesantes tesoros histórico-artísticos, es posible recorrerla, al contrario de las marroquíes, con la ayuda de una guía y un plano, pero primando el dejarse llevar por el vagabundeo, para descubrir por nosotros mismos sus zocos, sus mezquitas y sus medersas. Uno de mis lugares favoritos es la zona de la mezquita del Qsar, justo al lado de Bab Menara y de la salida del zoco Sekkajin , donde se encuentra la tumba de Ibn Turmeda. Se trata de una mezquita pequeña, de sillares poderosos construida en el siglo XII y con un alminar del siglo XVII muy bonito, de estilo andalusí, para variar, cuya vista viniendo desde el exterior de la medina impresiona por lo estético del conjunto que forman los arcos que lo une al muro contrario, el color dorado de la piedra y la gracia del minarete, formando una estampa realmente encantadora.



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Como las tempranas cenas que nos proporcionaba el buffet libre del hotel eran rotundas y exquisitas, tras dos días de haber almorzado en restaurantes de fuera, y haber llegado casi sin ganas a la cena, decidimos restringir la comida del mediodía a un simple piscolabis. Eso fue posible sólo a medias. Descubrimos un local de comida rápida y pizzería donde servían unos superbocadillos de chawarma para morirse. Limpio, moderno y siempre abarrotado quedó convertido en el lugar de parada obligada camino de la estación de los louages a Hammamet. Estaba rotulado con el imaginativo nombre de Mamma Mía y se encontraba en la calle Yugoslavie, a dos pasos de la place de Barcelone, justo frente a la puerta trasera de la embajada de Francia, donde siempre había una enorme cola de gente tramitando el visado.



ÍNDICE DEL VIAJE

HAMMAMET
DOUGGA Y TESTOUR

DE ALMINARES ANDALUCES
KAIROUAN

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