Buceando por El Cairo Islámico (III)
Las dos puertas de la cerca norte de El Cairo son soberbias. De aire inequívocamente romano fueron construidos junto con la muralla por el sultán Badr al-Gamali en 1087.
Friso conmemorativo de la construcción de Bab al-Futuh.
Bab al Futuh (Puerta de la Conquista) cuenta con dos impresionantes torreones redondos coronados de almenas que vistos desde cierta distancia con el alminar de la mezquita de Al Hakim a él adosado conforman una de las estampas más clásicas de El Cairo. Lamentablemente no se puede aún subir al adarve de la muralla para contemplar la zona desde arriba ni pude apreciar los restos faraónicos procedentes de Memphis que según indica Caroline Williams, la autora de Islamic Monuments in Cairo, se usaron para su construcción. Siguiendo el hilo de la muralla hacia el este y por unos 50 mts puede contemplarse un enorme friso escrito en caracteres cúficos en los que se da cuenta de la fecha y el autor de las obras.
Muralla norte de la ciudad fatimí entre Bab al-Futuh y Bab an-Nasr, con el alminar de Al Hakim al fondo.
200 mts más allá se encuentra Bab an-Nasr (Puerta de la Victoria), con otros dos impresionantes torreones, esta vez cuadrados dando entrada a la sharia el-Gamaleya. Esta calle corre paralela a Muizz li-din Allah hasta la sharia el Azhar, finalizando en la misma esquina de la mezquita el Hussein y la plaza de Al Azhar. Cuenta con casi el mismo número de monumentos que su hermana mayor pero éstos son de menor importancia y sobre todo, aún no ha recibido el tratamiento de Parque Temático Histórico de aquella. Por ello recorrerla supone un ejercicio mucho más natural, sin barrenderos, ni andamios, ni servicios públicos, ni prohibición a los comerciantes de invadir con la mercancía la calle. Frontales de cafetines donde relajados paisanos fuman su shisha, talleres de latonería, cuyo polvillo de los limadores ennegrece la calle, improvisados oratorios callejeros, junto a medersas y mezquitas mamelucas cuyos alminares se recortan en el cielo a cada paso. Todo ello le proporciona a la calle Gamaleya un auténtico aspecto popular cairota que muchos prefieren al flamante aspecto recién higienizado de su paralela y hermana.
La sharia Gamaleya. El alminar del fondo pertenece al Khanqah (convento sufi) de Baybars (1310). La fachada que sobresale es la de la madrasa de Qarasunqur (1300), hoy un colegio de niñas.
Rezo callejero en la sharia Gamaleya
Conforme nos vamos acercando a su final, al Khan el Khalili, la mercancía de los comercios va variando progresivamente de lo estrictamente propio del consumo autóctono a la parafernalia turística y los vendedores sus miradas indiferentes por la artillería de expertos cazadores de turistas.
Un guiri señala los balcones del Hotel Hussein
La mezquita de El Hussein al atardecer desde el balcón del Hotel Hussein. Al fondo el primitivo alminar del siglo XII, último resto de la obra original.
Rezo del viernes en la mezquita El Hussein
En la última esquina Midan El Hussein se abre de pronto con la fachada del Hotel Hussein a la derecha y sus filas de balcones, en los que he disfrutado de la divertidísima vida cotidiana cairota durante años. La vista desde ellos es impresionante: justo enfrente el alminar redondo de la mezquita, cuyos altavoces pueden llevarte a la más negra desesperación si se te ocurre alojarte allí en época de Ramadán o en el la quincena previa, el anodino muro de la mezquita, del siglo XIX, con sus ventanas ojivales copiando el aire mameluco-cruzado del complejo Qalawun. A la derecha la fachada principal de la mezquita de Al Azhar con sus preciosos alminares dobles y sobre ella, muy alta, surgiendo fantasmagóricamente de una atmósfera brumosa que no es sino pura y dura contaminación, la ciudadela con la cúpula de la mezquita de Ali y los cuatro alminares como lapiceros hendiendo el cielo.
Vista del horizonte cairota desde la terraza de El Hussein
Pero el espectáculo mejor se desarrolla abajo, en la propia plaza. Una plaza enorme con varios espacios diferentes, desde una pequeña zona ajardinada con bancos donde pelan la pava los jóvenes, la calle Al Azhar que la bordea, siempre embotellada y de la que sube un eterno clamor de cláxones o la explanada justo delante de la mezquita donde los viernes se celebran las más multitudinarias oraciones de la ciudad, bajo unos gigantes paraguas eléctricos, regalo del gobierno de Arabia Saudí e idénticos a los existentes en la Mezquita de Medina, que protegen a los fieles del inclemente sol africano de mediodía. El resto de la semana la explanada es tomada por vendedores de relojes, pícaros, esporádicos fieles venidos del campo y que descansan sobre el fresco mármol del ensolado, evidentes policías secretos, y por una inverosímil tipología de seres de bizarra apariencia.
Los balcones se convierten así en un palco de teatro para contemplar las más divertidas escenas cairotas. Justamente debajo una fila de cafetines permite seguir las artísticas evoluciones de sus cazadores de clientes a los que persiguen varios metros piropeándolos con sus agudezas y las promesas de delicias humeantes, de té y narguile o de paloma rellena. Más allá los asombrosamente políglotas cazadores de turistas que esperan pacientemente a que lleguen, bien entrada la tarde, los autobuses que escupen miles de sonrosados ejemplares de europeos ávidos de caer en sus garras. Yo los he escuchado hablar en euskera batua y en un catalán payés de primera.
Pero sin duda el más divertido de los entremeses cotidianos de que pueden disfrutarse desde el palco husseiniano es el de las sesiones fotográficas nupciales. Resulta que la fachada de la mezquita de El Hussein, una de las más feas por cierto de El Cairo, constituye el marco incomparable en el que se han de fotografíar obligatoriamente todos los novios de la ciudad. Pero el asunto no es tan sencillo como pudiera parecer. La plaza está, lógicamente, cerrada al tráfico para lo que se han colocado unas barreras metálicas móviles guardadas por un policía local. Desde hace años, el titular de la plaza es un tipo gordo con un uniforme completamente blanco y un salakof del mismo color portador de un portentoso silbato que no deja de sonar en todo el día. Los backshises (propinas) que aquel tipo recibe nada disimuladamente a lo largo de cada jornada por la concesión de insondables favores son incalculables, pero cuando se hace de oro es cuando por la tarde llegan los novios para la sesión fotográfica. Según me contó mi amigo Mahmud que regentaba hace años una tienda en el barrio el quid del asunto está en conseguir meter el aparatoso coche alquilado y con los lazos nupciales en las puertas hasta la misma portada principal de la mezquita porque el coche forma parte del aparato ostentatorio de la celebración y tiene que quedar inmortalizado en las fotos junto al fastuoso traje de novia (a la occidental), el chaqué del novio y las forzadas miradas de plastificada felicidad de ambos en la mismísima puerta de El Hussein. Y eso cuesta. Un suculento bakshish para el orondo cancerbero de la verja, que entra dentro ritualmente de los gastos corrientes de boda de todos las parejas de El Cairo.
Aún recuerdo una tarde que pasamos hace años con nuestros amigos K. y C., con quienes un afortunadísimo azar nos reunió allí, acodados en el balcón y asistiendo durante horas a la gesticulante danza del policía pastelón con cada uno de los padrinos de la larga cola de coches de novios que aguardaban regateando ritualmente hasta que unos billetes pasaban subrepticiamente de mano a mano. Y la repetición de la operación varios minutos más tarde cuando los felices contrayentes eran apremiados a dejar el sitio a otros.
Colocación de una estructura entoldada para montar el funeral de un potentado en la puerta de la Mezquita El Hussein. Durante toda la tarde y hasta bien entrada la madrugada unos potentísimos altavoces emitirán ininterrumpidamente suras de El Corán recitadas a voz en grito por un imán generosamente pagado por los familiares del difunto.
Por lo demás el Hotel Hussein es de un cutre que hace daño. No han invertido en él ni una libra desde que se abrió. Los baños se encuentran en un estado lamentable y la instalación eléctrica da verdadero pavor. Al final las ventajas de su encanto se ven demasiado oscurecidas por el estado general del edificio. Lo que sigue siendo imprescindible es subir a la terraza, sea a cenar, a tomar un té o simplemente a mirar. A mirar El Cairo.
El exterior de la mezquita de El Hussein no tiene demasiado interés, pues fue reconstruida en un estilo gótico a imitación del Complejo Qalawun en el siglo XIX por el jedive Ismail, conservando sólo de la factura original (s. XII) un primitivo minarete con una puerta en la fachada oriental y en el interior un mausoleo en el que se supone que está la cabeza de Hussein, hijo de Ali y nieto del Profeta. Por ello es un lugar santo tanto para chiítas como para sunnitas. La mezquita original se construyó en el siglo XII sobre el cementerio de los califas fatimíes. Al contrario que las demás mezquitas de El Cairo la entrada está vetada a los no musulmanes, pero yo he entrado discretamente un par de veces por la puerta adecuada (la de los hombres) sin problemas.
La mezquita de El Azhar no conserva prácticamente nada de su construcción original fatimí como oratorio chiíta, en el 970. Se siguió el modelo de las dos mezquitas cairotas anteriores, Al Amr e Ibn Tulun y ha acabado convirtiéndose en un palimpsesto de todos los estilos arquitectónicos y decorativos que han pasado por la ciudad lo que para mí la hace un lugar desangelado en conjunto, especialmente en los exteriores, los principales de los cuales son obras de finales del XIX, como la fachada principal. De todas formas sentarse en el escalón del patio que da al oratorio a contemplar la equilibrada sucesión de arcos del muro frontero coronado por los cinco preciosos minaretes, especialmente el de doble remate de El Ghouri es un placer que compensa todo lo demás.
Patio de la mezquita de El Azhar.
Aparte de su valor arquitectónico e histórico El Azhar es el más importante centro teológico islámico del mundo y, junto con la Qaraouyin de Fez una las universidades más antiguas del planeta. Hoy en día se ha convertido en una universidad más con facultades de Medicina, Ciencia, Empresariales, etc., siempre bajo las vías islámicas de conocimiento.
Los alrededores de la mezquita son un lugar inmejorable para apreciar la vida cotidiana cairota, con sus vendedores de faláfil (el que hace el vendedor de la esquina sur de la fachada principal está riquísimo), los panaderos en bicis portando unas enormes bandejas de panes en la cabeza, los pequeños cafetines, etc. En esta zona es donde se concentran las mayores zabibas de El Cairo. La zabiba es la marca oscura que llevan los hombres piadosos en la frente producida por su continuo frotamiento contra el suelo durante el rezo. Cuanto más rezo más callo. Ello la convierte en una indeleble marca de piedad exterior. Yo me imagino que la calidad y matices de la zabiba dependerá de las cualidades de las alfombras de cada una de las mezquitas. Nunca leí nada al respecto pero es probable que sea la causa de que los chiítas interpongan entre la alfombra y la frente una piedra de alto poder abrasivo.
Un trío de palacetes turcos amorosamente restaurados completan el recorrido arquitectónico de la zona: Beit Zeinab Khatun, Beit At-Sitt Wasila y Beit al Harrawi, los tres agrupados al final de la calle que recorre el muro sur de la mezquita de El Azhar. El primero en la misma calle y los dos últimos en la calleja que lleva a una placita justo enfrente. Beit El Harrawi es además un lugar muy querido para mí, porque en él se aloja la Casa Árabe del Laúd cuyo director es el laudista iraquí Naseer Shamma, uno de mis músicos preferidos, a quien dediqué hace tiempo un post. En su patio a veces se celebran conciertos y con gran suerte, lo que no fue mi caso, se puede escuchar allí mismo al maestro. La casa, si el portero está por allí, se puede visitar.
En la misma plaza hay una tienda de objetos y ropa de diseño muy bonitos, la mayoría fabricados con genuino algodón egipcio. Un buen lugar para encontrar algo diferente al estomagante souvenir faraónico.
Habiendo seguido este camino hasta aquí habréis pasado por la puerta de una de las tiendas míticas de El Cairo: la del encuadernador Abd al-Zaer, en los bajos de la wikala de Qaitbey. Un lugar donde bucear en el delicioso mundo de la papelería artesana. Quien no encuentre en ella alguna chuche de su gusto es porque seguro que no le gustan los cuadernos.
2 comentarios:
Aaaaiiiiissssssssssssssssssssssssss, la terraza del Hussein...
Efectivamente, hay que ir y volver y volver a ir a esa terraza,a poder ser al atardecer, pero se te ha olvidado comentar que para acceder a ella hay que armarse de valor y subir en uno de los acesnsores más desvencijados y cutres (en sintonía con el hotel) de toda África. La última vez subimos a trompicones así que decidimos bajar andando, por si acaso.
Bueno, el del Windosor, que tú también conoces, no tenía nada quen envidiarle al del Hussein... Puro terror... Aunque la diferencia en lo demás era astronómica.
Dale un beso a C.
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