Primero llegó Kañero, metido en una caja de cartón y, tras un viaje de varios kilómetros en moto, embadurnado de su propia mierda. Eso se lo haces a un niño y sufre un trauma para toda su vida. Si además lo bañas y lo secas con un secador de pelo, lo conviertes en un perturbado, carne de psiquiatra para siempre. Pero Kañero, a las dos horas de secarse, comido y acariciado, estaba jugando con una pelotita de papel albal más feliz que una perdiz.
Una semana más tarde vino su hermano Kairo, que sufrió la misma tortura y el mismo desenlace.
Mientras escribo esto, diez días después, los dos se persiguen incansablemente por la cabecera del sofá, se esconden uno de otro en las muelles rocas de los cojines y enloquecen enredándose en los cables del ordenador.
La vieja Sandalia tenía más de 15 años. No tardó en morir. Ayer anduvimos todo el día con la conciencia descolgada y un triste maullido incrustado en la cabeza. Kañero y Kairo han heredado su plato.
Y el níspero también ha cumplido este año con su obligación de todos los mayos.
¡¡¡Pero que niños tan guapos!!!
ResponderEliminarVerdá que sí, Mele?
ResponderEliminarbueno...pues quien quiera unos gatitos lindos como kairo y kañero..que lo haga saber...pork hay mas, algo asi...como...cinco más....
ResponderEliminarNo me gustan los gatos... ni los perros... ni los pájaros... (me refiero a tenerlos cerca, en casa).
ResponderEliminarPero esos tuyos... en ese patio tan agradable, con el níspero... hasta me han gustado.
Saludos.