La capacidad de una creencia de ser ofendida es directamente proporcional a la falta de solidez intelectual en que se basa. Los creyentes son siempre los que se sienten ofendidos. También podríamos sentir lo mismo los no creyentes, porque motivos ya nos dan, pero creo que el sentimiento que nos invade no es tanto el de la ofensa, como el de la molestia. La ofensa (ofender: humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos, según el DRAE) tiene mucho que más que ver con la propia religiosidad que con los trasuntos de la razón. Al menos en lo que al mundo de las ideas se refiere. La molestia es más laica, más razonable. No es tanto que nos sintamos agredidos por las ideas de los creyentes como por su persistencia en demostrar su fe, sus creencias irracionales, la obscena parafernalia de su exhibicionismo, su agresividad mostrativa y las más de las veces impositora de su moral, a nada que bajemos la guardia.
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