Pero el rencor que he conseguido acumular desde el año 82 contra los socialistas no lo mitiga el hecho de que su alternativa hoy día sea un espanto perifascista y ultracatólico.
Represaliado, sí, y a mucha honra
Dice el presidente del Gobierno, y su periódico de cámara se lo pone en grandes titulares, que la ley llamada «de la memoria histórica», que acaba de empezar su recorrido parlamentario, pretende «honrar a las víctimas de Franco».
Las víctimas de Franco no tenemos ninguna necesidad de que nadie nos honre. Estamos honradísimas de origen. Somos víctimas, sí señor, y a mucha honra. Para honrar a alguien se levanta un monumento, se erige una estatua o se coloca una placa en la esquina de una plaza. Las leyes no están para honrar, sino para regular derechos, marcar prohibiciones, establecer preceptos. Una ley cuyos efectos son –pretenden ser– «morales» no es una ley, sino un adorno.
Señor Rodríguez Zapatero: hágame un favor. Publique su leyecita en el Boletín Oficial del Estado, coja un ejemplar, arranque las páginas en las que salga impresa, haga un rollito con ellas... e introdúzcaselo por donde le quepa. Dará con ello plena satisfacción por lo menos a una víctima de Franco. A mí.
2006/12/16 Javier Ortiz (Apuntes del natural)
...Sin embargo, esto en la España actual es una utopía. Y no lo digo sólo porque Franco falleciese en la plenitud de su poder, abriendo un proceso de transición continuista que acabó por convalidar ex post la legitimidad sobrevenida de su ordenamiento jurídico, sino porque la derecha sociológica española, cómplice como fue de los crímenes de la dictadura franquista, jamás lo reconocerá en público así, y por tanto nunca podrá haber aquí verdadera reconciliación civil entre los herederos de víctimas y verdugos.
A su propia escala, el régimen de Franco fue tan criminal e injusto como el de Hitler en Alemania, o mejor dicho, como el de Petain en la Francia de Vichy, ya que no venció por sus propios medios sino con ayuda exterior. Como acaba de demostrar el historiador Götz Aly, el nazismo sobornó a los alemanes redistribuyendo entre ellos el botín de guerra (en cargos y bienes) expropiado a todos sus millones de víctimas. Y lo mismo hicieron Petain y Franco en Francia y España, consiguiendo así la aquiescencia y la colaboración de las clases medias y de la clase obrera superviviente.
No obstante, Hitler y Petain fueron derrotados por los aliados y tuvieron que abandonar el poder. En consecuencia, las memorias públicas de Alemania y Francia pasaron a estar presididas por la persecución de los verdugos, la condena de sus crímenes y la sacralización de sus víctimas. Pero en España no sucedió así. La dictadura criminal de Franco sobrevivió a la II Guerra Mundial, y aquí no hubo ningún vuelco de la memoria pública, que siguió dominada y controlada por los verdugos vencedores que excluían a sus víctimas vencidas con la complicidad de la clase media sobornada.
Aunque sí hubo un cambio de estilo muy significativo. A partir de 1945, la política de la memoria ejercida por el franquismo dio un giro hacia el encriptamiento, pasando a ocultar sus crímenes anteriores, de los que antes alardeaba con arrogancia, para encubrirlos en la clandestinidad. En privado, todo el mundo sabía quiénes eran los fusiladores y quiénes los beneficiarios del saqueo, que se habían lucrado con el botín de guerra en forma de bienes y cargos. Pero en público ya no se ostentaba ni se hacía alarde de ello. Al revés, se disimulaba para mantenerlo oculto, fingiendo una absoluta normalidad ciudadana. Así fue como durante treinta años se mantuvo en pie una comunidad incivil asentada sobre el crimen encubierto, el soborno cómplice y el cinismo político, que fingía no saber, pero lo sabía demasiado bien porque se beneficiaba de ello, que la paz de Franco era la paz del expolio, de los presidios y de los cementerios.
Ésa es la memoria oculta que habría que sacar a la luz, si queremos reconstruir nuestra memoria histórica para alcanzar la reconciliación civil. No tanto la memoria de las víctimas, ya bien conocida por las investigaciones históricas, como sobre todo la memoria de los verdugos y de sus cómplices encubridores, las clases medias y las derechas religiosas e institucionales que se lucraron colaborando con un régimen criminal. Ahora bien, lo malo es que esta memoria oculta de la derecha española es una memoria que se resiste a la confesión pública. Pues como se trata de una derecha católica, se cree absuelta con indulgencia tras su confesión privada. De ahí que no tenga necesidad de confesar en público su memoria culpable, y pueda desinteresarse de sus víctimas sin perder por ello su buena conciencia acomodaticia.
La memoria oculta
ENRIQUE GIL CALVO
El País 22/12/2006
Aunque sólo sea para darles un poco de porculoFIRMA EN CONTRA DE LA LEY DE PUNTO FINAL ESPAÑOLA EN LA PÁGINA DE AMNISTÍA INTERNACIONAL
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