martes, 20 de febrero de 2007

PALEOCORDOBESES

La conversión del Excelentísimo Ayuntamiento izquierdaunidista cordobés al casticismo folklórico tiene su trasunto o su viceversa en la milagrosa transformación evolutiva del look de su incombustible Concejal de Ferias y Festejos, Marcelino Ferrero, que desde el mioceno democrático viene lidiando con garbo y gallardía con la celebración de nuestros idiosincráticos peroles y romerías. Efectivamente, al igual que aquel personaje de Woody Allen, Zelig, un verdadero mutante dotado con la habilidad de metamorfosear su cuerpo y su personalidad para imitar a quienes lo rodeaban, nuestro inefable concejal ha ido viendo transubstanciarse en los larguísimos años de su mandato su aspecto originario de rojeras culipaneado en el de un alcanforado pregonero de glorias locales. Es evidente que el continuo roce con correosos cofrades, orodentados presidentes de peñas, beatíficos amigos de geranios y gitanillas, infatigables organizadores profesionales de peroles multitudinarios y demás fauna sierramorenista a que le obliga su sufrido oficio ha obrado el prodigio. El resultado sólo es perceptible para los que conocimos su aspecto original en los heroicos tiempos de la Transición cordobesa y se ha materializado en un inconfundible aplastamiento capilar superior por efecto de la gomina, la frondosa proliferación de caracolillos ensortijados traspescueceros, así como por el progresivo cruzamiento delantero de sus chaquetas de inaugurar, la misteriosa aparición en ellas de unas enormes insignias de oro solaperas y un rapsódico movimiento de manos como el que preludia el arranque del himno de-la - tie-rra – de - Juuuulio Romerooooooo. Perfecto Guardián de las Apolilladas Esencias Raciales Cordobesas. Yuhtéqueloveapormuchohjañoh.

Su jefa, la alcaldesa Rosa, aunque sin mutar afortunadamente aún en rafalita de manual, tampoco se arredra ante la lluvia de caspa y de casticismo palominero. Tuvo un momento de gloria cuando se atrevió en una única ocasión a lidiar con la jauría futbolera cordobesista en la propia zahúrda de El Arcángel en la más grande ocasión de miseria machista colectiva de que guardan memoria las crónicas de esta ciudad. También fueron memorables su sacada a hombros (supongo que obligada por las circunstancias, al calor del perolillo, pero no por eso más justificable) de un santo en romería en una ma-ña-na flo-ri-da de abriiiil y su acompañamiento en procesión a una virgen por las calles cordobesas, bastón de mando consistorial incluído. Pero de lo que guardo más entrañable recuerdo es de su inenarrable discurso ante los más conspicuos guardianes de las esencias taurinas en la inauguración del busto a Lagartijo en la calle Osario, en el que condecoró con el título de progresista de pro y avant la letre al apolillado fino matarife cordobés.

En el campo del mobiliario urbano no se andan tampoco con medias tintas. La apolillada caterva de castizos no cejó hasta conseguir que la inmensa mayoría de las esculturas urbanas que el Ayuntamiento ha colocado en la ciudad respondan a sus cánones estéticos y éticos. Y el Ayuntamiento, encantao, oyes. Guardián de las esensias. El ya mencionado monumento erigido ¡en pleno siglo XXI! al matarife fino Lagartijo en la calle Osario no fue el menor de los insultos a la ética y estética ilustrada. Lo superó en bizarría pleistocena el mamotreto cofradiero a Juan de Mesa que incluso, como es natural, ha procesionado en menos de un año de la Doblas a San Pedro, aunque eso sí, lástima lástima, sin el reglamentario acompañamiento de banda de música como hubiera sido lo suyo.


Pero desde luego, el más alto punto pintoresco-sentimental lo ha puesto recientemente la erección de dos conjuntos escultóricos callejeros dedicados a los paleocordobeses y paleocordobesas, a la memoria de las especies de cordobeses y cordobesas extinguidos y extinguidas o, pena penita pena, en vías de extinción. Uno representando a dos raciales mujeres de belleza y seriedad julioromerescas, de moño, mantilla y cántaro a la vera de una fuente, que pueden disfrutarse en los Jardines de Colón frente al palacio de la Diputación. Y olé. Y el otro sembrado ante el arco de Caballerizas Reales, a la entrada del barrio de San Basilio, representando a un cordobés jurásico, con capa y sombrero d’alancha y la mirada perdida en la contemplación mística de las inmarcesibles bellezas de Córdoba cristiana y mora, pero también romana y judía, pero también romera y calé, pero también serrana y morena, pero también..., emblemático del casticismo de jaca y reja, de callejuela y rosal, de pozo y limonero, de tu marquesa y yo gitano. La imperecedera Córdoba eten-na del alcanfor en los bolsillos. Esa que algunos pensábamos que dormía el sueño justo de la nostalgia, pero que se ha destapado como vivita y coleando y a la que alimenta con extraño, pero desmedido mimo nuestro Ayuntamiento de izquierdas.

Ya te digo... ¡Viva la polilla!



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