Una de las zonas que me quedaban por explorar más hondamente de la Sevilla menos turística es la que va desde la Alameda de Hércules hasta la Macarena por calle Feria y la vuelta por la calle San Luis. En calle Feria, la vivísima arteria milenaria, es una gozada tomarse una caña en el bar del mercado, junto a los muros de una iglesia fernandina, como todas, del siglo XIII, la de Omnium Sanctorum, en un ambiente estrictamente popular, entre todos los olores del pescado, la carne y la verdura. Y al final una visita al lugar del oprobio. Para constatar su realidad. Uno de los símbolos más universales de Sevilla esconde un horror en su seno. Un horror que dice mucho de la institución que lo acoge: la Iglesia Católica. En la basílica de la Macarena, junto a las enhiestas murallas almoravides y frente al Parlamento Andaluz está enterrado, con todos los honores intactos, uno de los peores malnacidos que ha dado este país en cuya Historia tantos malnacidos abundan. El Teniente General Don Gonzalo Queipo de Llano y algunos apellidos más que no me sale del alma enumerar. Aparte de ser responsable de innumerables crímenes de guerra, incitación a la violación de mujeres y torturas atroces, que aún no han sido debidamente detallados por los historiadores, se le debe la responsabilidad directa del asesinato de Federico García Lorca. El hecho está manchado además por un repugnante acto de chulería militar y barriobajera a partes iguales. Cuando el gobernador militar de Granada lo llamó para preguntarle qué hacían con el poeta detenido, el Cofrade de Honor de la Macarena, cuyo fajín aún luce la imagen de la virgen en su procesión del Viernes Santo, contestó: que le den café, mucho café. La leche, la mala leche, ya sabemos que la ponía él.
En la cofradía nunca se higienizaron sus rincones de la contaminación que supone contar en un lugar destacado de su imaginario con un criminal despiadado como ese. Será porque no lo consideran necesario. Lo que dice mucho del propio bagaje moral de ella misma. (1)
Su fantasma se ha reencarnado en la emisora de los obispos. Cada mañana Fedequeipo o Queiperico recupera el espíritu del General frente al micrófono. Siempre lo mismo.
De vuelta ir descubriendo más preciosas iglesias fernandinas y comprobando las diferencias respecto a sus hermanas cordobesas. Las sevillanas presentan un carácter mudéjar mucho más acusado debido a la influencia del gran icono-reflejo del alminar de la Gran Mezquita, después Giralda. El uso del ladrillo frente al del sillar de las cordobesas y un uso más generoso de la decoración almohade, la sebka, que recubre sus flancos son las principales diferencias. La torre de la de San Marcos es una auténtica maravilla que aparece al final de la calle San Luis, después de la de Santa Marina y de la plaza del Pumarejo, donde resiste desde hace años un movimiento de inquilinos de un viejo palacio que no están dispuestos a dejarse expulsar por la presión de la especulación. Frente a la codicia de la propiedad y la desidia de las autoridades.
Un magnífico almuerzo en la taberna más antigua de Sevilla, que acaba de cumplir los tres siglos de existencia, El Rinconcillo, nos reconcilia de nuevo con la ciudad. El nuevo restaurante de la parte alta hace honor a la calidad del tapeo de la parte baja. Sus soldaditos de pavía y sus espinacas con garbanzos están considerados, con razón, los mejores de Sevilla.
(1) Los enlaces del Google me llevan, casualmente, al blog del amigo Landahlauts, a quien enlazo desde hace poco y que ha tratado el mismo tema recientemente. (VOLVER)
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